De indignidad, pragmatismo y transparencia

Ahora resulta que donde mejor van a estar los saharauis es en el “Gran Marruecos” que estamos ayudando a construir. No hay pozo más profundo que el de la indignidad envuelta en supuesto pragmatismo. Y aún no hemos tocado fondo.

Cuando el héroe saharaui Basiri se lanzó a promover allá por 1960 el movimiento de liberación nacionalista para lograr la independencia del Sahara Occidental de España, seguro que jamás pensó que su aventura pudiese terminar tan mal. Porque pasar de ser ciudadanos de una provincia española, con todos los peros que se quiera, para acabar, tras décadas de sufrimiento, siendo vencidos súbditos del magnánimo reino alauita, no es precisamente un éxito. Bueno, salvo para quienes ahora pretenden vendernos que Marruecos es el edén y Mohamed VI el bondadoso padre del hijo pródigo. El mismo que no tuvo empacho en utilizar a sus compatriotas más jóvenes para servir de ariete en su penúltimo intento de violar la frontera española.

Pero si las aspiraciones de Basari fueron un grave error sobrevalorando sus posibilidades de peón en un complejo tablero donde jugaban fuerzas mayores, no menos irresponsable fue la espantada española de 1975. Aunque muchos la justifican como un ejercicio de pragmatismo en una coyuntura difícil, lo cierto es que España ejerció su papel de potencia administradora haciendo mutis por el foro, renunciando a la misma y dejando a los saharauis al albur de un proceso y de unos actores que sabía no podría controlar. Hoy, 47 años después, lejos de enmendar errores, sin haber aprendido nada, el gobierno no sólo vuelve a repetir la jugada, además se jacta de su maestría como el que aprueba copiando. Aceptar una solución impuesta por terceros, atendiendo el pago exigido por un chantajista, utilizando como moneda a quienes tienes la obligación de tutelar  es ya de por sí muy indigno. Sacar pecho y pretender que te aplaudan no tiene calificativo.

Al menos a Judas le pagaron con treinta monedas de plata contantes y sonantes. El pago a España parece sería un aplazamiento, sin fecha de vencimiento, de la próxima cuota  de la extorsión que, con tanto éxito, viene ejerciendo nuestro “hermano del sur” para cumplir su sueño del “Gran Marruecos”. Eso sí, en el ínterin, nos quitamos el peso de la incomoda herencia sahariana quedando a la par muy aliviados sabiendo que dejamos a sus habitantes en las mejores manos. ¡Ah!, casi se me olvida, además damos una alegría a nuestros “aliados” anglófonos y francófonos que, como patrocinadores de la operación, se apuntarán un nuevo tanto, además de sustanciosos réditos, como guardianes que dicen ser de esa ética superior que iluminó el mundo bajo ese lema de métrica variable “libertéégalité  fraternité “ en el que la ausencia de “moralité” no es casualidad.

No pecaré de ingenuo ni de soberbio afirmando que hacer lo correcto es sencillo. Hay pocos ámbitos de la vida en los que hacer lo correcto sea fácil y el criterio seguido sea unánimemente aceptado. Sin duda la política internacional no es uno de ellos; menos aún cuando se trata de afrontar complejos problemas largamente enquistados. Pero sin olvidar que en todos nosotros anida una cierta idea de qué es hacer lo correcto, de cuando estamos cruzando líneas rojas y negras, aceptando que errar es humano y frecuente, también cabe exigir que se aprenda de los errores. Porque, una vez aprendido, saber hacer lo correcto es más sencillo.

En el caso que nos ocupa lo reprobable no es que se hayan cometido errores sino que no se haya aprendido nada, que se persista en ellos y que además, y esto es lo más ofensivo, que se pretenda venderlos como aciertos. Que además una parte importante de la población los asuma resulta patético. Porque a la vista de las reacciones, habiéndolas de todo color y grado, la mayoritaria ha sido aceptar la solución como mal menor dejando su indignación sólo para las formas. ¡Transparencia!, reclaman a la par que se muestran comprensivos con lo que les han contado del indigno acuerdo.

¿Acaso es simple postureo?, ¿tan cándidos son o subyace más hipocresía? ¿Cómo pueden pretender que aceptar un chantaje se haga por consenso de manera transparente? Las villanías, no la diplomacia, como las traiciones, no se publicitan, se ocultan y no por pudor sino por pragmatismo. Aceptada la vileza ponerle pegas a la forma es puro escapismo. Aquí, lamentando mucho las víctimas de la utópica autodeterminación saharaui, que ya hace décadas se quedó en lo que fue, una pesadilla, lo que resta por saber es cuando vencerá el plazo del siguiente pago del chantaje y cual será el precio. Porque aunque lo suyo sería que los españoles acordasen asumir el compromiso y los costes de ejercer plenamente su soberanía, negándose a aceptar la extorsión como fórmula de convivencia, mucho me temo que poner pie en pared no está en las agendas de los reclamados transparentes acuerdos de estado.

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