A diario constato que los rasgos de ese tópico tan manido de la España profunda lejos de ser fantasmas familiares del pasado están muy presentes; a lo más han mudado de ropajes.
No pretendo regodearme en estereotipo tan corrosivo ni imitar a quienes denigran, con igual encono que deleite y creatividad artística, facetas negras de tiempos pasados. Tampoco busco ahondar en esa idea tan confusa y equívoca como manipulada, sintetizada en el estereotipo de la España profunda. Mi intención es más modesta; se limita a señalar que, a pesar de las apariencias, esas esencias socioculturales que alimentan el tópico ni son aguas pasadas ni exclusivas de España. Al contrario, idénticos atavismos se han dado en todas las sociedades del “mundo desarrollado” y perviven latiendo con fuerza, singularmente en aquellas consideradas “más avanzadas”. Cosa distinta es que, mientras en estos lares tenemos afición a cultivar lo negro, alentando leyendas y mitos, en otros sean menos propensos a recrearse aireando sus lados oscuros prefiriendo ocultarlos y enmascararlos con eufemismos cuando no ennoblecerlos.
Aunque creyéndose superiores muchos piensen que los vituperados negros atavismos han sido barridos por la modernidad, la realidad es bien distinta. Observando con un mínimo de objetividad, raras son aquellas envilecidas actitudes sociales que no puedan identificarse hoy en día. Conductas zafias y aberrantes, ciegos localismos, modos vulgares, arideces ignorantes y envilecidos sentimientos vinculados a un arcaico, inculto y asilvestrado mundo rural, son perfectamente reconocibles en ámbitos urbanos hipertecnificados. Si en aquel aldeanismo embrutecido, la pobreza, el aislamiento, el analfabetismo y el miedo abonaban la barbarie, hoy las carencias de cultura y civilidad quizás obedezcan a otros factores y se manifiesten de otras maneras, pero no han mermado.
A modo ilustrativo fijemos la atención en algunas conductas atávicas consideradas propias de aquel atrasado mundo rural que perviven en el “mundo avanzado”. Comenzaremos por una de las más señeras; la del bruto siempre dispuesto a ejercer su brutalidad. Tipos idénticos los encontramos a doquier, con el agravante de que en nuestrtos días los ignorantes que presumen de su ignorancia, aquellos que han abjurado de la razón, no sólo habitan en todos los planos sociales sino que muchos llegan a ocupar posiciones que les permiten promover toda suerte de barbaridades irracionales.
Otra seña de aquel desdeñado agro profundo era la de la ley del silencio; esa plúmbea omertá que todo lo tapaba y ante la cual pocos se atrevían a protestar. Amén de que en muchos ámbitos no precisamente rurales, políticos, institucionales, académicos y empresariales la sumisión pervive cuasi intacta, otra conducta, la borreguil dominada por lo políticamente correcto, es signo de los tiempos. Igual cabe afirmar del rasgo caciquil, de sus manejos y clientelismos. Tan vivo y arraigado está en la sociedad que sus entramados afloran con cada enésimo escándalo que se destapa. De las supersticiciones mejor no hablar. Aunque fiel a su nombre el mundo del ocultismo permanece fuera de foco, el esoterismo, en sus diverasas variantes, ha proliferado en occidente y con no pocos adeptos entre quienes se tienen por cultivados y modernos espíritus liberados de caducas e irracionales ataduras morales.
Por no extenderme, acabaré con una de las fuentes más inspiradoras del estereotipo; los episodios trágicos, tremebundos, siniestros y no pocas veces cruentos. ¿Acaso han desaparecido? No, en absoluto, las salvajadas de todo tipo y color, las historias aberrantes y sórdidas con las que nos sobresaltan los medios de tantos “países avanzados” lo evidencian. Dicen que no abundan más, que ahora salen a la luz. Asumiendo la certeza de tan triste consuelo, que es mucho asumir, no hace sino confirmar mi impresión; las negras y torcidas conductas que avivaron el tópico de la España profunda no son parte de un capítulo cerrado de la historia, son actitudes cotidianas en esta sofisticada, vanguardista y prepotente sociedad moderna occidental. Y lo más grave es que, mientras aquellas pobres gentes denostadas con tanto desdén tenían la disculpa de la carencia de letras y medios, sociedades tan ufanas de su educación y progreso no sólo repliquen sus bajezas y miserias sino que además cohabiten con toda suerte de fantasmas atávicos creyéndose orgullosamente libres de tan negra y atrasada compañía.
