De Jefes y jefecillos

Veamos si soy capaz de explicarme. Vaya por delante que no pretendo ejercer de prescriptor del buen jefe. Tampoco es mi intención descubrir nada nuevo porque todos sabemos de qué va esto de los jefes. Probablemente los hemos conocido de todos los colores.  Alcanzar la condición de jefe, en sus diversas categorías, está al alcance de muchos. Dicho de otra manera es algo relativamente vulgar. Ejercer de ello es aún más frecuente, pues no son pocos los que se lo creen. Ahora bien, serlo realmente, es otra cosa; sin menoscabo del rango de la jefatura, existe toda una gama de tipos que van desde el genuino jefe al jefecillo. Hoy mi reflexión se centra en estos últimos.

No es un tema que me haya  interesado particularmente, por lo que no tenía in mente tratarlo, pero lo sucedido a un amigo, buena persona y gran profesional, me ha impulsado a hacerlo. Ya sé que poco se puede hacer para erradicarlos, abundan como la mala hierba, pero quizás, subrayar su existencia de vez en vez, contribuya a que no pasen tan inadvertidos. Porque una de sus cualidades es actuar desde las sombras. Y si de paso algún buen jefe lo lee igual está en su mano hacer algo al respecto.

Efectivamente los jefecillos, esos seres mediocres y recelosos, cuyo peligro es proporcional al poder que ostentan, actúan agazapados. Incluso ocupando cargos de relevancia su resentimiento les hace incapaces de manifestarse tal como son. No pueden evitarlo, cualquiera que ose no ser como ellos es enemigo declarado. Los jefecillos son así, no toleran que alguien sobresalga en su entorno. Lo cual no es difícil que suceda dada su mediocridad. El brillo de cualquier subalterno o compañero, por tenue que sea,  les hace daño. Cierto es que lo contrarrestan con grandes dosis  de disimulo y complacencia ante el que estiman su superior. También hay que reconocer que suelen ser voluntariosos y pacientes. Porque el peaje de su servilismo se lo cobran con creces a sus víctimas.

No hay jefecillo bueno. Algunos hasta aparentan simpatía pero su condición les impide ser generosos en lo principal y ahí radica su mayor peligro. Puede que aparenten fidelidad a los objetivos y la estrategia de la entidad, pero su falta de confianza inhibe a los subalternos;  impide que expresen sus opiniones o sean innovadores, resultando muy negativos para la empresa. Su empatía, siempre bajo mínimos, salvo cuando sólo la aparentan, es nociva para el trabajo en equipo. No digamos de su incapacidad innata para reconocer el esfuerzo o méritos de quienes tienen a su mando. Los jefecillos son espantadores de talento, frustradores natos y llegado el caso, expertos en buscar culpables. Nunca hierran, son los demás los que le han llevado a equivocarse. De ahí que, asumir y delegar responsabilidades, no vaya con ellos. Eso sí les pierde ocuparse de lo chico. Ahí se sienten como peces en el agua. Disfrutan detectando pequeños errores y la gozan aireando sus hallazgos y a sus causantes.  

Caer bajo un jefecillo es una maldición. Cultivarlos, como tantas veces se hace, una ignominia  y consentirlos un despilfarro porque salen muy caros. Impedir la existencia de jefecillos debería ser cometido principal de todo buen jefe.

5 comentarios sobre “De Jefes y jefecillos

  1. Sí, sí esos jefecillos que te quitan el estímulo y la ilusión por trabajar, y que suelen tener el puesto pero no son la “autoridad’… Cuando te cae en suerte uno de esos . Bufff ! Qué pesadez! 🙄

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  2. Genial el retrato que haces de esos gusanillos mediocres que todos hemos sufrido con más frecuencia que lo que seria deseable. Lo más triste es que ¿donde se encuentran esos buenos jefes que impidan su proliferación? Ese es el quid de la cuestión.

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  3. Apuntas bien Javier.Doy mucha importancia a la persona,educada en valores y por supuesto conocimientos necesarios para el puesto.Solo los mediocres,se comportan cuando les nombran,como «jefecillos».

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