Ni tan buenas ni tan malas

Constato a diario que el virus de la polarización ha llevado a profesionales de distintos campos, a los que se les presupone rigor, a renunciar a la ecuanimidad al defender sus opiniones. Claro ejemplo son los debates vinculados a la transición energética.

Basta asomarse a las muchas informaciones y debates que circulan en las redes sociales en torno a las energías renovables, los combustibles fósiles o los vehículos eléctricos, entre otras materias, para comprobar que la imparcialidad cotiza a la baja. Resulta fácil observar tanto la fuerte inclinación existente a desprestigiar la opción contraria, subrayando sólo sus aspectos negativos, como la de colocar en el lado opuesto a quien ose matizar las virtudes o defectos de un tipo u otro de energía o de movilidad.

Recurrir a enaltecer las ideas propias silenciando las bondades de las ajenas y acentuando sólo sus deficiencias, de siempre ha sido táctica predilecta de quienes carecen de argumentos sólidos. Lo sorprendente y lamentable es que, un creciente número de profesionales, que supuestamente no precisan recurrir a táctica tan vulgar, la hayan adoptado.

Quizás, llevados por su apasionada convicción de las bondades de las tecnologías que promueven, lo hagan inconscientemente. Pero el hecho es que, para defender las energías renovables o los vehículos eléctricos, es frecuente que, amén de negar virtud alguna a los combustibles fósiles o a los vehículos de combustión sólo se les atribuyan todo tipo de males. Justo es decir que, a la inversa, también se emplean estas tristes tácticas, pero hoy toca lo que toca.

Siendo un hecho que las diferentes fuentes de energía y tecnologías de  motores ofrecen aspectos positivos y negativos, lo racional y riguroso es argumentar comparando en cada caso los pros y contras. Sin embargo, como quiera que el virus de las pasiones y la polarización también ha infectado este ámbito, siendo el principal vector la llamada a la “emergencia climática”, quien se atreva a señalar que no todo es tan bueno ni tan malo como se pinta, se expone a ser encasillado en el bando opuesto, cuando no tildado de equidistante o de cosas peores. Razón que también explica por qué la ecuanimidad se prodiga cada vez menos en este campo.

A la vista del panorama y por el bien de todos, lo que sí parece urgente es volver a exaltar el valor de la ecuanimidad. Aunque comúnmente asociada a la estabilidad  emocional,  esta virtud juega un papel determinante en el discernimiento y la toma de decisiones. Ser ecuánime, o lo que es lo mismo, imparcial y equilibrado, en absoluto significa carecer de opinión, ser equidistante o indiferente. Al contrario, conlleva implicarse, analizar con objetividad y mesura la materia de que se trate y sopesar los pros y contras de las alternativas planteadas sin dejarse arrastrar por la influencia de las pasiones, preferencias e intereses coyunturales.

Actuar ecuánimemente no sólo permite tomar decisiones más racionales y beneficiosas a largo plazo, añade un plus de rigor y veracidad a las ideas que se defiendan. No pasa nada por reconocer que el carbón, el petróleo, el gas o los  motores de combustión, con sus limitaciones, deficiencias e impactos negativos, han prestado y siguen prestando grandes servicios a la humanidad. Al revés, negar este hecho no sólo dice poco de la sinceridad y honestidad de quien lo hace, denostar los combustibles fósiles y sus aplicaciones para ensalzar las energías renovables o los vehículos eléctricos, hace flaco a estas tecnologías que tienen méritos sobrados para no precisar alzas tan ruines.

Para defender avances en cualquier campo no hace falta despreciar y demonizar los previos, es suficiente exponer con rigor qué aportan las nuevas soluciones para satisfacer las necesidades cubiertas por las anteriores salvando algunas de sus deficiencias. Asimismo, reconocer las limitaciones de las nuevas alternativas no las desmerece, les otorga credibilidad y disipa confusionismos y desconfianzas, pues, a la postre, ni todas son tan buenas ni tan malas, basta que sean mejores.

Confiemos en que, las pasiones y adhesiones que generan tanta polarización en este campo tan relevante, amainen y se imponga la ecuanimidad, no vaya a ser que tengamos que acabar dando la razón a Albert Einstein cuando dijo: “Pocas personas son capaces de expresar con ecuanimidad opiniones que difieren de los prejuicios de su entorno social. La mayoría de las personas son hasta incapaces de formar tales opiniones.”

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