Conspiraciones

Lo niegan porque es lo que toca. No aportan razonamiento alguno. Se limitan a responder con desdén paternalista, esbozando esa sonrisa arrogante de quien se tiene por superior simplemente por creerse moderno. Estar o no de moda, a eso se reduce todo su argumentario cuando se les plantean cuestiones que les resultan incómodas.  -¡Pero qué antiguo eres!, ¿aún crees en esas cosas? Así contestó un espécimen de este prototipo humano tan abundante a quién afirmó que las conspiraciones existen.

Conspiración: acción de conspirar, dicho de varias personas que se unen contra un superior o contra un particular. Vista la definición que ofrece el diccionario no es de extrañar que sólo cerrando los ojos y la mente se puedan negar las conspiraciones. Justo lo que hacen quienes las rechazan aduciendo únicamente que creer en su existencia es anticuado. Sin duda es una opción, por cierto muy extendida. Pero también confirma aquello de que no hay peor ciego que el que no quiere ver y  dice poco de la supuesta superioridad intelectual de quienes piensan que eso es un argumento.  Más bien lo que refleja es que su afán de querer ser modernos les pierde llevándoles a comprar todo aquello que los prescriptores de la modernidad les venden.

Hace años se decía aquello de «estar in o out». Incluso se publicaban listas de lo que estaba in y out. Hoy la cosa ha empeorado. A quienes osan no seguir la corriente, no digamos a los defensores de herejías tan graves como las conspiraciones, ya no sólo se les declara del todo out, además se le anatemiza. Quedan señalados como crédulos obsesivos poco ilustrados con tendencias patológicas. Así lo escribía no hace mucho  uno de esos prescriptores de guardia: buscar explicaciones en juegos de poder puede resultar enfermizo. Lo que sí es para hacérselo mirar es haber llegado a aceptar la inexistencia de lo evidente; que la historia de la humanidad está empedrada de conspiraciones. Hace falta querer ser muy moderno para negar que los juegos de poder existen, han existido y existirán.

Esto de las conspiraciones se asemeja mucho al diablo. Su mayor éxito radica en haber convencido a tantos de su inexistencia y de paso lograr desacreditar a quienes opinan lo contario. Lo curioso es que en ambos casos se utilizan estrategias similares. Una muy socorrida es banalizar el hecho hasta convertirlo en algo ridículo, digno de broma, propio de mentes simples dispuestas a creérselo todo. Para ello nada más sencillo que promover la sobreactuación. Exagerar hasta el despropósito, dando nutrida difusión a  las teorías conspiratorias más estúpidas y absurdas, ha sido una fórmula muy efectiva para tratar de ocultar  las verdaderas conspiraciones diluyendo su mera existencia en una suerte de cuento para ingenuos. De ahí que el adulto moderno bien informado y liberado de creencias mágicas tienda a sonreír con un deje de superioridad compasiva al pobre desgraciado que dice creer que las conspiraciones existen.  

Lo que no sé es como se les queda el cuerpo a todos los lúcidos detractores de las conspiraciones cuando descubren que sus gurús  reconocen y proclaman con orgullo la existencia de una gran conspiración. Eso es precisamente lo que sucedió el pasado cuatro de febrero cuando la progresista revista Time sorprendió a propios y extraños proclamando que Trump tenía razón; hubo una mega conspiración para derrotarle en las elecciones. Bajo el título The Secret History of the Shadow Campaign That Saved the 2020 Election, la revista publicó un extenso reportaje detallando los pormenores de la confabulación urdida entre diferentes estamentos del poder para sacar a Donald Trump de la Casa Blanca.

¿Qué habrá pensado el brillante prescriptor que se mofaba de los juegos de poder? Lo más probable es que no le parezca mal. Porque uno de los atributos necesarios para ser moderno es la capacidad de adaptación a lo que sea menester. Y si la revista Time, como así hace, presenta esta conspiración como un éxito bueno y necesario para evacuar al peligroso Trump del poder, entonces será que las que no existen son las conspiraciones malas. Y cuáles son estas se preguntarán, pues evidentemente las que no convenga que se sepan.

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