Haberse habituado a dar las cosas por sentado y no concebir la discrepancia, explica la rabia que invade estos días al partido Demócrata de EE.UU.
La vida es una caja de sorpresas y maestra de humildad; sin previo aviso evidencia debilidades y miserias. Esta vez le ha tocado a la grey demócrata. En apenas dos semanas sus verguenzas ideológicas y peores instintintos han quedado patentes. Y eso que la inmersión ideológica impuesta bajo la presidencia de Joe Biden ya venía retratándoles. Pero como la vida es caprichosa, esta primavera ha decidido someter a la progresía a un test de estrés para medir su solvencia democrática. El resultado ha sido desolador; carecen de tolerancia, son ideológicamente supremacistas, niegan la opinión al discrepante, exigen silencio y obediencia, no aceptan perder y tienden a confundir la algarada y la amenaza con el diálogo.
La primera prueba fue la adquisición de Twitter por Elon Musk. Indignados por semejante atrevimiento, el poder demócrata, sus terminales mediáticas y seguidores arremetieron contra él. ¿Quién se creía que era? Sólo los multimillonarios de su cuerda tenían derecho a controlar medios de comunicación. ¡Había que alertar a las buenas gentes! ¡Musk era un peligro para la libertad! Podría censurar como ellos y, aún peor, tenía la intención de permitir que todos opinasen, incluso aquellos que querían revertir las conquistas del paraíso progresista. En fin, reaccionaron con un obsceno berrinche porque en su imaginario lo sucedido era inimaginable. Lo que no sospechaban era que llegaba una segunda prueba aún más estresante.
La publicación el pasado lunes del borrador de una sentencia del Tribunal Supremo sacudió los cimientos demócratas y encendió todas las alarmas. No era para menos, el texto filtrado justificaba contundentemente la reversión de un conquista liberal progresista irrenunciable; la derogación de la sentencia Roe v Wade que consagró en 1973 el abortó como derecho constitucional. Siendo así, no es de extrañar que a los proabortistas no les guste, que muestren su rechazo con firmeza y se movilicen para intentar evitar que decisión tan “vital” para ellos no sea anulada. Lo que no es de recibo y les retrata, es el nulo espíritu democrático que sus líderes y huestes han mostrado ante esta prueba. Porque su reacción, lejos de civilizada, ha sido tan visceral como convulsiva, pasando del pasmo a la ira y las revueltas, con crecientes tintes de odio alimentados desde la Casa Blanca hasta el último de los medios del espectro demócrata.
Lo daban por sentado, el aborto es un derecho constitucional, el debate está superado y zanjado, no hay nada más que opinar al respecto, sus opositores deben seguir aceptándolo les guste o no. ¿Qué es eso de que ahora unos jueces retrógados tengan la osadía de revisar sentencia tan sacro santa? Viendo y escuhando a los demócratas se constata que realmente están convencidos de su supremacismo ideológico. Tanto que creen firmemente que su opinión debe prevalecer siempre, resultándoles intolerable que otros puedan llegar a hacer realidad las suyas, aunque sea ejerciendo lo que se supone es la seña identidad de la democracia de la que tanto alardean; expresando libremente su opinión, votándo. Y he ahí la clave de la importancia del borrador; sus efectos sobre dos votaciones; las que puedieran llegar para regular el aborto en cada estado si la sentencia de 1973 es derogada y las legislativas previstas en noviembre que el partido Demócrata afronta con un Joe Biden hundido en las encuestas.
Dejando a un lado lo conveniente que puede resultar la filtración para movilizar al defraudado electorado menos fidelizado del partido Demócrata, que es mucho apear, a nuestros efectos lo que merece subrayarse es la causa de irritación tan iracunda entre la progresía que no es otra que su miedo a que los electores recobren el derecho a decidir. Porque el famoso borrador ni suprime ni juzga la práctica del aborto. Se limita a señalar la carencia de fundamento constitucional del veto impuesto por la sentencia Roe v Wade a que los electores puedan prohibirlo o restringirlo más allá de unos límites. Una carencia de base legal que, por cierto, lleva décadas siendo señalada por múltiples juristas y políticos de diferentes ideologías, entre ellos el propio Biden cuando era senador demócrata.
¿Miedo a la libertad?, sí esa es la conclusión que cabe desprenderse del test de estrés al que el devenir está sometiendo a la parroquia demócrata. Temen y con razón que, cuando los ciudadanos pueden expresarse libremente, sus ideas no prevalezcan y sus “conquistas” puedan revertirse. ¿Será que el aborto no cuenta con tanto apoyo social como se ha dado por sentado?
