No es la proximidad de los cañones de occidente lo que ha inquietado a Putin. Lo que le ha llevado a invadir Ucrania es el miedo a que en su entorno se expanda la libertad.
Nada hay nada más alarmante para un déspota ni seña de mayor hostilidad que sentir resquebrajada su monolítica opresión por esa fuerza invisible llamada libertad. Innato anhelo humano, facultad natural que anida en toda persona cuyo pálpito, según la fuerza del latido, le hace estar más o menos vivo. Tan poderosa es la libertad, tan vital su influjo que, acallar su voz o defender su vuelo, ha sido la principal causa de enfrentamientos y guerras en la historia de la humanidad. Conflictos que sólo tienen dos caras; la de quienes aspiran a vivir plenamente ejerciendo su divino derecho al libre albedrío asumiendo su riesgo y responsabilidad, y la de aquellos que sólo se sienten vivos sometiendo a los demás. Entre ambas, en tierra de nadie, habitan los seres acobardados, convenientes, que acallan sus conciencias aceptando un sucedáneo de libertad tutelada cuando no tolerando que la voracidad del opresor sea saciada sojuzgando a sus vecinos.
Son gentes tibias, acomodaticias, tan apegadas cuales lapas a sus miedos como egoistas y equivocadas. Porque confiar en que el ansia del despota puede colmarse cediéndole parcelas de libertad propias o ajenas es craso error. Sucede como con los resentidos que toda muestra de cesión justifica su causa y aviva su rencor. Todo tirano, por ser esclavo de su soberbia, vive esclavizándo. Habiendo renegado de la libertad propia no puede tolerar la ajena. Reconocerla sería tanto como reconocerse a sí mismo preso de su condición. Las cadenas de su orgullo no sólo se lo impiden, la arrogancia que le domina exige que cualquier atisbo de hacerle sombra deba ser abortado. Y como quiera que la libertad, por pequeña que sea, ensombrece fácilmente toda vana altivez autoritaria, debe ser segada apenas brote.
Siendo pues que el despotismo es insaciable no se le amaina aceptando vivir bajo libertad vigilada. Que a base de engaños, chantajes o fuerza bruta imponga sus condiciones tampoco es razón para acostumbrarse a convivir con él como mal menor porque tan pronto se vea amenazado volverá a mostrar su voracidad. Da igual el tipo y grado del que se trate, ya sea un sátrapa, un partido político, un familiar o el jefe de la oficina, su poder opresor será tanto mayor cuanto más debilitada esté la libertad. De ahí que, ejercitar la libertad día a día, defenderla, consolidarla y acrecentarla es tarea vital de cada individuo que no puede dejar en manos de terceros. Creer que es un derecho conquistado es ignorancia que se paga con creces.
Como la luz disipa las tinieblas, la libertad arraigada y cultivada reprime la opresión. Una vela quizás no alumbre mucho pero mientras permanezca encendida habrá vida y esperanza para que otras prendan en su llama y no reine la oscuridad. Bajar la llama, no digamos dejar que se extinga, es tanto como negarse a uno mismo y traicionar a los demás. Sólo manteniendo viva la libertad se puede vivir plenamente.
