De prioridades y felicidad

No hay mayor reto en la vida que acertar con las prioridades y serles fiel; terminan por conformar nuestro yo y  nuestra felicidad. Porque como diría San Agustín, somos lo que realmente amamos.

¿Quién no quiere ser feliz? Todos ansiamos ese estado de gozosa satisfacción cuyos misterios tantos se han afanado en desvelar a lo largo de la historia. Para la mayoría de las personas la felicidad es el fin último vital al que aspiran, pero si nos atenemos a las encuestas debe ser muy esquiva. Muchos más de los que cabría pensar dicen ser infelices y no es la escasez de bienes materiales el principal motivo. Al contrario, gran parte son personas que, aparentemente, cuentan con todo lo preciso para ser felices. Si es así ¿qué falla? No sé cuál es la medida de sus respuestas, pero tengo por cierto que, la elección de sus prioridades, tienen mucho que ver.

En estos tiempos la felicidad se nos presenta como una meta, casi como un derecho, siendo asediados por mil y una ofertas, consejos y productos que nos prometen atraparla. ¿Pero es la felicidad una meta, un objetivo que está ahí para ser alcanzado, o más bien se trata de un sentimiento que surge en una búsqueda? De constatar que no se deja aprehender ni comprar deviene la frustración, pues la felicidad se resiste a ser encapsulada por muy atractivo y sofisticado que sea el envoltorio. Por contra, sí que llega a percibirse cuando nos sentimos satisfechos con nosotros mismos habiendo sido capaces de ser fieles a nuestras prioridades, a aquello que realmente amamos, a lo que somos. Porque en la medida en que lo logrado satisface lo amado (nuestras prioridades), seremos más o menos felices.

Visto así se comprende que esa concepción tan extendida de la felicidad como meta haya llevado a la sobrevaloración de ciertas emociones y al descrédito de otras generando no poca propensión a la infelicidad. Sentirse joven y sano, pasarlo bien y disfrutar se estima muy positivo por ser garante de felicidad y se prioriza. Mientras, el dolor, la tristeza, la dificultad o la vergüenza, tachados de muy negativos se procuran tapar o esconder. Así resulta que el hedonismo, el placer como fin y fundamento de la vida, tenga tanta aceptación aunque provoque tanto desengaño, a la par que abunde la intolerancia a las dificultades mermando la capacidad para sentir la felicidad que nace de afrontarlas y superarlas.

Efectivamente, por ser la felicidad una búsqueda y no una meta, cada vez que logramos crecer personalmente, dando sentido a nuestra vida, nos sentimos felizmente satisfechos. Lo etiquetado como negativo sirvió de acicate y lo llamado positivo en vez de “adquirido” surgió de la fidelidad a nosotros mismos. Ahora bien, no todas las sensaciones de felicidad que nacen de la fuente de la coherencia tienen ni mucho menos el mismo valor; variará sustancialmente según sean las prioridades a las que realmente damos importancia; las que sinceramente amamos.

Cuanta más verdad encierren nuestras prioridades, mayores y más auténticos serán los estados de felicidad que surjan de la lealtad a las mismas. Éxito, dinero, estatus, ascensos, placer y otras tantas posibles fuentes de alegría que ofrece la vida sin duda que conllevan brotes de felicidad, pero acostumbran a ser pasajeros. Cierto que pueden contribuir a crecer personalmente, pero todos sabemos que sólo lo harán en la medida que no se supediten a ellas o incluso anulen otras prioridades de mayor fuste. ¿Cuáles? Esta es la grave decisión que toca a cada cual y con la que nos jugamos el anhelo de la felicidad. En el fondo, la mayoría, tenemos una idea bastante común de cuáles deberían ser nuestras prioridades, además la experiencia nos da la oportunidad de reordenarlas a medida que nos enseña qué nos hace realmente felices. Cosa distinta es que nos dejemos llevar, optemos por sendas más cortoplacistas o menos exigentes.  Porque dejando a un lado lo complicado de la elección, lo más difícil es mantenerse fiel a uno mismo.

Retornando a San Agustín, concebía la felicidad como gozo de la verdad y, conforme a su experiencia de larga y esforzada búsqueda, la encontró en Dios, la Verdad misma, dando sentido a sus interrogantes. Lo mismo ocurre a tantos creyentes. Para ellos y para quienes aún siguen buscando dejaré esta máxima del sabio y santo maestro: La felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer de verdad lo que uno hace.

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