El reto de ser uno mismo: alcanzar metas sin perder la identidad

¿Que pueden tener en común mi cumpleaños, el comentario de una amiga, el rulo de un hámster, un ingeniero japonés y una enfermera australiana? Pues que son los mimbres de mi reflexión en  esta entrada.

Nunca he percibido la vida como un proyecto planificable que requiera de un gestor. Más bien lo contrario. Quienes creen que tiene todo previsto están condenados al fracaso. Cosa distinta es dejarse llevar sin más. Para mí la gracia de vivir consiste en saber surcar el devenir siendo fiel a tus principios, resistiendo la manipulación y  procurando alcanzar metas sin dejar de ser uno mismo.

Supone una apuesta personal, la más importante, pues  lo que nos jugamos es nuestra felicidad. Cierto, no es fácil correr esta carrera, pero puede hacerse y merece la pena. Exige practicar virtudes como la constancia y la voluntad junto a buenas dosis de honestidad con uno mismo y de valor para enmendarse. Pero ante todo requiere tomar conciencia de la idea y dedicar tiempo a cultivarla; pararse a hacer balance, rectificar fallos, recuperar fuerzas y seguir adelante con renovado impulso.

No sé si mi cumpleaños ha sido el detonante para escribir estas líneas. Igual  al caerte un nuevo año estás más receptivo. La verdad no lo sé. Quien creo da en el clavo es mi buena amiga Belén cuando, al comentar la entrada Ancianos: faros de vida, escribió «¡Qué vértigo da cumplir años a determinada edad!»

Gran verdad. A medida que uno asciende en cualquier escala mirar hacia abajo puede producir vértigo. Pero continuar escalando sin pausa, abducidos por el mero fin de ir cubriendo etapas sólo conduce al vacío. ¿Cuántas veces tantas personas se han sentido como el hámster que corre constantemente dentro de una rueda sin llegar a ninguna parte? No echar una ojeada atrás de vez en cuando para hacer arqueo preguntándose a dónde voy y quién soy entraña el riesgo de terminar en el lugar equivocado o, peor aún, de mirarse en el espejo y no reconocerse.

Para no perder el control evitar la trampa del rulo del hámster es imprescindible. Si se ha caído en ella hay que salir cuanto antes. Además, desprendernos de todas esas adherencias que van enmascarando nuestra personalidad es una necesidad vital. Tan vital como eliminar la grasa cuando se acumula en las arterias pues, en este caso, lo que se obstruye es nuestra capacidad para ser felices y hacer felices a los demás.

Ahora bien, tampoco se trata de someternos a una dieta extrema. La vida impone muchos condicionantes y no todos son eludibles. Debemos aprender a convivir con algunos lastres. Pero de ahí a dejarnos dominar por tanta obligación impostada que no aporta valor alguno, va un trecho. Dedicar recursos escasos como el tiempo y las fuerzas a ocuparnos de lo que otros esperan de nosotros, del que dirán, de falsas lealtades o de compromisos interesados es un desperdicio. En términos de economía vital es del todo ineficiente y no genera valor añadido alguno.

Y hablando de valor añadido,  grasa y desperdicios, me viene a la cabeza que, salvando las distancias, mi  reflexión suena mucho al  ya clásico «enfoque Lean» aplicado en todo tipo de negocios y procesos  para incrementar la eficiencia y la productividad. Basado en las ideas concebidas en los años 50 por el ingeniero japonés Taiichi Ohno,  «lean» (magro en inglés) es un método que busca maximizar el valor de cara al cliente eliminando la «grasa» sobrante en un proceso de mejora continua. ¿Verdad que se parece? Lo que hace «lean» es orientar los procesos clave hacia el aumento de valor eliminando trabajos y recursos que no aportan, que son desperdicios, permitiendo adaptarse a las necesidades cambiantes del cliente.

Si ponemos que el cliente somos nosotros y el proceso nuestro devenir, maximizar los valores que aportan auténtica calidad de vida debería ser nuestro principal objetivo. Para ello,  como señala «lean» deberíamos eliminar periódicamente las grasas y adherencias estériles  de nuestras vidas. Así seríamos vitalmente más eficientes y productivos.

Ahora bien, cómo saber cuáles son esos valores que deberíamos maximizar para perseguir una vida más plena, más nuestra. Literatura al respecto hay mucha y variada. Pero como ejercicio, para que cada cual llegue a sus propias conclusiones, recurriré al último personaje, la enfermera australiana Bronnie Ware. Experta en cuidados paliativos y enfermos terminales publicó en 2012 el libro «Top 5 Regrets of the Dying» (Los cinco mayores arrepentimientos de los que van a morir). Suena duro, pero leyendo las conclusiones resulta mucho más inquietante que algún día lleguemos a preguntarnos ¿Por qué no lo hice?

Aquí las dejo pues siempre estamos a tiempo de aplicarnos el método «lean».

  • Ojalá hubiera tenido el coraje de hacer lo que deseaba y no lo que los demás esperaban de mí.
  • Ojalá no hubiera trabajado tanto y hubiese dedicado más tiempo a familia y amigos.
  • Ojalá hubiera tenido el valor de expresar mis sentimientos, opiniones e ideas.
  • Ojalá hubiera hecho el esfuerzo de mantener el contacto con viejos amigos.
  • Ojalá me hubiera permitido ser más feliz sin tener miedo al cambio, sin dar valor a pequeñeces.

3 comentarios sobre “El reto de ser uno mismo: alcanzar metas sin perder la identidad

  1. Me ha gustado mucho tu artículo. Te mandaré un libro que trata sustancialmente el tema desde el mundo digital y la aceleración del tiempo en una realidad que no existe. Muchas gracias. Un fuerte abrazo. Manuel

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  2. ¡Un honor que me nombres en tu entrada! 🙂. Me parece una reflexión muy interesante y un propósito, el de seguir siendo uno mismo, tan prioritario como complicado y olvidable (si es que existe esta palabra). Olvidar esos hábitos pegajosos que no hay manera de dejar atrás, y que no sabes cuando llegaron a tu vida, parar a analizrar qué es de todo eso lo que no va contigo, y evitar que la vida te arrolle y desdibuje lo que de verdad eres, muchas veces no solo es dificil, sino incomodo. Es mucho más fácil dejarse llevar en ¡tantos aspectos!. Gracias por tu reflexión que nos hace pararnos a pensar sobre ello, Anotado queda recordarlo.

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