Los adalides del revisionismo están indignados; el Tribunal Supremo de Estados Unidos ha osado revisar y revocar su gran conquista. Tanto furor revela que sienten amenazadas sus posiciones.
Desde que en 1973 el Tribunal Supremo dicto la sentencia Roe V Wade reconociendo el aborto como derecho constitucional, no cesaron las voces negando su fundamento legal. Entre ellas las de algunos de los más indignados por su revocación, como el Presidente Biden quien, siendo senador, opinaba que el tribunal se había excedido mostrándose firme partidario de restringir al máximo el aborto.
No obstante, que la inconstitucionalidad del derecho al aborto fuese un secreto a voces, no ha impedido que durante cincuenta años haya sido un mandato federal que las legislaciones estatales debían respetar al margen de lo que opinasen sus votantes. Así, lograr que la sociedad haya convivido tanto tiempo con semejante apaño legal ha sido el mayor triunfo del movimiento proabortista. Todo un éxito que encierra distintas claves; algunas muy relevantes. La primera, el haber contado con el decidido apoyo de los poderes que instrumentan el aborto como un elemento más de la ingeniería social que desarrollan para asentar su dominio económico y político. De no haber coincidido con sus intereses la historia sería bien distinta.
Otra clave es haber sabido circunscribir la cuestión del aborto al plano político-ideológico. Un marco idóneo para que el activismo proabortista pudiese ejercer su poderosa influencia y, sobre todo, banalizar los males del aborto diluyéndolos en las mil disputas de la contienda política. Uno a uno, todos los aspectos del aborto que pudieran suscitar debates difíciles de lidiar, jurídicos, éticos o morales, fueron siendo arrumbados, reduciendo materia tan vital a mera baza política. Hasta su preciado argumentario científico fue orillado a medida que la ciencia iba evidenciando la existencia de vida humana en estadíos más tempranos de la gestación.
Obviamente, para desarrollar operación tan envolvente, los proabortistas han empleado los ingentes recursos económicos y mediáticos puestos a su disposición para dar rienda suelta a todas sus capacidades de manipulación del lenguaje, las estadísticas, el dolor, las medias verdades, la ignorancia y los sentimientos. Pero además, conforme su posición flaqueaba, fueron intensificado la vinculación de su causa con las reivindicaciones de todo tipo de movimientos considerados progresistas. Sin embargo, si bien con esta estrategia sumaban aliados, ni todos los activistas woke han demostrándo ser los mejores compañeros de viaje, ni está sirviendo para impedir que las inconsistencias y miserias del activismo proabortista dejen de aflorar.
Un caso paradigmático es lo acaecido con el famoso “derecho a decidir”; pilar del discurso proabortista al que hoy se aferran cimentándolo en un feminismo radical excluyente para el que la vida del no nacido simplemente no está en la ecuación. Si esta “verdad incontestable” de que la mujer tiene derecho a decidir sobre su cuerpo siempre hizo aguas, requiriendo constantes y contundentes dósis de propaganda para sustentarla, llegó el Covid para desacreditarla aún más. Y, paradójicamente, los artífices serían sus principales mentores. Por si faltasen ejemplos cotidianos que niegan la veracidad de consigna tan desgastada, los demócratas más progresistas impondrían las leyes más radicales de vacunación obligatoria, despidiendo a miles de mujeres que se resistieron apelando a su derecho a decidir.
Ante semejante contradicción, la reacción sumisa del activismo pro choice ha sido patética. Aparte de reconfirmar la extrema ideologización política del movimiento proabortista, escuchar su atronador silencio ante los despidos de mujeres que defendían su derecho a decir vacunarse o no, da la medida de su coherencia. Ver cómo justificaban las políticas demócratas ha sido todo un alarde de obediente hipocresía.
Dirán que lo que estaba en juego justificaba limitar el derecho a decidir. ¿Acaso la vida de un ser humano, no digamos de millones abortados, no es también razón suficiente?
Que los abanderados del revisionismo, aquellos empeñados en abolir todo tipo de leyes y principios seculares de defensa de la vida humana, ahora hagan bandera de su indignación porque un tribunal haya revocado una chapuza legal de hace cincuenta años, es muy significativo. Lo que delata tanta furia es su miedo a la libertad y la constatación de la debilidad de sus baluartes. Saben que, reinstaurado el derecho de los ciudadanos de los estados a decidir, todos aquellos debates que creían haber arrumbado volverán a aflorar y que la coartada, en que tanto se han amparado, del supuesto apoyo masivo al derecho a abortar quedará al descubierto.
