De la perplejidad al pasmo

Estos días he escuchado muchas voces sorprendidas y airadas por las declaraciones de Iñigo Urkullu diciendo que no es español y las de Pablo Iglesias dando una charla de autoayuda a la prensa. Lo sorprendente no son sus palabras, sino que uno ostente la representación ordinaria del Estado español en el País Vasco y el otro haya llegado a ser vicepresidente del gobierno.

Me temo que, en España, asombrarse de lo obvio se está convirtiendo en una costumbre. Cuando es por mera ignorancia tiene un pase, pero si al sorprendido habitual se le presupone cierto conocimiento de las cosas, entramos en un juego muy dañino y que llevamos practicando demasiado tiempo. No sé si es por  fingimiento o ingenuidad. Lo que si constato es una creciente contradicción; cada vez abundan más los tolerantes sorprendidos. Si yo, príncipe de la tolerancia, acepto que gentes proclives al separatismo puedan representar al Estado del que reniegan y que defensores del comunismo puedan presentarse a las elecciones, no me debería extrañar que sean coherentes con sus ideas. Podré disentir, pero asombrarme es pueril, hipócrita o estúpido.  

Cabría argumentar que ser tolerante no es incompatible con la capacidad de asombro, y es cierto. Pero todo tiene un límite y las sobredosis, incluso de tolerancia, nunca fueron sanas.  En nuestro caso cursan en estados crecientes  de perplejidad. Que ser tolerante es bueno y que el fallo está en el que no lo es, o se comporta con deslealtad,  es argumento muy manido. No está mal para andar por casa pero en el terreno político es tan infantil como frívolo e irresponsable. Para mí que el error de partida está en ese brebaje adictivo que se ha servido a tutiplén en España durante décadas; un respeto reverencial a ciertas ideas, combinado con una interesada adhesión incondicional al buenismo tolerante.

Mientras hoy muchos se inquietan sobremanera por la presencia de la extrema izquierda en el gobierno, parecen olvidar que, ser, o tener ideas comunistas, ha sido muy bien visto en España. Cuantas veces se ha escuchado lo mucho que les debemos por su papel clave en la transición. No sólo han gozado de una entusiasta y amplia aceptación social, sino que se les ha reconocido un halo de superioridad intelectual, artística, cultural y por supuesto democrática, negado sistemáticamente a otras ideas. Basta ver lo sucedido con los símbolos, monumentos y nombres de calles en todo el territorio. Y lo mismo podríamos decir de los nacionalismos. Han sido admirados, cultivados, financiados, mimados, consentidos y promovidos hasta la saciedad. Ser nacionalista del terruño era lo más y dudar de sus bondades lo peor. No creo equivocarme si digo que las ideas comunistas y nacionalistas independentistas no han podido tener mejor caldo de cultivo. Y ahora toca sorprendernos.

Por otra parte, el mencionado deslumbramiento izquierdista nacionalista no hubiese calado tan hondo sin el ingrediente fundamental del buenismo tolerante. Esa disposición tan conveniente como extendida del dejar hacer con tal de no ser señalado. Una actitud que, emboscada en una supuesta tolerancia, del todo intransigente con lo no políticamente correcto, ha contribuido a que cuajen muchas de las cuestiones que hoy nos sorprenden. Con ese lenguaje dulzón que se manifiesta en expresiones absurdas, pero aparentemente muy tolerantes, como, aquí se puede hablar de todo o, los españoles nunca se equivocan, se ha ido creando un clima del todo vale que, bien puede llevarnos de la perplejidad al pasmo.

2 comentarios sobre “De la perplejidad al pasmo

  1. Es muy cierto lo que dices, existe en la sociedad una especie de «conciencia fofa» que traga con todo para evitar ser tachada de intolerante.

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