Si Nochebuena y Nochevieja pueden parecer fiestas muy distintas, religiosa la una y profana la otra, curiosamente cómo las saludamos revela que son dos caras de la misma moneda.
Mediar diciembre y comenzar a ver y oír el saludo ¡Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo! sigue siendo un clásico. Incluso aquellos que empeñados en diluirlo todo para no mentar la Navidad recurren a la hueca fórmula de ¡Felices Fiestas!, llegando el nuevo año desean prosperidad. Y eso ¿qué es? me pregunto. Pues según el diccionario es una condición que va más allá de lo material de bonanza y bienestar; dos palabras cuyas raíces nos hablan de sosiego, de calma y de estar bien; en suma de paz y bien.
Si en El Principito el zorro da una lección magistral al niño protagonista sobre la amistad, enseñándole que significa crear lazos con paciencia y constancia forjados en la responsabilidad, lo mismo cabría decir de la paz y el bien inherentes a la prosperidad. Así, al desear un año próspero, si la intención es sincera y no un mero formulismo, aunque no se piense se asume un compromiso. Porque al igual que la amistad requiere, según el zorro, entrega tiempo y rutinas para construir confianza y felicidad, querer la prosperidad ajena implica asumir la responsabilidad de contribuir a ella.
Aquellos que proclaman prosperidad mientras en su entorno levantan muros y siembran cizaña y división creando desventura, son falsos y tóxicos profetas. Como los que cultivan la envidia y el temor porque en su interior, donde habita el resentimiento la codicia, la soberbia y la desconfianza late en el fondo un miedo que imposibilita para la concordia. Donde reina el miedo no hay paz que valga ni espacio para que abunde el bien por mucho que se proclame.
Frente a estos, para desear honestamente prosperidad es preciso estar en disposición de comprometerse a buscar la paz interior y contagiarla, porque la paz de uno será la de su prójimo. No se trata de proponerse salvar el mundo o frenar guerras y catástrofes, basta, como con la amistad, entrega, tiempo y rutinas creando pequeños lazos y fomentando vínculos de fraternidad en el entorno más cercano combatiendo miedos y resquemores. A la postre, desear que el nuevo año sea próspero supone desear que sea bueno, que transcurra sin temores; en paz.
Ciertamente no hablamos de un deseo menor, de hecho alcanzar la prosperidad bien entendida supera las capacidades humanas y de ahí que sea un anhelo permanente por inalcanzado en la historia de la humanidad. Por ello San Francisco de Asís, referente de fraternidad, al inspirar en la familia franciscana lo que hoy es su lema y saludo distintivo, «Paz y Bien», lo hizo deseando un don de Dios. Más allá de la ausencia de guerras san Francisco deseaba la paz como llamada a una armonía profunda que nace de un corazón convertido a Dios y el bien como apelación a la buena voluntad de vivir el Evangelio siendo mensajeros de perdón y reconciliación para transformar el odio en amor y la discordia en unión.
Como señaló el papa Francisco “La paz franciscana no es un sentimiento almibarado. Por favor: ¡ese san Francisco no existe! Y ni siquiera es una especie de armonía panteísta con las energías del cosmos… Tampoco esto es franciscano, sino una idea que algunos han construido”. “La paz de san Francisco -prosiguió el Pontífice- es la de Cristo, y la encuentra el que ‘carga’ con su ‘yugo’, es decir su mandamiento: ‘Amaos los unos a los otros como yo os he amado’. Y este yugo no se puede llevar con arrogancia, con presunción, con soberbia, sino sólo con mansedumbre y humildad de corazón. Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a ser ‘instrumentos de la paz’, de la paz que tiene su fuente en Dios, la paz que nos ha traído el Señor Jesús”.
Y así es, porque ese niño nacido en un pesebre, tan frágil como la paz, nos trajo el bien poniéndonos en paz con Dios, llevando a cabo la pacificación entre los hombres, derribando muros de separación, odio y hostilidad, pacificándolo todo mediante la sangre de la cruz. Porque, como proclamó san Pablo, “Cristo es nuestra Paz” (Ef 2,14).
Vemos pues que, en labios cristianos, cuando al llegar la Nochevieja festejemos la entrada del nuevo año brindando por un ¡Próspero Año Nuevo!, no haremos sino desear la paz y el bien encarnados en el Salvador cuyo nacimiento festejamos escasos días antes celebrando la Nochebuena. ¿Cabe mayor vínculo entre ambas fiestas?
Con mis mejores deseos, Paz y Bien para el año 2026.
