Máscaras y mascarillas: retrato de una epidemia

Tantas y tan cambiantes son las caras de la pandemia que nos asola, que resulta difícil retratarlas todas. Sin embargo, hay sucesos que ilustran, mejor que otros, los avatares que vivimos. Es el caso del docudrama de las mascarillas, que nos sirven a diario por entregas.

Supongo que los astrólogos e iniciados en ocultismo, podrán descifrar las conjunciones astrales que han propiciado que, casualmente, unas humildes mascarillas, sean las que lo estén desenmascarando casi todo. Aunque bien pensado, igual están sobrecargados de trabajo, porque, ante el argumento oficial de la inexistencia de protocolos, herramientas y métodos científicos, capaces de prever la epidemia, sólo les habrá quedado recurrir a las artes adivinatorias. Igual esto explica muchas cosas.

Entre tanto, a la par que las mascarillas, material sanitario imprescindible, escasean, el stock de máscaras parece ilimitado. De esto sí que se hizo acopio. Para burlar la verdad sí que hubo capacidad de previsión y medios. Son legión los enmascarados, de todo pelaje y condición, que, tras sus caretas de quita y pon, se afanan por sitiarnos con la «verdad oficial»; tan mudable como interesada. En tropel, los proveedores del  pensamiento único, no dudan en recurrir al ardid y la ficción para ocultar la realidad. Junto a sus cómplices y compinches, dedican ímprobos esfuerzos y recursos a la manipulación de la opinión pública. Todo lo que nos cuentan se nos presenta velado y, como en un dramático baile de carnaval, casi nada es lo que parece.

Bajo luz de gas, abrumados con curvas y picos de mil datos, siempre incompletos,  buscan mantenernos anestesiados y sumisos. No se paran en barras. Simulando estar en guerra, armados de propaganda épica y relatos emotivos, se envuelven en el valor y entrega ajenos. ¡Más sacrificio, fuerza, unidad! reclaman; los mismos que se enmascaran, no contestan casi nada y lo confunden casi todo. Extraña guerra la que proclaman, en la que, los que más caen en las trincheras, son los ancianos. Cuan poco de épico tiene que los sanitarios estén infradotados de medios esenciales o que hayamos fallado a nuestros mayores. Cuanta cobardía encierra sacar pecho con méritos del pueblo llano y, sin tregua, tratar de diluir sus penas e inquietudes con mítines y publicidad acaramelada. Qué indignidad, comparar esto con una guerra, qué falta de respeto tratarnos como idiotas. Si miserable es pretender humillarnos con el engaño, igualar así a los que sufren el espanto de la guerra y despreciar cotidianamente la inteligencia de los ciudadanos no es afrenta, es ensañamiento.

Por fortuna, la mentira, por mil veces que sea repetida, no soporta la luz y suele ser víctima de sus propias contradicciones. Y, a Dios gracias, ni todos los españoles somos imbéciles ni todos los focos han sido fundidos. El caso de las mascarillas ha puesto en evidencia la estrategia; intentar tapar la improvisación con burdos engaños. ¿Quién podía creerse el argumento esgrimido para decir que las mascarillas eran innecesarias salvo para portadores del virus, cuando a la par se nos decía que todos éramos susceptibles de alojarlo? Hubiese sido más honesto reconocer la escasez y pedir comprensión para atender los casos prioritarios. Pero, para qué, si trataban con tontos dóciles. Luego vinieron los anuncios de compras masivas que estaban llegando. Mientras, veíamos personas de toda condición y oficio y empresas varias proveyendo  mascarillas. Generosidad y talento inmediatamente apropiado por la propaganda, para alardear del esfuerzo de «todos» en combate sin cuartel. Ahora nos dicen que es probable que se recomiende el uso generalizado de mascarillas y hablan de hacer test masivos a ciertos grupos. Como de costumbre información rigurosa y previsible. Me temo que al docudrama mascarillas le quedan muchos capítulos.

Pensar que la obediencia civil es un estado de anestesia colectivo es grave error, poco a poco la luz se abre y son más quienes se revelan ante tanta impudicia. Los aplausos tienen nombres y apellidos no son para que se colectivicen. No desmoralizar a las personas comienza por tratarles con respeto, como seres inteligentes. Apelar al esfuerzo colectivo e ilusionar, se hace con datos veraces, respuestas y soluciones.

Dos máscaras, una triste y otra alegre simbolizan el teatro. No perdamos la esperanza, la felicidad del amor implica dolor, pero lleva a la fe y a alabar a Dios. Mi amiga Maite me lo recordó al compartir los acordes de Leonard Cohen en su » Hallelujah».

4 comentarios sobre “Máscaras y mascarillas: retrato de una epidemia

  1. Muy bueno. Totalmente cierto que consiguen canalizar las emociones de la gente ocultando ataúdes y minutos de silencio a cambio de sacar imágenes de paquetillos de unas pocas mascarillas fabricadas por particulares.

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  2. Muy buena crónica Javier. Juegan con la incultura y con la conformidad de los acólitos. Son maestros del pastoreo, y el rebaño que, lamentablemente, es amplio. Cuentan de antemano con la incultura y también con la docilidad de los suyos cuando les toca gobernar. La consigna es no pedir perdón, no reconocer un solo error, ni un paso atrás. Sin embargo, como bien dices, no todos somos imbéciles, Lo malo es que se nos oye poco,

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    1. Gracias Álvaro por leerme. No puedo estar más de acuerdo con tu comentario sobre todo cuando dices «Son maestros del pastoreo, y el rebaño que, lamentablemente, es amplio.» Si, me temo que son muchos y peor aún no todos «suyos» hay mucho buenista equidistante. Abrazo

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