De la neo verdad climática

Dado que los promotores del credo político imperante, que atribuye el origen de los más diversos males a la “emergencia climática”, no cejan en su empeño de amplificar su influencia en los ámbitos más dispares, igual acaban descubriendo que también es la causa del “sanchismo”.

Tarde, pero llegó y no defraudó. Tras una semana de múltiples incendios en Galicia, Castilla y León y Extremadura el presidente Sánchez interrumpió graciosamente sus vacaciones para señalar la causa; la emergencia climática. Una vez más cualquier otro motivo o factor inductor quedó diluido, porque, cuando conviene, no hay fórmula distractora y evasiva más eficaz que atribuir el origen del mal que toque al cambio climático.

Cuando a finales del pasado siglo comencé a ocuparme del cambio climático de origen antropogénico, a los pocos que nos dedicábamos a ello profesionalmente se nos tachaba de ingenuos iluminados dedicados a algo que no tenía ni fundamento ni recorrido alguno. Entonces, como ahora, era consciente de que, si bien hay datos científicos que avalan la existencia del fenómeno, a la par, sus causas, dinámicas y efectos plantean no pocas dudas. De ahí que pensase y pienso que cuestión tan relevante y compleja deba tratarse con rigor científico y prudencia política a salvo de toda manipulación interesada.

Con el paso de los años, muchos de aquellos detractores, hoy acérrimos creyentes, y de los que se han venido sumando al carro de la emergencia climática, nos tachan de negacionistas a quienes tenemos dudas. Así se escribe la historia.

Como sabíamos hace décadas, el punto más débil de la lucha frente al cambio es que se presta a ser instrumentalizada hasta límites insospechados, y, lamentablemente, así ha sucedido. Ideologizada se ha convertido en instrumento para moldear la sociedad, politizada en un recurso para ejercer el poder y mercantilizada, en un gran negocio fuente de enormes ingresos. Incluso no pocos han llenado vacíos existenciales haciendo del cambio climático un sucedáneo religioso, con sus dogmas incluidos. 

Sí, el clima está cambiando, los gases de efecto invernadero están aumentando en la atmósfera por la quema de combustibles fósiles y ejercen una influencia en el calentamiento del planeta. Pero, siendo bueno y necesario mitigar las emisiones de dichos gases, desarrollar la eólica y la solar o promover los vehículos eléctricos no va a reducir los incendios el año que viene. Meter todo en el mismo saco y etiquetarlo “emergencia climática” es una cobarde, interesada y frívola irresponsabilidad.

El cambio climático no origina los incendios. Los debidos a causas naturales son los menos siendo en torno al 85% provocados, mayormente por accidentes o negligencias y en menor medida intencionadamente. Los aumentos de temperatura, olas de calor y sequías atribuidos al cambio climático podrán agravar los incendios y contribuir a incrementar su frecuencia e intensidad, pero no cabe reducir tema tan complejo a la emergencia climática. De hecho, son tan diversos los factores que influyen que, dada la heterogeneidad del territorio nacional en cuanto a meteorología, topografía, vegetación y factores socioeconómicos, que el análisis de la siniestralidad de incendios forestales se aborda tradicionalmente de forma regionalizada.

El cambio climático también se ha alzado como la perfecta excusa política para no asumir responsabilidades. Da igual cual sea el mal, una inundación, el hambre en el mundo, la injusticia social o un incendio. Convertida en chivo expiatorio, basta mencionar la emergencia climática para diluir las auténticas causas y las responsabilidades que llevan aparejadas dando mucho juego a modo de burladero político para todas las ocasiones. Virtud a la que se suma haberse transmutado en fuente de ingentes cantidades de dinero público que alimenta los más variopintos negocios cuyos pingües beneficios explican, en no poca medida, la existencia de tantos fieles adeptos.

Ante el empuje de esta “neo verdad” de la emergencia climática que se vende tan bien lo que ha quedado allanado ha sido la incertidumbre y la duda, es decir, el motor del conocimiento científico. Todo aquel que osa plantear dudas queda estigmatizado y cancelado por un discurso político económico tajante y sin fisuras. La sociedad pide certezas y la sencilla “neo verdad” climática se las ofrece cual pócima mágica. 

Así, proscrita toda duda, sustituyendo el debate racional sobre el cambio climático y sus efectos por un imperativo credo climático políticamente correcto, han hecho del fenómeno un movimiento, el de la emergencia climática, posibilitando a sus gurús vincularlo con lo que sea menester siempre que convenga. En este contexto acientífico, dado el contumaz empeño de tantos en atribuir al cambio climático el origen de los más diversos males en los ámbitos más dispares, igual acaban descubriendo que también sea la causa del “sanchismo”.

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