Élites supremacistas

No son sólo hipócritas, realmente se creen superiores; con derecho a exigir obediencia ciega a sus volubles ideas e incumplir a capricho las que imponen a los demás.

Define el  diccionario supremacismo como la ideología que defiende la preeminencia de un sector social sobre el resto, generalmente por razones de raza, sexo, origen o nacionalidad. Habría que añadir por razones de poder que es probablemente una de sus motivaciones más insidiosa hoy en día.

Siempre hubo élites cuyo poderío político o económico les situaba por encima de las normas y costumbres que aplicaban al resto de la sociedad. Pero la hegemonía elitista de nuestro tiempo goza de una cualidad diferencial que la hace aun más execrable; sus miembros se presentan como adalides de la igualdad. Mientras aquellos poderosos de regímenes aboslutistas no alardeaban de ser principes de la libertad, como tampoco lo hacen las castas de totalitarismos y dictaduras actuales, los supremacistas “demócratas” de hoy dan lecciones diarias de igualdad. Envueltos en banderas supuestamente verdes y liberadoras, con la tolerancia como estandarte, no dudan en incumplir cuanto proclaman ni en emplear su poder para perseguir a todo opositor.

Observando como se comportan, lo cual es fácil pues ejercen a diario, a priori cabría pensar que son gentes de una hipocresía ilimitada. Pero viendo el descaro con que actuan, cómo buscan imponer a los demás un pensamiento único, el suyo, y la doble vara de medir que emplean, sólo cabe concluir que realmente se consideran seres superiores possedores de la verdad. Sienten que el poder del que gozan les habilita para situarse por encima de los demás. Tan engreidos son que, cuando se les critica o pilla infraganti, su primera reacción sea de asombro. Acto seguido buscan la protección de su hermandad mostrándose muy dignos y ofendidos ante una plebe desagradecida y envidiosa que ha osado tratarles como a iguales.

No entraré en exponer ejemplos que a todos nos vienen a la cabeza; son tantos sus abusos, tan cotidianas y variadas sus fechorías que no sabría cuales escoger.  Además, no ejercen sólo en sus países, incluida España donde campan a sus anchas; sus dominios y felonías no conocen fronteras. Ocupando las más diversas organizaciones, desnaturalizando fines loables, vienen imponiendo con engaño nefandas ideologías globalistas sometiendo más y mejor a quienes dominan, manteniéndose a salvo de sus perniciosos efectos y lucrándose con sus réditos. Porque en definitiva saben que su pertenencia a la élite sólo queda asegurada mientras gocen de las prebendas de la autoridad  o del dinero que todo lo puede.

Siendo así que su principal objetivo es conservar y proteger a toda costa sus privilegios atesorando poder y riqueza, no es de extrañar que abusen de su estatus para lograrlo. Como tampoco es lo más grave que empleen todos sus recursos económicos, políticos y mediáticos para encubrir  su lucrativa farsa tratando de convencer a propios y extraños de su bonhomía. Lo peor es que son legión los engañados que no pueden o no quieren reconocer el mayor peligro de estas élites supremacistas; su disposición a no pararse en barras para conservar los beneficios de su superioridad. La mejor prueba la tenemos muy cerca; raro es el día que no dan un paso para hacer del estado de derecho un traje a su medida.

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