12 de octubre: Hispanidad y raíces marianas

Los españoles tenemos una inclinación a vivir en dos planos: el oficial, siempre conflictivo y el popular, aparentemente caótico, pero mucho más estable y cercano a la realidad. La festividad del 12 de octubre es un ejemplo paradigmático.

En fecha tan señalada festejamos la Fiesta Nacional y la Virgen del Pilar como efemérides paralelas. Pero mientras que la primera lleva cien años de litigiosa inestabilidad, la segunda perdura inmutable desde hace siglos. Más allá de nuestra afición por hacer de la historia un campo de batalla, ¿no será que la precariedad de la Fiesta Nacional  obedece a un rechazo oficial a reconocer que, en realidad, lo que sustenta el 12 de octubre son sus raíces marianas?

En todos los países la fecha escogida para celebrar el día de la fiesta nacional conmemora un hito simbólico con una denominación concreta; en España no, hito y fecha parecen asentados, pero no así el nombre. Tras cinco cambios en cien años, en el último se optó por obviar el problema, evitando nominación alguna, limitándose a una ecléctica descripción de la efeméride. Ciertamente la solución es atípica y evasiva, pero al menos el texto de la Ley de 1987 permite concluir que lo que se conmemora son episodios de un proceso histórico más amplio; un hito inconcluso, el Descubrimiento de América, no citado expresamente sino descrito como el inicio de un periodo de proyección, que enlaza con otro previo, el final de la Reconquista, también enmascarado bajo los términos la conclusión de la construcción del Estado.

Siendo así, un observador se preguntaría por qué en vez de tanta divagación oficial no se adopta como denominación la de la raíz del proceso histórico, máxime cuando es conocida, forma parte de una ancestral tradición popular y sigue celebrándose en la misma fecha. Claro que para plantearse tamaña cuestión el observador, además de imparcial tendría que desconocer a los españoles, su inclinación a vivir en dos planos y su tozudez oficial negando la evidencia. Porque, con independencia de que se sea creyente, pagano o ateo y se venere o no a la Virgen María, hace falta ser muy obstinado o inculto para ignorar o minimizar la trascendente influencia que la devoción popular mariana ha tenido en la historia de España y, como parte de ella, en el mundo.

No dan estas líneas para esbozar la urdimbre mariana sobre la que se ha tejido esta epopeya que, con sus luces y sombras, llamamos Hispanidad y su proyección universal. Desde su origen, hace dos milenios, es una historia original y extraordinaria, tan rica en leyendas como asentada en fundados testimonios, personajes legendarios y hechos únicos e insólitos. Todo ello acaecido a la sombra de una devoción popular mariana expresada en el culto a los cientos de advocaciones de la Virgen María extendidas por toda la Hispanidad, singularmente las del Pilar, la Inmaculada Concepción y Guadalupe, y la veneración de sus innumerables testigos como el apóstol Santiago el Mayor o el indio San Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Lo que sí cabe, es reseñar la raíz mariana del 12 de octubre.

Según tradición secularmente perpetuada, un 2 de enero del año 40 la Virgen María, aún viva en Jerusalén, se apareció al apóstol Santiago el Mayor, sobre un pilar a las orillas del Ebro, para confortarle en su misión de evangelización de Hispania. Pidió la Virgen le construyese una iglesia prometiéndole que permanecería en el sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obrase portentos y maravillas por su intercesión con aquellos que, en sus necesidades, implorasen su patrocinio.  Tras la aparición de la Virgen, la primera en el orbe y la única antes de su Ascensión, Santiago levantó una capilla con el nombre de Santa María del Pilar; sería el primer templo mariano de la cristiandad en el que se celebraría la primera misa un 12 de octubre.

A partir de esta semilla, la influencia mariana no dejará de ahondar y extender sus raíces en la historia hispana. Su huella, evidente desde la conversión de Recaredo y el fervor que impulsa la Reconquista hasta la formación del Camino de Santiago, también deja su impronta entre los motivos del patrocinio de Isabel la Católica del viaje de Colón, a quien despidió en el Monasterio de Guadalupe, y de los ulteriores episodios de conformación del Nuevo Mundo. Tanto que apenas transcurridas cuatro décadas desde el Descubrimiento  el 12 de octubre de 1492, la Virgen se apareció a Juan Diego en otro momento crítico de la evangelización, sentando un nuevo pilar para la historia de América y de la Hispanidad; la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe.

Si Europa se hizo peregrinando a Compostela, como afirmó el gran poeta romántico Goethe, cabría añadir que la historia y devenir de la Hispanidad son, en su raíz, una perpetua peregrinación mariana.

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