¡Qué mundo el de los recuerdos!

Dicen que el cuerpo humano está compuesto por dos tercios de agua. Que la proporción varía según individuos, sexos, edades y circunstancias, decreciendo con los años. También afirman que su distribución cambia y que se renueva día a día. Así será, pero en lo tocante a lo que somos, para mí que el ingrediente principal son los recuerdos. Los sueños también, pero los recuerdos se llevan la palma y, a diferencia del agua, su proporción aumenta con la edad.  

No pocas veces en mis paseos me ha venido a la cabeza que, a cada paso, puede nacer un recuerdo. Algunos o dejan poca huella o no los debemos archivar muy bien, sino supongo no tropezaríamos tantas veces en la misma piedra. En todo caso, cada experiencia, grande o chica, se transforma en un recuerdo conformando nuestra identidad y condicionando la forma de interpretar la realidad y nuestras decisiones. Así, vamos caminando en la vida, acumulando recuerdos que, como el agua, se renuevan y mudan a diario.

Sí, tengo constatado que los recuerdos no son todos estáticos como una foto fija ni nunca están del todo ultimados. Dejando a un lado los más concretos, como un número de teléfono, a los recuerdos vitales, que son los que aquí traigo, siempre les falta un hervor y son mudables. Supongo que, cómo los sacamos de la memoria y cómo nacieron, tiene mucho que ver. Porque no siempre los buscamos adrede, en muchas ocasiones sencillamente brotan. Basta un olor, una imagen, un sonido o una simple sensación para que el recuerdo surja como por encanto. Y uno nos lleva a otro. Pero nada nos garantiza que ese recuerdo rescatado sea el mismo que el depositado en su día. Menos aún, que sea completo y fiable. Basta comprobar cómo se transforman con el tiempo las anécdotas familiares en la cabeza de sus protagonistas.

Estando de por medio las emociones que, según los expertos, juegan un papel determinante en la creación de los recuerdos, no es sorprendente que estos sean volubles. También afirman que aquellos que han incidido en nuestras vivencias son los que más fijamos. Si a ello añadimos esa propensión tan humana de ser vitalmente creativos, con el pasado el presente y el futuro, ¿cómo no íbamos a recrear nuestros recuerdos?  Porque los recuerdos no son un mero conjunto de imágenes, de hechos o situaciones pasados que quedan en la mente.

Nuestros recuerdos son mucho más; desde un refugio hasta una señal de alerta, un bálsamo o un trago amargo. Incluso a veces una provocación. Son nuestros compañeros de viaje más íntimos, con los que no nos queda otra que convivir y de ahí que procuremos domesticarlos, aunque no siempre lo logremos. Más aún somos adictivos a los recuerdos, tanto como al agua, y así nos pasamos el día acumulándolos insaciablemente. Por si no fuera poco con los que creamos a cada paso inconscientemente, nos esforzamos en coleccionarlos y, si no se nos ocurre cómo, va y los compramos. No hay lugar donde no se vendan recuerdos y rara vez resistimos la tentación. Mi consejo es llevar sólo de comer y beber y, a ser posible, de calidad. Prohibido volver con pastas caseras de la tía Cleta y licor del monje Eustaquio.

 ¿Qué sería de nosotros sin recuerdos? De entrada no existirían los altillos y trasteros. Más en serio, sin recuerdos ni nos reconoceríamos a nosotros mismos ni podríamos planificar el futuro. Así que, buenos o malos, los guardamos y cultivamos y, si preciso, los inventamos. Sino que se lo digan a Groucho Marx cuando espetó aquello de: «¿Que por qué estaba yo con esa mujer? Porque me recuerda a ti. De hecho, me recuerda a ti más que tú.»

¡Todo un mundo este de los recuerdos!

Un comentario sobre “¡Qué mundo el de los recuerdos!

  1. Los recuerdos y las experiencias vividas son como la sal en un guiso, nuestra personalidad se fraguó viviendo todo aquello, y no se puede borrar el pasado, igual que no podemos quitar la sal de un plato que nos desagrada. Quizá parezca petulante por mi parte, pero en general conservo muy buenos recuerdos, los malos se borraron. Dios fue generoso cuando nos dio la facultad de recordar, y fue sabio cuando nos concedió el poder de olvidar.

    Me gusta

Replica a Santiago TENA PAZ Cancelar la respuesta