Mirando los Picos de Europa en la festividad de Santiago me evocaron al lebaniego que, desde un remoto cenobio, alumbró el Camino del Apóstol y nuestra historia.
Corrían tiempos recios; Alfonso I de Asturias (693-757) guerreaba impulsando la Reconquista iniciada por su suegro Don Pelayo. A la par poblaba el territorio con cristianos huidos de los sarracenos. Entre ellos, monjes que se instalaron en cenobios como el de San Martin de Turieno del s. VI al pie del monte de la Viorna, en las estribaciones lebaniegas de los Picos de Europa. Allí podían entregarse a la oración y al estudio, atesorando una biblioteca que resultaría de provecho para nuestro personaje.
La vida monástica transcurre discretamente hasta que en el s VIII llegan nuevos refugiados. Unos serán los restos de Santo Toribio, obispo de Astorga, para ser puestos a salvo junto con el fragmento del Lignum Crucis que el santo llevó de Jerusalén a Astorga en el s. V. Pronto el cenobio es meta de peregrinos atrayendo a tantos que, siendo ya monasterio de Santo Toribio de Liébana, el papa en 1512 lo reconoce como lugar Santo Jubilar. Por la misma época arribará al cenobio un monje extraordinario.
De nombre Beato y origen incierto, por su radicación en la comarca es conocido como Beato de Liébana. Erudito, versado en las Sagradas Escrituras, Beato, desde su scriptorium montañés expandirá su influencia hasta el epicentro del Imperio carolingio. ¿Cuándo nació y murió? se ignora, pero sus escritos confirman que vivió en la segunda mitad del s. VIII. Consta también que fue un monje de arraigada fe, gran patriota y figura clave de la Iglesia, la política, el arte y la cultura hispana y europea; sus obras y su legado, hoy tan vivo, lo atestiguan.
Tras diez años de meticuloso trabajo, Beato concluiría su obra magna: “Comentarios al Apocalipsis de San Juan” (776-786). Siendo su intención catequizar a gentes mayormente analfabetas, los doce manuscritos fueron profusamente iluminados. A tal fin entre sus magistrales ilustraciones de seres reales e imaginarios, dibujó novedades tales como uno de los mapamundis más antiguos del cristianismo y las primeras imágenes de los doce apóstoles, incluida la de Santiago, al que señala como evangelizador de Hispania.
En poco tiempo la obra adquirió enorme resonancia y aunque el original se perdió, fueron numerosas las copias realizadas en monasterios medievales hasta el s. XIV, dando origen a los famosos “Beatos”; códices miniados hoy joyas de la iconografía medieval. Amén de marcar un hito en la historia del arte, dejarían su sello en las esculturas románicas a lo largo del Camino de Santiago.
Entre tanto, el enérgico Beato, fiel guardián de la ortodoxia, desde su cenobio se embarca en un litigio político religioso para consolidar el incipiente reino cristiano desvinculándolo de injerencias musulmanas. Cuando Elipando, arzobispo de Toledo, proclamó como única doctrina aceptable el adopcionismo para congraciarse con la visión islámica de Cristo (simple hombre adoptado por Dios), Beato responde acusando al Primado de España de hereje. En combate dialéctico sin cuartel que traspasa las fronteras del reino, Beato redacta el Apologeticum adversus Elipandum (785) a la vez que envía cartas a obispos y abades europeos denunciando al arzobispo. A pesar del poder del Primado, Beato convence al papa y, contando con el decisivo apoyo de Alcuino de York, admirador suyo y consejero de Carlomagno, logra que el emperador promueva el Concilio de Frankfurt del año 794 que acabaría condenando el adopcionismo.
Pero siendo Beato infatigable hombre de su tiempo, su triunfo no le lleva a ignorar los riesgos de las divisiones que aquejaban a la naciente monarquía, ni la importancia de preservar su unidad y ánimo en tiempos tan decisivos para los cristianos. Consciente de ello y viendo cómo, en sus luchas dinásticas, el rey Mauregato (783-789) había buscado el apoyo del emir de Córdoba, Beato, mirando a lo Alto y para promover un espíritu de comunión con la causa, compone el O Dei Verbum (784 -785). Primer himno dedicado al apóstol Santiago en el que, además de pedir a Dios que proteja al Rey Mauregato, entre sus sesenta estrofas, invoca por primera vez al Apóstol como patrón de España: Oh, muy digno y muy santo Apóstol (Santiago), dorada cabeza refulgente de Hispania, defensor poderoso y patrón especialísimo asiste piadoso a la grey que te ha sido encomendada.
Habiendo alcanzado el himno gran difusión en el reino, apenas tres décadas más tarde, Teodomiro, arzobispo de Iria Flavia, descubrirá el sepulcro del Apóstol en el “Campo de Estrella”.
Visto con mil doscientos años de perspectiva, si como dijo el poeta romántico Goethe “Europa se hizo peregrinando a Compostela” es hoy oportuno recordar la grandeza de su precursor que, en tiempos recios, recluido en un remoto cenobio, armado de fe, cultura y pluma, supo orientar el Camino y justo reconocer que fue un monje legendario.

Precioso.
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Muchas gracias María.
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