El mejor máster

No sé si viajar sana aldeanismos depauperantes, pero sí que brinda la oportunidad de crecer elevando la mira, aprendiendo a valorar mejor lo ajeno y lo propio.

Supongo que, quien alumbrase aquello de que “el nacionalismo se cura viajando”, no se refería a recorrer el mundo, máxime cuando a quien se le atribuye, el insigne Pío Baroja, no era precisamente un Marco Polo. Más bien creo estaría pensando en entrar en contacto y conocer otras personas y culturas más allá de las propias del terruño. Sana práctica que puede ejercerse de muchas maneras sin necesidad  de grandes aventuras; véase sin más, leyendo o saliendo al encuentro de forasteros.  Esto último es lo que me ha ocupado parte de la semana e inspirado la presente reflexión.

Tras algún tiempo de ausencia, hace unos días volví a tomar el tren para acercarme a la renacentista ciudad de Baeza, vanguardia de la Reconquista, a fin de encontrarme con un nutrido grupo de alumnos de postgrado llegados de los más remotos lugares de la tierra. Y ¿qué se les habrá perdido en Jaén a cuarenta y un profesionales venidos desde las Islas Salomón y el Reino de Tonga, junto a africanos, americanos y europeos?, se preguntará alguno. La respuesta es sencilla, asistir al que probablemente es el mejor máster de su especialidad en el mundo; tan reconocido internacionalmente como desconocido en España. Si haber sido parte en su alumbramiento hace más de veinte años es un orgullo, regresar al Palacio de Jabalquinto, sede de Baeza de la Universidad Internacional de Andalucía donde se imparte, siempre es una oportunidad para compartir conocimientos y experiencias y sobre todo ensanchar horizontes aprendiendo de los alumnos.

Gracias a su alma mater, la catedrática Margarita África Clamente Muñóz, quien ha sabido conservar el nivel de excelencia con el que lo concibió allá por 1996, el “Master en Gestión y Conservación de Especies en el Comercio: el Marco Internacional”, tras catorce ediciones (1998 – 2022) se ha consolidado como referente mundial en su campo, habiendo formado a más de 390 profesionales de la conservación, de 106 países. Y todo ello desarrollado discretamente, sin apenas eco en los medios, como sucede con tantas buenas iniciativas hispanas más valoradas en el extranjero que en España. Reconocimiento que, en este caso, es manifestado, edición tras edición, por entidades internacionales, administraciones públicas nacionales y extranjeras y agencias de cooperación, aportando tanto generosas contribuciones para becas como  profesores de reconocido prestigio y haciendo posible que se imparta en tres idiomas.

Poder participar en un proyecto educativo de semejante calado, contribuyendo a consolidar y expandir ese buque insignia español de la formación en conservación que en tantos foros es conocido como el “Máster de Baeza”, bastaría para sentirse afortunado. Pero dejando a un lado la satisfacción de sentirse útil, el mayor beneficio deriva de lo mucho que se aprende. Compartir con alumnado tan diverso conocimientos y experiencias más allá de enriquecer intelectualmente aporta otros beneficios que hacen crecer como persona. De entrada te saca de la burbuja, del aldeanismo, en el que acostumbramos a vivir y desde el que, no pocas veces, con tanta arrogancia como cortedad de miras los occidentales contemplamos y juzgamos el mundo.

Conocer de primera mano otras culturas, puntos de vista y prioridades, ofrece una perspectiva  desde la que el paisaje de nuestras reivindicaciones, logros, problemas y espectativas se contempla con mayor humildad, justicia y rigor. El mero hecho de comunicarte en distintos idiomas, expresión de sentimientos y vivencias tan variopintas como las personas, no sólo enseña que las palabras pueden tener significados muy dispares; obliga a valorar todos sus matices para alcanzar un grado más alto de comprensión. Y eso que la labor de esos espíritus, los intérpretes, tan transparentes a veces como esenciales siempre, facilitan con su pericia que ambas partes lleguen a comprender aquello que piensan. Lo que no quiere decir que lo compartan porque una de las mayores lecciones que se toman saliendo al encuentro del forastero es aceptar que las opiniones, fruto de las vivencias, son tan variadas como la biodiversidad. Tampoco se trata de asumirlas todas, pero si de aprovechar para conocerlas, mejorando tu paisaje personal incorporando aquellas más valiosas.

Con mi agradecimiento a todos aquellos que contribuyen a que el “Máster de Baeza” siga vivo, pues más allá de ser el mejor su clase sin duda es un aula de vida.

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