¡Silencio!

A poco que nos descuidemos y callemos, los culpables de tanto muerto, enfermo, parado y arruinado vamos a ser nosotros; los ciudadanos. Tras llevarnos al precipicio y tratarnos cual rebaño, resulta que seguir o no despeñándonos ahora pende de nuestra conducta y silencio.

Pues no, ni víctima amedrentada, ni culpable silencioso y agradecido. Sencillamente persona cívica y exigentemente responsable; con mascarilla pero sin mordaza.

Cuando apenas hace dos meses reclamar una mascarilla era tachado de alarmismo, que sólo buscaba propagar el miedo, hoy, no hacerlo, es un atentado, contra la salud pública, castigado con duras multas. Ante tamaña burla irresponsable, que sólo buscaba encubrir la escasez de tan vital defensa con excusas pseudocientíficas, se levantaron algunas voces, pero la mayoría calló. Después, para paliar dogmatismo, frivolidad e incompetencia, llegó un duro confinamiento cuyo amparo, la alarma sanitaria, a tantos allanó. Pero el daño estaba hecho. Tan tosco y tardo remedio sólo pudo contener el desbordamiento a costa de ímprobos esfuerzos ciudadanos y al inmenso precio de sembrar de muerte y ruina el país.

Entre tanta urgencia y obediencia impuesta, hastiados de engaños y chapuzas, doloridos por la suerte de los ancianos y de muertos digitalizados sin luto, crecieron las voces discrepantes, invadieron las redes y el clamor de las víctimas comenzó a resonar. La respuesta no se hizo esperar. El «cártel del bulo y el miedo a la libertad« desató sus dobermans y promovió amenazas, insultos y propaganda por doquier. Todo en aras de hacer de la verdad mentira y de la crítica traición. Lograron confundir pero poco más.

Visto el fracaso y que la impaciencia contenida de los confinados se agotaba, los gurús se inventaron otra añagaza para apaciguar los ánimos; «la nueva normalidad». Y como el ventajista que no pierde ocasión de sacar ganancia, anunciaron al pueblo que, si se portaba bien, irían abriendo portillos en el redil para llevarnos al nuevo paraíso. Pero no todos los ciudadanos podrían aspirar a la libertad condicional al tiempo. Su suerte dependería de los oráculos del comité secreto de expertos que dictase la «única autoridad» cuya pervivencia había que preservar para el bien de todos, manteniendo el estado de alarma. Pocas veces se diseñó marco más propicio para el trilerismo político.  Y he ahí el resultado. Los fontaneros cloaquiles trabajaron sin desmayo, los socios echaron su órdago, los de casa pusieron precio a su lealtad, se desatascaron bisagras y comenzó a abrirse el confinamiento con la misma politización con que se impuso.

Como cabía esperar, en tanto ocupados en repartirse el  poder, la improvisación seguía reinando, la ruina cabalgaba libremente, los agravios entre españoles crecían y los ánimos, lejos de calmarse, se caldeaban. Las críticas comenzaron a saltar de las redes sociales a la calle y la desafección a la autoridad rompió las barreras del miedo al virus. Llevar a los ciudadanos al disparadero entre muerte y susto demuestra gran torpeza. Acusarles de rebeldía insolidaria y temeraria es de una hipocresía sin límites. Y pretender que permanezcan callados y dóciles no deja espacio a más soberbia.  

Señalar como irresponsable a aquél que rompe la obediencia debida por expresarse libremente, es muestra de que debemos estar muy preocupados. La propaganda mordaza, animar la delación, culpar a la víctima y descargar en ella la responsabilidad es totalitarismo cobarde. Y el que calla otorga. El relato oficial es falso y no debe ocultarse bajo un manto de silencio. No es verdad que hicieron lo que pudieron, que nadie lo podía prever. Bien cerca está el ejemplo de Portugal. Se pudo haber hecho mejor, calcularon mal sus trampas y nos convirtieron a todos en rehenes. El caos no lo trajo el virus, lo puso en evidencia y la lealtad no es la obediencia ciega. Desconfiar de la autoridad es seña de civismo. Callar ante la injusticia no es prudencia sino complicidad. Desde el momento en que se deposita el voto hay que estar alerta, atentos porque el poder corrompe desde el instante en que se accede a él. Romper el silencio es un deber casi más que un derecho. Y para quienes aún crean que su voz no merece ser oída o se sientan más seguros callados, dejo algunas citas para la reflexión.

Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos. Martin Luther King

¡Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas! porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido! Santa Catalina de Siena

Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. Mahatma Gandhi

2 comentarios sobre “¡Silencio!

  1. Como siempre Javier excelente reflexión. Creo que fue Lincoln el que sentenció: Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo.

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