Mentalidad de hombre orquesta

Muchas innovaciones, presentadas como mejoras, lo son, pero otras, simulando progreso resultan odiosos retrocesos; véase el caso del hágalo usted mismo.

Voy al cajero a sacar dinero, innovación ciertamente útil, y guardo turno a que termine un caballero. Al cabo de un rato se da la vuelta y con semblante sonrojado me dice: −Disculpe, es que no me aclaro. –No se preocupe, le contesto. –Es que me han dicho que esta gestión hay que hacerla en el cajero y no doy con ello. −Yo que usted volvería a entrar y lo diría, no se puede saber de todo. −Gracias, eso haré, −respondió. Cuantas veces me he visto yo en una igual pensé. Si no pones pie en pared, además de no lograr lo que deseas acabas con sensación de torpe avergonzado.

La tecnología, que está muy bien cuando no se abusa de ella, ha permitido desarrollar automatismos para realizar múltiples tareas desempeñadas por personas. Tratándose de trabajos repetitivos o penosos suponen un notable avance, lo mismo que cuando mejoran la fiabilidad de procesos o la calidad de servicios. Pero también han posibilitado sustituir a muchos trabajadores a cambio de restar prestaciones a los clientes cuando no convertirlos en operarios puntuales sin retribución alguna. Promovido como seña de progreso, envuelto en reclamos como el de “servicio inteligente”, el modelo se ha ido expandiendo a medida que los consumidores han comprado la idea de que les proporciona grandes ventajas en términos de coste, agilidad, disponibilidad o libertad. En algunos casos puede que sea así, pero en otros muchos la realidad es bien distinta.

Cada vez que reposto en una gasolinera autoservicio siento estar haciendo el panoli. De ahí que procure rehuirlas. Será que añoro aquellas estaciones de servicio en las que un operario además de llenarte el depósito te medía la presión de los neumáticos, sustituía una escobilla o incluso cambiada el aceite.  Pues sí, las echo de menos, pero lo que me irrita es tener que hacer una tarea que antes se incluía en el precio y que daba trabajo a una persona que además hacia esa y otras mejor que yo.

Lo mismo me sucede cuando me toca deambular por un gran almacén a la caza y captura de un dependiente que suele estar muy demandado. Tras localizarle, esperar turno, constatar mi incompetencia por no haber descubierto el producto en la quinta fila de la izquierda, tener que descifrar en un panel las equivalencias de bombillas a la venta y procurar acertar con la que preciso, llegas a las cajas y resulta que, para pagar tienes que aprender a manejar otro invento, también inteligente. ¡Benditas cajeras!

Donde esté un comercio con sus dependientes que te asesoren y un servicio con atención personal no hay invento inteligente que lo sustituya. Ejemplos hay para aburrir, véase el caso de una buena secretaria, especie en peligro de extinción en tantos ámbitos. Que un titulado superior, supuestamente formado para otras funciones, dedique horas de su jornada a golpe de ordenador a trabajos de secretariado, además de un derroche no redunda en mejores resultados. Quizás por ello, porque el hágaselo usted mismo no es tan bueno como lo pintan, quienes pueden permitírselo, incluidos aquellos que han triunfado con su promoción, suelen preferir tener secretario, la banca personal, la atención preferente y el “personal shopper”.

Reclamos aparte, la razón de ser de la promoción de invento tan inteligente es una muy simple y nada moderna; el abaratamiento de costes. Eso está claro, lo que dudo es de sus beneficios colectivos. Que permite disponer de más bienes y servicios a precios accesibles no entraré a discutirlo, que sean mejores y que el coste global merezca la pena es otra cosa.  Porque además de que la merma de calidad de productos y servicios es muchas veces evidente, los trabajadores prescindibles no siempre encuentran alternativa y los costes sociales asociados los asumimos todos.

Llegado el caso, prefiero pagar un poco más, o poder elegir y consumir un poco menos, y que se conserven empleos que, además de permitir a muchas personas ganarse dignamente la vida, resulta que, contrariamente a lo que nos quieren hacer creer, aportan un gran valor añadido a la sociedad. Asentar el modelo de desarrollo en la pretensión de que en el trabajo y en la vida cotidiana tengamos que saber hacer de todo, es, además de un grave error, por irreal y una falta de respeto a la profesionalidad, sumamente detestable para los que no tenemos mentalidad de hombre orquesta.

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