Todos iguales, pero algunos más que otros

Tienen recetas para todos menos para ellos creyéndose originales y superiores sin serlo. Tampoco son ni buenos ni ingenuos; las despachan a coste de terceros y en beneficio propio.

Consejos vendo que para mí no tengo dice el refranero refiriéndose a esa patulea que siempre sabe lo que conviene a los demás, pero nunca se lo aplican a sí mismos. Son numerosos, pero más que abundar, su contumacia hace que se prodiguen mucho. Los hay de muy diverso pelaje pues, teniendo en común un empeño redentor, existen desde los lerdos que reparten sin más sus excedentes de estupidez repitiendo consignas mal digeridas, pasando por los que endosan mantras que creen buenos por actuales, hasta aquellos que sólo buscan en el consejo su beneficio propio. Todos resultan cansinos y repelentes, pero la carga de interesada toxicidad de sus recetas hace que algunos sean particularmente deleznables.

Entre los ejemplos de consejos viciados que cabría señalar me detendré en un par que he vuelto a escuchar esta semana y que pueden resumirse en uno: salvo que seas rico no te conviene ni a ti ni al planeta que quieras tener hijos y propiedades. Evidentemente, los patrocinadores de consejo tan sostenible y bueno para el bien común, no se consideran aludidos. ¡Sólo faltaría! Ellos están en cosas más importantes; consolidar y acrecentar su estatus superior. Lo sorprendente es que recetas tan supremacistas las compren tantos de sus destinatarios y las repliquen sumisamente sólo por emular la sofisticada intelectualidad progresista de los expertos consejeros que tanto admiran. Un efecto que dice mucho de su toxicidad.

No menos llamativo es que en ambos casos, hijos y propiedad, se trata de recetas nada originales, tan viejas como fallidas que en su recorrido no han hecho sino hacer daño a los aconsejados favoreciendo sólo a los consejeros que jamás las han hecho suyas. Así, en lo tocante a no tener hijos, las erróneas teorías malthusianas enunciadas en el XVIII sobre la amenaza de la superpoblación, darían lugar en el XX a todo tipo de violaciones de los derechos humanos para controlar la población. Claro está que, como propugnó el propio Malthus en un alarde de hipocresía pseudocientífica, como lo que estaba en juego era el agotamiento de los recursos naturales, los llamados a no casarse ni tener hijos no eran los que más consumían sino los más pobres. Increíblemente aún hoy hay quienes persisten en el consejo y si bien no se atreven a exponer idea tan inmoral crudamente, tratan de camuflarla con eufemismos cuando no llevarla a la práctica con sus políticas. Eso sí, cada vez que te topas con uno de esos que afirman que el problema del mundo es que hay demasiadas personas, que sobra gente, al preguntarles si estaría dispuesto a inmolarse para salvar el planeta ninguno da un paso al frente.

El consejo relativo a la propiedad tiene raíces y motivaciones similares. En este caso también lo que se dice perseguir es mejorar la sociedad y hacer más feliz a la gente con la condición de que sean ellos, la gente, los que cedan en sus pretensiones. Solución que en estos tiempos ha recobrado gran vigencia en todo el arco del poder mundialista cuyas más destacadas figuras, todas ellas poseedoras de notables patrimonios, aconsejan sin ambages que no debemos obsesionarnos con la propiedad.

No por casualidad la restricción de la propiedad fue promovida por algunos de los que inspiraron a Malthus, destacando el escritor y político W. Godwin (1756 – 1836). Precursor del anarquismo, partidario de abolir el matrimonio -se casó dos veces- y de desmantelar el estado, del que irónicamente acabó cobrando un sueldo, su idea más influyente en el socialismo utópico fue la de la supresión de la propiedad privada. Objetivo plenamente logrado en los paraísos comunistas que ahora quieren globalizar aquellos que concentran más dinero, propiedades y poder del mundo. Para muestra véase la predicción estelar hecha por el FMI en 2016 sobre su visión del 2030: No tendrás nada y serás feliz. Cualquier cosa que quieras alquilar, te la llevará un dron a casa. Por si no había quedado claro el FMI volvería a recodarla en el último foro de Davos donde asistió como invitado principal el presidente chino, Xi Jinping.

Así pues, no es de extrañar que cada vez que escucho a uno de estos vendedores de consejos, aunque se hayan desprendido de la corbata y se presenten como adalides de la ecología y la justicia social, me recuerden al Napoleón orwelliano que simboliza al depravado Stalin. Verraco ávido de poder convertido en dictador dominante de la Revolución en la Granja que basaba la construcción de su estado idealista de equidad y progreso en la máxima: Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros.

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