Persona o gente: peligroso juego de palabras

Resulta cansino, muchas veces desesperante, pero no podemos cejar en el empeño. Lo que está en juego es demasiado importante; conformar nuestra identidad individual, ser dueños de nuestras ideas y sentimientos. Poder reconocernos, saber quiénes somos, es una necesidad humana básica para ser felices. Un derecho hoy amenazado.

Nacemos como individuos únicos e irrepetibles y deberíamos ser libres para consolidar y acrecentar esa individualidad. Pero lograr conservar la condición de persona, sin convertirnos en uno más de esa pluralidad genérica que llamamos gente, no es tarea sencilla y menos en los tiempos que corren. Imprescindible tener las ideas claras y principios sólidos.

Ser uno mismo hoy en día exige ante todo tomar conciencia de que es un lujo precario y vulnerable, un bien preciado que debemos cuidar con celo pues puede diluirse con facilidad. No es algo que tengamos garantizado, más bien lo contrario. Debemos ser conscientes de que todos somos susceptibles de dejar de ser personas para engrosar el dominio de la gente. No sucede de la noche al día. Si no se está alerta, poco a poco, iremos mudando, convirtiéndonos en lo que creemos esperan los demás, hasta que sea difícil reconocer nuestra identidad. En ese punto habremos pasado a engrosar las filas de la gente o lo que en su día describí en este blog como Auto-adoctrinados. Pero no basta con ser consciente del riesgo. Aquí viene lo cansino. Es indispensable estar alerta y dispuesto a la resistencia. Porque no son pocas las fuerzas que se empeñan en llevarnos al redil, en acrecentar un rebaño más fácil de pastorear. Los versos libres tienden a no ser dóciles y eso jamás ha gustado al poder. Fijaos, les gusta hablar de la gente, no de personas. Todo lo hacen por la gente.

Y entre las fuerzas más utilizadas para adocenarnos destaca el lenguaje. Esa maravillosa facultad del ser humano para expresarse y comunicarse que, utilizada como instrumento de manipulación, puede devenir en la amenaza más tóxica. Porque las palabras tienen un enorme poder para el bien y para el mal. Moldean nuestras ideas, percepciones y actitudes. Nunca son neutras y su uso para conformar el pensamiento es tan viejo como su propia existencia. Y, si siempre han jugado un papel clave en la historia de la humanidad, hoy en día, en la era de la información, su potencial para adoctrinar ha alcanzado cotas extraordinarias. Tan devastadoras como las de un arma de destrucción masiva.

Decíamos que para preservar nuestra libertad es esencial tener ideas claras y principios sólidos. Precisamente es ahí donde el poder encuentra en el lenguaje su medio más eficaz para trastocar conceptos y diluir valores. Sutilmente, mostrando una faz amable de comprensión, de modernidad y cercanía, de tolerancia y solidaridad, lo noble se envilece, lo ruin se ensalza, la opinión propia se enmudece y el pensamiento único va imponiéndose, allanando el camino para construir sociedades de gentes obedientes.

A poco que reflexionemos percibimos cómo, a través del peligroso juego de las palabras, se moldea a las personas para tornarlas en gentes sumisas que asumen creencias y actitudes delirantes, basadas en la mentira. Gentes a las que los infundios, bulos, falsedades y engaños les generan cada vez menos rechazo.  Gentes que, en su afán de ser modernos -a ver que van a pensar- asumen dócilmente la «neolengua» orwelliana que sirve al poder para construir su realidad. No hay nada progresista que sea malo y todo cambio es bueno. No se aborta, se interrumpe el embarazo. Contra el dolor y la pena, palabras feas de tiempos oscuros, llega la muerte digna y, como respuesta a la carestía de la vivienda, la solución habitacional. Los laminados por   productos financieros tóxicos, envueltos en nombres atractivos, suprimes o preferentes, son efectos colaterales de la crisis de éxito. No ser inclusivo y tolerante es sospechoso y poco democrático. Los, amigos, amantes, novios y matrimonios se han diluido en el  mar liberal y biodiverso de las parejas. Y si no has asimilado la buena nueva de eso que llaman, ideología de género, estas bordeando el delito. Así que ojo con qué palabras asimilas y utilizas. Su fuerza es hipnótica. Poco a poco irán adueñándose de tu persona y si no estás atento te convertirán en gente.

El mejor antídoto, pensar antes de hablar y la mejor respuesta llamar a las cosas por su nombre. Ese nombre que tú, en el fondo, sabes es el correcto.

6 comentarios sobre “Persona o gente: peligroso juego de palabras

  1. Muy cierto, el lenguaje es el caballo de Troya de lo políticamente correcto y no utilizar los términos de esa neolengua progresista nos señala como habitantes,de la caverna, no de la de Platón, esos,al menos trataban de entender su entorno, sino como neanderthalensis sin ideas.
    Me gustan las palabras y el lenguaje, porque dependiendo de cuales usemos, nos sentiremos gente o individuos pensantes.
    Y el pan es pan y el vino es vino, digan lo que digan los veganos del lenguaje, que son aquellos seres que rechazan llamar a las cosas por su nombre y son cursilisimos maestros del eufemismo progre.
    ¡Vivan los heterodoxos que se resisten al lenguaje
    que refleja la dirección “correcta” dominante!

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  2. Querido Javier, de nuevo leo con gusto Como señalas con tu dedo en la llaga, en este caso descubriendo cómo el uso de las palabras ayuda a conseguir el fin de algunos para amaestrar al personal.
    El uso de eufemismos me recuerda la brillante explicación de la pasada crisis financiera que con un toque maestro de humor explican estos artistas https://youtu.be/DbW7VRb-g6c
    Un abrazo

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    1. Carlos me temo que son algo más que eufemismos. Me parece que una cosa es dulcificar la realidad y otra falsearla directamente. El vídeo muy, muy bueno. Refleja exactamente lo que pasó. Igual has visto la película “La Gran Apuesta” de Adam Mackey basada en una novela y hechos reales de la crisis del 2007. Si no la conoces te la recomiendo. Los autores del vídeo parecen haberse inspirado en ella. Gracias por tus comentarios.

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  3. Las palabras tan importantes como maleables y cambiables, retorciendo discursos y cambiándolos según a quien quieran engañar cada día. Y sin pudor ni rubor donde dijeron “digo’ dicen “Diego”. Descaradamente en estas fechas de “saldos”, cualquier discurso vale por un montón de votos.

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