Si ser víctima de ese engranaje social que distorsiona a conveniencia la idea de cómo somos es común e inútil todo intento de impedirlo o combatirlo, evitar ser presa de ello es vital para no quedar reducido a un personaje.
Leyendo el otro día unos comentarios sobre alguien a quien conozco bastante desde hace tiempo tuve la impresión de que se referían a otra persona. Me llevó a pensar en esa curiosa tendencia que tenemos a creer que los dimes y diretes referidos a terceros no se nos aplican a nosotros; cuando lo cierto es que nadie escapa a ser retratado por otros para bien o para mal.
Dado que el tema se presta a muchas interpretaciones para explicarme recurriré a un maestro en adentrarse en la naturaleza humana, retratar caracteres y navegar entre la persona y el personaje. Hablo del prestigioso escritor belga Georges Simenon (1903-1989), autor de notable fecundidad conocido sobre todo por sus novelas policiacas protagonizadas por el comisario Maigret.
En la vida de Simenon, envuelta en misterios alimentados por el mismo, se entrelaza su personaje más célebre, Jules Maigret. Hasta tal punto es así, que, en una de sus mejores obras, la mejor según su biógrafo Pierre Assouline, Simenon se pone en la piel de su personaje entablando un diálogo sobre la verdad y la realidad. Se trata de “Las memorias de Maigret” publicada en 1951, en la cual el comisario le reprocha no sentirse ni él ni su vida reflejados con veracidad en sus libros.
En la novela, que para mí es más un ensayo sobre la idea que Simenon tiene de la realidad, su personaje Maigret, en un intento de desvelar la verdad sobre su persona y su vida va exponiendo todas las imprecisiones y falsedades que figuran en las historias que protagoniza. Pero siendo ello interesante, a nuestros efectos lo son más las discusiones que mantiene con su inventor.
Tras explicarnos en el primer capítulo cómo se conocieron, el comisario aborda la cuestión que será el eje de sus conversaciones con Simenon a partir del segundo capítulo que titula: Donde se trata de la verdad tal como es, cosa que no convence a nadie, y de las verdades «arregladas», que resultan más verdaderas que las auténticas.
Tras mostrar su desacuerdo sobre cómo le “retrata” Simenon y de la imagen que de él transmite, Maigret reconoce su impotencia para cambiarla, me hallaba cogido entre las ruedas de un engranaje del que ya no he podido salir jamás y del que estas páginas que estoy emborronando tampoco me iban a librar. No obstante,para justificar su empeño, añadirá: Simplemente se trata solo de confrontar un personaje con otro, una verdad con otra. A lo que Simenon le responderá: La verdad nunca parece verdadera. No hablo solo de literatura o pintura. (…) Cuéntale a cualquiera cualquier historia. Si no la arreglas, les parecerá increíble, artificial. Arréglala y será más auténtica que la vida.
A medida que Maigret avanza tratando de corregir los desafueros de Simenon éste le va convenciendo de que él es en realidad como los demás le ven, o lo que es lo mismo como el autor describe a su personaje. Llegado a este punto, quizás como pequeña venganza, el comisario le espeta: ¿Sabe usted que con el tiempo ha empezado usted a andar, a fumar en pipa y a beber, como lo hace su Maigret? A pesar de su resistencia, Maigret acabará por aceptar que Simenon tenía razón que la famosa frase sobre las verdades fabricadas que resultan más verdaderas que las auténticas no sería solamente una paradoja.
Como enseña Simenon en este brillante e ingenioso juego entre la realidad y la ficción, es vano esfuerzo tratar de reenfocar la distorsionada imagen que de uno hayan dibujado los demás, obviando esos detalles que marcan la diferencia y añadiendo “arreglos” caprichosos. Ahora bien, una cosa es no entrar al trapo y otra muy distinta acabar aceptando como verdad algo que no los es. Que el comisario Maigret lo hiciese es propio de lo que era en realidad, un personaje. Las personas deberíamos saber distinguir si aquello que se nos atribuye es falso o cierto para evitar convertirnos en los personajes creados por las habladurías.
