Innovadores a la espera de liderazgo

El otro día hablaba con un experimentado profesional y amigo sobre lo difícil que resulta hacer realidad ideas novedosas en España. Al poco recibí un artículo de otro docto amigo en la materia cuyo título lo dice todo: No es país para startups. No carecemos de capacidad creativa o de espíritu emprendedor; ambos valores abundan y con notable calidad. Lo que falla es el entorno, poco propicio para su desarrollo, y la penuria de liderazgo para cultivarlo y mejorarlo.

Mucho se ha escrito sobre las razones por las que España no está situada en el lugar que debería en innovación. Los expertos señalan múltiples factores. Abarcan desde la educación a la estructura y modelo empresarial, pasando por la insuficiente inversión pública y privada y las dificultades de acceso a la misma, hasta el poco espíritu colaborativo entre organizaciones y la indiferencia social. Todas y otras más, son razones de peso para que el entorno, lejos de favorecer la innovación provoque  lo contrario; disuasión y frustración. Cierto es  que se han creado numerosos y diversos espacios públicos y privados para innovar lo cual es positivo. Pero no dejan de ser eso, espacios, oasis artificiales en el desierto. Para aprovechar las semillas de creatividad y talento que nacen en España y obtener buenas cosechas se requiere  bastante más; un clima social debidamente cultivado que demande, promueva y valore la iniciativa personal más que el seguidismo.

Lograr algo nuevo que cumpla su propósito precisa que lo intenten muchos, muchas veces. “La única forma de tener buenas ideas es tener muchas ideas” señaló  Linus Pauling, Nobel de Química y Nobel de la Paz, y eso no se consigue sólo a base de espacios ad hoc. Exige que todo el entorno favorezca el ingenio, la osadía y el atrevimiento para mirar más allá. Y en esto España se ha colocado a la espalda una losa que, lejos de promover, achica espacios y limita el emprendimiento. La dependencia creciente y asfixiante de lo público que, con su excesivo peso y usurpando parcelas de acción a la sociedad, induce efectos nocivos; condiciona la iniciativa personal, la supedita al cortoplacista interés político y la orienta ideológicamente. La innovación necesita que el estado esté a su servicio, que favorezca un ecosistema en el que pueda desarrollarse y no que se apropie de la función de fuerza tractora.

Preguntando a diferentes profesionales porqué no se aplicaban aquí ciertas novedades generadoras de innovación y empleo ya en desarrollo en mercados extranjeros, tras mucho insistir me dieron como última razón que la legislación no lo exigía. Así no se ha avanzado nunca, más bien ha sido a la inversa. La iniciativa debe partir de la sociedad. Pero si con honrosas excepciones en el sector privado entre muchos directivos está afianzado el cortoplacismo y la aversión al riesgo, no digamos en el ámbito público donde el miedo al fracaso y el rechazo al cambio es cuasi instintivo. Tanto que, lo usual, es que donde un innovador ve oportunidades allí sólo vean problemas. De ahí que una de las mayores dificultades para que una idea novedosa cuaje es lograr superar esa barrera intangible que impide que aquel en cuyas manos está facilitarlo se atreva a visualizarla, ya no digamos impulsarla. Generalmente es pura resistencia a asumir nuevos retos que alteren la zona de confort y cuando las decisiones dependen tanto de laberínticas y autocomplacientes burocracias, el obstáculo se agiganta y sólo abordarlo resulta agotador.

Tampoco es el dinero el principal problema. Es importante, pero el ingenio y la iniciativa no se compran se inspiran y se cultivan y cuando esa convicción se prioriza el dinero aflora. Es la cultura abierta a la innovación lo que escasea. Si no se logra cambiar ese apego a lo conocido, a copiar más que a inventar, esa aversión a la autocrítica y la curiosidad, esa falta de miras altas y ambición, mal le irá a la innovación. Por eso es esencial que, quienes tienen el poder y los medios para liderar cambios culturales y estructurales que permitan crear un entorno propicio para la creatividad y el emprendimiento lo hagan. Con que dedicasen una fracción del interés  que ponen en promover cambios en otros ámbitos  menos buenos, necesarios y útiles para la sociedad, bastaría.

En «Seis personajes en busca de autor», obra maestra del dramaturgo Luigi Pirandello, un ensayo teatral se ve interrumpido por la llegada de seis personajes que piden al director les provea de vida literaria. Le explican que fueron concebidos en la mente de un escritor pero que nunca llegaron a verse plasmados en una obra. Su anhelo es existir, poder contar sus historias, y su  aspiración encontrar un autor que les dé la oportunidad de hacerlo en su obra. Hoy miles de innovadores dotados de creatividad y talento están a la espera de hallar en España el liderazgo político y social para generar un entorno que les permita hacer realidad sus historias. Confiemos en que, algún día, nuestros innovadores y emprendedores encuentren un Pirandello que haga de ello su obra maestra.

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