La coincidencia de la resaca política provocada por los vendavales electorales del sur con la festividad de santo Tomás Moro invita a reflexionar sobre políticos y honestidad.
Lamentablemente está muy asentada la opinión de que la política y la honestidad conjugan mal. Pero aunque el comportamiento de muchos políticos avala a diario dicha idea, no es una máxima. Al contrario la política, por su relación directa con el bien común, es una noble profesión. Cosa distinta es que, en tiempos donde lo noble tiende a envilecerse y lo vil a ennoblecerse, la desconfianza respecto de los políticos sea patente. Razones para ello hay muchas y evidentes, pero hoy no toca analizarlas. Mi reflexión, inspirada por la silente celebración de la festividad de santo Tomás Moro entre tanto ruido político, me lleva a fijarme en la que estimo está en la raíz de la honestidad política.
El punto de partida es la convicción de que sí se puede ejercer la política con honestidad. Prueba irrefutable son los políticos honestos habidos en la historia y aquellos que, aún sin gozar de la merecida visibilidad, existen hoy en día. La cuestión es ¿qué les distingue? Siendo varios los atributos que cabría enumerar hay uno que da la medida de político honesto; la coherencia anclada en la libertad de conciencia. Muestra de ello es que, cuando en el Jubileo del año 2000 políticos de diferentes tendencias y países solicitaron al Papa Juan Pablo II que declarase un patrono de gobernantes y políticos, propusieron a santo Tomás Moro. La razón no fue otra que reconocerle como paradigma de la integridad pública por su ejemplaridad en la defensa de un pilar de la ética política; la primacía de la conciencia frente al poder político.
Nacido en Londres el año 1478, Tomás Moro forjó una vida intensa y extraordinaria, destacando como jurista, escritor, diplomático y político. Considerado uno de los humanistas más notables de Europa, de su producción intelectual destaca Utopía, obra cumbre del pensamiento filosófico-político occidental. Pero es sin duda su condición de verdadero “hombre de Estado” su principal legado, pasando a la historia como modelo de coherencia y defensa de la conciencia frente a la arbitrariedad del poder.
Tras una brillante carrera, estimado por todos por su indefectible integridad moral, entrega al servicio público y destacada erudición, habiendo sido nombrado por Enrique VIII Lord canciller del Reino, Tomás Moro cayó en desgracia. Por no allanar sus principios, Moro se opuso al deseo del monarca de divorciarse de la reina Catalina de Aragón sin el consentimiento del papa, negándose a jurar el Acta de Supremacía que declaraba al rey cabeza de una nueva iglesia. Mantenerse fiel a su conciencia le llevaría a ser encarcelado, enjuiciado por alta traición, condenado a cadena perpetua y seguidamente a muerte, siendo decapitado en 1535.
Firme hasta el final, también se distinguiría por manifestar reiteradamente con argumentos y hechos su fidelidad a las autoridades, a las instituciones legítimas y al rey, precisamente porque en las mismas quería servir no al poder, sino al supremo ideal de la justicia salvaguardando su libertad de conciencia. De nada sirvieron sus esfuerzos, al contrario, acrecentaron la urgencia del poder por erradicar ejemplaridad tan peligrosa. Pero por ser la integridad un valor imperecedero, a pesar del duro peaje que conlleva preservar la conciencia, la luz de los políticos honestos acaba por prevalecer. Moro fue beatificado en 1886, tan pronto se restableció la jerarquía católica en Inglaterra y canonizado en 1935, siendo venerado como ejemplo de coherencia moral. En 1980 la Iglesia anglicana le incluyó en su lista de santos y héroes cristianos por su defensa de la libertad religiosa. Fuera de la iglesia, en tiempos de arduos desafíos y graves responsabilidades en los que el mundo está necesitado de políticos honestos y creíbles que no acomoden sus principios ni pretendan que otros lo hagan, el ejemplo de santo Tomás Moro como defensor de los derechos de la conciencia cobra toda su fuerza.
Con humor británico, Lord Alton (1951), político liberal hoy miembro de la Cámara de los Lores en la bancada independiente, y uno de los promotores de la declaración de santo Tomás Moro como patrono de políticos y gobernantes, reconoció que, proponer como modelo una persona que acabó sus días en el patíbulo, no deja de ser un desafío para los políticos. No obstante afirmó, siendo que su ejemplaridad se forjó a lo largo de su existencia, lo que al menos se puede intentar imitar es su vida .
