Capitalismo despótico

Entre las virtudes de la llamada economía global, que alguna tendrá, no destaca su capacidad para proveer mayor felicidad y bienestar al común de los mortales. Lejos de promover un desarrollo más humanizado y respetuoso con el entorno, ha generado menos equidad, confianza y libertad y propiciado una creciente inestabilidad social y ambiental. Todo ello en gran medida producto de su mayor éxito; facilitar la expansión  de un triunfante «capitalismo despótico».

Prometían que la globalización traería prosperidad y acortaría las desigualdades. Beneficios ha generado y muchos, pero en los últimos treinta años la desigualdad no ha hecho sino crecer.  No hay que ir muy lejos para comprobarlo. Basta ver lo sucedido con las clases medias en España. ¡Nadie quedará atrás! aseguraban sus promotores y cada vez son más lo que quedan atrás y más rezagados. Ahora los mismos venden la Agenda 2030 cuya gran promesa transformadora es «no dejar atrás a nadie».  

A lo que sí ha servido la mundialización económica y cultural es a impulsar un nefasto modelo. Tan eficiente ha sido, que parece fuese su verdadero objetivo. Una suerte de absolutismo deshumanizado, pagano e irracional; el «capitalismo despótico». Con atributos del Antiguo Régimen, no estando su poder sujeto a limitación alguna, situándose por encima del estado, se distingue del Absolutismo ilustrado en que aquél al menos decía someterse a la ley divina y guiarse por la razón. El «capitalismo despótico»  sólo se somete a sus intereses, las únicas divinidades que reconoce son la mentira, el dinero y el poder La razón y la cultura son enemigos.

Paradójicamente el lema del Despotismo ilustrado «todo para el pueblo pero sin el pueblo» también lo ha hecho suyo el «capitalismo despótico». Buena muestra es el video del Foro de Davos pronosticando el futuro. En tono paternalista arranca afirmando: «no tendrás nada pero serás feliz, lo que necesites lo alquilarás y te será entregado por un dron». ¡Cuánta bondad! No contento en concentrar en pocas manos la propiedad, la riqueza y el poder, el «capitalismo despótico» cuida del pueblo dictándole cómo  vivir, lo que es bueno y malo,  y lo que  debe pensar.

No es de extrañar que negocio tan lucrativo tenga por socios a quienes mayormente  se han beneficiado de la globalización; el neocapitalismo progresista liberal y el capitalismo de estado comunista o, como  gustan llamarlo en China, el socialismo de mercado. Ambos odian la libertad individual y utilizan la democracia como cebo. Lo predijo Aldous Huxley en «Un mundo feliz» Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud en el que, gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre.

Lo que está por ver es a donde nos llevará este nuevo despotismo mundialista. Seguro de sí mismo el «capitalismo despótico» cree que puede consolidarse controlando terminales mediáticas, políticas, culturales y económicas, y manteniendo anestesiada a la población con sus señuelos. Los hechos parecen darle la razón. Paladín de la modernidad, abanderado de la tecnología salvífica, enterrador de creencias y tradiciones, disfrazado unas veces de proveedor de libertades para satisfacer el placer y evitar el dolor, cuando no de ecologismo o de economía colaborativa al servicio de la comunidad, el «capitalismo despótico» avanza. Convierte todo en mercancía, incluidas miserias y sentimientos, y al tiempo que concentra poder y dinero, embelesa a las gentes con proclamas de solidaridad y medias verdades y, sobre todo, les mantiene muy ocupadas tratando de llegar a fin de mes para pagar lo que le adeuda.

Dominado y cegado por su razón de ser, que no es otra que alimentar su codicia y soberbia, lo que es incapaz de ver el «capitalismo despótico» es lo que  la historia nos enseña cansina y reiteradamente; la cuerda, cuando se tensa, tiende a romperse y  «los esclavos» antes o después terminan por revelarse. Por mucho que se empeñe, no hay narcótico capaz de aliviar el dolor que causa el vacío provocado por su buena nueva. La frustración, desigualdad, inquietud, desconfianza, impotencia y desesperanza generada por el «capitalismo despótico» en su marcha triunfal, alimenta día a día la inestabilidad. En cada cuerpo social se manifiesta en sus puntos más sensibles, y esta diversidad puede confundir al observador atribuyendo la inestabilidad a causas varias, pero subyace un denominador común, palpable y creciente.

2 comentarios sobre “Capitalismo despótico

  1. Sin duda pudiera ser así, pero creo que estamos influidos por el pesimismo al que nos ha llevado el bicho del Covid. Nos han encerrado durante meses y nos quieren amaestrar con el «Panem, Circenses et Netflix.
    Yo confío más en la Providencia que en el género humano.

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    1. Querido amigo, comparto tu confianza en la Providencia. Pero disiento en lo de estar influidos por el pesimismo del virus chino. Al menos en mi caso no es la primera vez que hablo de la mansedumbre social inducida. De hecho creo que la tercera entrada de mi blog ya reflexionaba al respecto. El virus si acaso ha hecho que afloren con mayor intensidad las lacras que desde hace décadas venían proliferando. En todo caso creo que tomar conciencia de un mal no es ser pesimista sino mantenerse mínimamente lúcido. Pesimistas son los que prefieren mirar a otro lado con tal de no enfrentarse con esperanza; estos ya están derrotados. Fuerte abrazo.

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