Trampantojo energético

Pretender corregir errores con engaños es de necios; el camuflaje dura poco y la verdad termina aflorando. Es el caso de la propuesta de trampantojo con la que se despachó la pasada nochevieja la Comisión para intentar enmendar un error de bulto.

No diré que la política energética de la UE sea puro voluntarismo, pero sí, que sufre de contaminación ideológica, oportunismo, improvisación y fuertes dosis de ilusión que le llevan a errar con más frecuencia de la esperada. Tras años inmersa en una frenética carrera para liderar la lucha frente al cambio climático, apostando por objetivos crecientemente exigentes en la reducción de emisiones, la UE parece haber descubierto ahora que las energías no le dan para llegar a la meta. En pleno arranque del cumplimiento de sus compromisos para 2030, sorprendida por unas crisis energéticas y geoestratégicas que le superan, su fe en las energías verdes para llevar a Europa al objetivo deseado parece haberse resquebrajado. Dicho llanamente, las cuentas no le salen; con las energías verdes por sí solas no basta para llegar a buen puerto.

 Así las cosas, como enmendarse es sólo de sabios, siendo el nivel de ambición intocable y viendo que las demás variables de la ecuación se resisten, entre ellas las sempiternas divergencias francoalemanas, a la Comisión se le ocurre una brillante solución; ampliar la cartera de fuentes energéticas computables como verdes hasta que los números cuadren. Dicho y hecho, tirando de varita mágica, desvela su propuesta de dotar a la estigmatizada energía nuclear y a su primo fósil, el gas natural, de sendos trajes verdes. Así revestidas, podrían acceder a las ayudas financiares previstas para impulsar la transición energética destinadas exclusivamente a las de pura sangre verde.

Obviamente la propuesta de la Comisión, aún pendiente de un largo proceso de negociación y aprobación, ha generado notable alboroto volviendo a reavivar viejos debates particularmente entre detractores y partidarios de la energía nuclear, pero con un ligero e importante matiz no exento de cierto cinismo. Ahora la mayoría de los opositores ya no pretenden que se erradiquen las nucleares, incluso las aceptan como mal necesario, a lo que se niegan es a que gocen del estatus que les permitiría acceder a las ayudas reservadas para los protagonistas de la transición verde. Veremos en que acaba el debate porque vistos los precedentes todo es posible.

Lo que ahora me ocupa son precisamente los antecedentes que nos han llevado hasta aquí. Porque sorprenderse a estas alturas de las políticas energéticas comunitarias tiene mucho de ingenuidad. Erráticas, oportunistas, contradictorias, improvisadas, escójase el calificativo que se quiera y hallará un caso. Fijarse metas ambiciosas está muy bien, pero la intención, además de recta debe ser factible. Lo contrario es promover vanas expectativas que, si bien generan euforia y votos, derivan en frustración y resultan tan inalcanzables como carísimas. No da el espacio para ejemplos, pero para los olvidadizos basta recordar lo sucedido con las erráticas y contradictorias políticas relativas al diésel, los biocombustibles y demás medidas relacionadas con los vehículos y la calidad del aire.

Volviendo al caso que nos ocupa ha sido necesaria una crisis de precios de la energía para evidenciar las debilidades de unas estrategias y planes que se prometían rigurosos y robustos. ¿Acaso cuando se asumían crecientes compromisos de reducción de emisiones no se sabía que sólo con las renovables era imposible cuadrar las cuentas? ¿Es ahora que descubren que para garantizar una energía asequible, segura y lo menos contaminante posible son precisas otras fuentes al menos a medio plazo? Bastaba echar un vistazo al recibo de la luz para saber de donde procede la energía consumida. 

Pues no, según parece lo evidente les ha pillado de improviso y como reconocer errores no entra en sus planes, la solución que se les ocurre es vendernos un trampantojo tuneando los nombres de las fuentes para que aparenten ser lo que no son. Artimaña por cierto muy de moda y asumida en la UE que la aplica cotidianamente en otros muchos sectores diluyendo conceptos básicos para dar cabida a lo que convenga.

Aunque lo parezca no estamos ante un dilema energético, no se trata de tener que escoger entre dos opciones igualmente buenas o malas, la cuestión es más bien tener claro cual es el problema y dar con la solución más realista aunque no sea la ideal. Si la realidad muestra que la  nuclear y el gas natural son fuentes necesarias para acompañar el tránsito hasta disponer de otras menos contaminantes y renovables en un grado suificente como para asegurar un abastecimiento seguro y asequible, habrá que reconocerlo y atender sus necesidades financieras. Hecho en absoluto incompatible con impulosar y mejorar las alternativas verdes. Para ello, en vez de maquillar a unas para colarlas entre las otras, sería mejor llamar a cada una por su nombre, evitando confusiones, y reajustar los criterios de acceso a los fondos para que cada fuente pueda contribuir en su medida a la transición energética y a la lucha frente al cambio climático.

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