No satisfechos con querer adueñarse de la verdad, los expendedores del pensamiento único también aspiran a monopolizar el mercado del bulo. No conocen límites; aplican a rajatabla aquello de que el miedo guarda la viña.
Cuando hace un par de semanas hablaba de la importancia de la resiliencia para superar adversidades y recuperar la normalidad, no me refería a volver a las andadas. Remontar la crisis y estar mejor preparados para afrontar otras, requerirá cambios. Unos vendrán impuestos por las circunstancias y otros nacerán del talento y del ingenio. Los más importantes, como perder el miedo a ser libres, exigirán mucha reflexión, humildad y grandes dosis de voluntad.
Entre los temores que campean estos días amargos, el peor, por sus efectos perversos para las personas y la sociedad, es el miedo a la libertad. Los que temen perder su poder o su modo de vida, basado en el engaño, promueven y toleran abusos para consolidarse y erradicar ideas opuestas, teniendo a la libertad como su peor enemigo. Otros, no tan pocos, conscientes de que la libertad es el bastión de una vida digna, saben que su defensa es la mejor arma contra la iniquidad. Entrambos, muchos, debatiéndose entre la docilidad y la sorpresa, rompen su voto de silencio, o despiertan de su estado de juicio crítico anestesiado, cuando los efectos de la mentira llaman a su puerta. Algunos, tan amedrentados ellos, ni eso.
Por miedo, los seres humanos somos capaces de renunciar al discernimiento, renegar de principios y caer en la estulticia con consecuencias nefastas. La mitología, la historia y la literatura nos ilustran con relatos para todos los tiempos y culturas. Sirva como muestra muy actual la fábula árabe «El Rey y la Peste» que concluye así: El rey estaba muy enfadado, y dijo a la peste: – ¡Me mentiste! ¡Dijiste que te llevarías a cinco mil personas y murieron cincuenta mil! – Yo no te mentí- dijo entonces la peste– Yo sesgué cinco mil vidas… y fue el miedo quien mató al resto.
No contentos con tenernos en un confinamiento – medieval, antídoto de tanta improvisación, sometidos a dosis diarias de incertidumbre y propaganda, se erigen ahora en protectores de la verdad. Los maestros del embuste quieren imponernos su protección frente al bulo por nuestro bien. Quien mejor que ellos para decidir lo que nos conviene. Cuando nos dejen salir a pasear, ahítos de síndrome de Estocolmo, les estaremos muy agradecidos. Lo mismo que cuando estemos en la ruina, papa estado social comunista acudirá a salvarnos. Nada que temer, sólo debemos entregarles nuestra libertad y nos darán las migajas de sus pitanzas y placeres. Los que prometen llenarnos el estómago a cambio del alma, nos dejarán hambrientos y sin dignidad.
Y ¿cómo hemos llegado a este punto? Pues me temo que haber aceptado por miedos varios, convivir con la falsedad y la sinrazón tanto tiempo como algo «normal», ha dado alas al pensamiento único. Porque es un hecho irrefutable que, una parte importante de la sociedad, ha preferido tolerar, incluso asumir, bulos como puños, antes que enfrentarse a ellos. Poco a poco, siempre por temor y conveniencia, se ha permitido que las cloacas de la mentira lo inunden casi todo, atemperando su pestilencia con perfumes de modernidad, progreso, consumismo, falsa tolerancia y buen rollito. Cuantas veces se ha oído eso de ir a votar con la «nariz tapada». Cuanto mal ha hecho el recurso a esa cobarde y falsa cantinela -es otra cortina de humo- para no enfrentarse a iniciativas falsas de raíz. En una sociedad en la que, contrariar lo políticamente correcto, tiene costes inasumibles para tantos, es que la libertad cotiza muy poco. No es de extrañar que, los maestros de la ingeniería social, vayan ganado por goleada, ni tampoco que cada día sean más prepotentes; llevan décadas cabalgando en terreno conquistado.
Pero no está todo perdido. Para nada. Somos muchos y mejores los amantes de la libertad. Además, el virus, que tanto dolor ha traído a una sociedad tan debilitada, algo bueno ha aportado; está sirviendo de revulsivo. Porque hay otro miedo, el que alerta del peligro, que está despertando muchas conciencias. Recuperar la capacidad para ejercer la libertad no es fácil. La libertad es exigente. Conlleva renunciar al refugio del silencio en el día a día, entre amigos y en el trabajo, implica exponerse, tener criterio propio, reprobar la mentira y procurar ser coherentes. Pero cuando se ha visto tan de cerca el dogal que quieren colocarnos, sentirse libre resulta todo un alivio.

Magistral Javier…simplemente magistral la radiografía que has hecho de la realidad que nos esta ahogando.
Me gustaMe gusta