Sería pretencioso pensar que estas letras pueden cambiar algo. No aspiro a tanto. Me basta con dejar constancia de mi rechazo y condena. Impedir que se crucen «líneas rojas» no siempre es posible, pero reprobar las transgresiones y renegar de sus autores y de quien se lo permite sí. Callar, asumir ser mero espectador pasivo, se me antoja es contribuir a que nos sobrepasen otras líneas aún más insidiosas y negras.
Los grandes males, esos que llevan a la humanidad a transitar por sendas oscuras en las que el daño causado no conoce límites, no nacen espontáneamente. Los provocan unos pocos y los sufren muchos, pero aún son más los que consienten que arraiguen y crezcan traspasando «líneas rojas». Surgen de una suerte de «mal difuso», del que nadie se hace responsable, cuyas difuminadas «líneas negras» van avanzando sin apenas resistencia. Pues la atmósfera corrompida en la que se larvan los males más siniestros contamina la razón y encallece los sentimientos. Así llevamos tantos años abusando del recurso a las llamadas “líneas rojas” y asumiendo sus reiterados traspasos con tan escasa renuencia que, hoy, agotado su significado, más parecen rayas en la arena que se borran con cada marea que trae nuevas «líneas negras».
Si vivir es convivir con el mal que nos rodea, hacerlo con un mínimo de dignidad conlleva ponerle límites, reprimirlo, castigarlo y, sobre todo, no pactar con él cuando cruza ciertas líneas. Procurarlo con el mal individual es algo cotidiano en sociedades mínimamente civilizadas, pero cuando se trata de un mal de índole público domeñarlo requiere otros fundamentos y convicciones que, por más elevados, son menos comunes. Véase sino cuan paradójico resulta que el recurso al logro de «elevados fines» que alientan a pérfidos personajes a erigirse en líderes de la causa hollando «líneas rojas», es el mismo que justifica tolerarlos. Unos hacen el mal para saciar ansiadas reivindicaciones de sus pueblos y otros miran a otro lado para evitar a los suyos males mayores. Y cuanto más importancia se otorga al «elevado fin» más se tiñen las violadas «líneas rojas» de negro y más se justifican; unos su transgresión y otros su silencio.
Cuando el mal tiene su origen en conductas de algún poder político el daño causado es tan público como su autor y, aún sin ser víctimas directas del mismo, en alguna medida nos concierne. Pero si, como es costumbre, cuando el poder invoca razones públicas y dice hacerlo por nuestro bien, nos implica y nos incumbe cierta responsabilidad.
Los sucesos acaecidos en Ceuta la semana pasada volvieron a reactivar las «líneas rojas». Violadas estas, más allá de condenar y repeler transgresiones legales, la mayor vileza de los gobernantes marroquíes, utilizar a sus propios hijos como arietes, si bien criticada por muchos, ha quedado impune. Diluida entre argumentos diplomáticos, geoestratégicos y oportunismos varios, lo más grave es que el mismo gobierno americano que se erige en guardián de una moral superior y en cuyas manos estaba poderlo condenar con contundencia, ha optado por un silencio cómplice contribuyendo a adentrarnos a todos un paso más en “líneas negras”. Seguro estoy que, de conocer los hechos, la inmensa mayoría de los norteamericanos los hubiesen repudiado, pero como tantas veces ha sucedido, el «mal difuso» también ha contaminado a muchos mensajeros.
Y si no es prudente el que no detecta los males cuando nacen como decía Maquiavelo, poco honesto y cuerdo debe serlo el que, habiendo conocido al mendaz, sigue tolerando sus argumentos para conculcar nuevas «líneas rojas». Pero para desgracia los hay y no pocos ni lejanos. Apenas sufridas las mareas del mal alauita, nuestros gobernantes proclaman su disposición a trazar otra «línea negra» otorgando, por el «bien común» de la paz y la convivencia, unos indultos a todas luces contrarios a la justicia. Como siempre, un «alto ideal», un «gran líder», dispuesto a conquistarlo, y amplias capas sociales prestas a someter su juicio al de una autoridad sostenida en una aséptica y árida burocracia, nos sumergirán un poco más en la cloaca del mal.
Si el mal individual no requiere a priori de coautores, raro es el mal público que puede llegar a ejercerse sin contar con la colaboración de muchos. Mantenerse al margen por creerse a salvo es de ingenuos, como guardar silencio por conveniencia o miedo es ruindad y cobardía. Sea cual sea la justificación, la complicidad con quién allana «líneas rojas» es craso error que pasa factura pues, una vez atrapados en las «líneas negras», el mal se encarga de cobrarla con intereses.

Simplemente magistral. Tu rechazo y condena la compartimos millones de personas, mil gracias por expresar nuestros sentimientos con tan acertadas palabras.
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Siempre tan generosa Margarita. Conociéndote no me sorprende que compartas al menos la idea. Cuídate. Fuerte abrazo.
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