Nieves de estío

Hay sucesos cuyos ecos seculares, atravesando el tiempo, mares y continentes, han ido transformando la historia, dejando huellas imborrables, hasta nuestros días y más allá.  

No tiendo a creer mucho en las casualidades, sí en cambio en que los derroteros de la Providencia son inescrutables y sorprendentes. El pasado 5 de agosto, la festividad de la dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor me llevó a reflexionar sobre uno acaecido hace 16 siglos que sigue dando frutos esperanzadores.

Cuenta la tradición que, mediado el siglo IV, a unos ricos esposos romanos se les apareció en sueños la Virgen a quien habían rogado su intercesión para tener hijos. Dicen que sucedió una calurosa noche del 4 de agosto y que la Virgen les pidió que levantaran una iglesia allí donde estuviera cubierto de nieve. Idéntico sueño lo tuvo el Papa Liberio (p. 352-366). Al día siguiente, un tórrido 5 de agosto, una parcela del Monte Esquilino apareció cubierta de nieve.

Hasta aquí la tradición. El hecho es que Liberio, pontífice marcado por su sufrida y férrea oposición al arrianismo negador de la divinidad de Cristo, colocó en la parcela señalada las primeras piedras de una iglesia dedicada a la Virgen. Y, reseñable es, que lo hiciese pocas décadas después del Concilio de Nicea (325), que, condenando la herejía arriana, formuló el Credo Niceno que afirma la divinidad de Cristo y su igualdad con el Padre.

Cien años después, el Papa Sixto III (p. 432- 440), ordenaría dedicar a la Virgen una basílica, Santa María la Mayor, sobre los restos de la iglesia de Liberio. El motivo, la celebración de la proclamación de María como Madre de Dios por el Concilio de Éfeso (431) que declaró herética la doctrina nestoriana por negarlo, así como por su rechazo a la coexistencia en Jesucristo de dos naturalezas, divina y humana.

Fallecido Sixto III le sucede su consejero, san León Magno (p. 440 – 461). De su extraordinario pontificado, que incluye sus famosas actuaciones frente a Atila y Genserico impidiendo la destrucción de Roma, destacaré dos hechos: Mediante su célebre texto doctrinal, conocido como «Tomo a Flaviano», logró que el Concilio de Calcedonia (451) condenase la herejía de Eutiquio, negadora de la esencia humana de Cristo y concluyo la Basílica de Santa María La Mayor. También llamada Santa María de las Nieves o  Basílica Liberiana, alberga un icono atribuido a san Lucas ante cuya imagen los romanos veneran a su patrona la Bienaventurada Virgen “Salus Populi Romani”.

Debido a los vínculos con la monarquía hispana este santuario mariano, el más antiguo e importante de Roma, es, así mismo, conocido como la iglesia «española». Desde los Reyes Católicos, que hicieron importantes donaciones a la basílica proseguidas por las dinastías Habsburgo y Borbón, Santa María la Mayor se convirtió en un símbolo de su relación con el papado, que aún pervive, y la ya muy arraigada devoción española a la Virgen, se amplificó en su advocación como “Salus Populi Romani”.  Hoy sigue muy viva y aunque quizás la celebración más conocida sea la de la Virgen Blanca de Vitoria, en otras muchas localidades cada 5 de agosto se celebran fiestas en su honor.

Con el descubrimiento de América, gracias a los misioneros, esta advocación mariana atravesaría los océanos Atlántico y Pacífico y, muy pronto, surgieron iglesias dedicadas a la Virgen de las Nieves y devotos en Hispanoamérica y Filipinas. Entre tantos lugares, arraigo en Buenos Aires, de la que es patrona, y donde se la venera desde la fundación de la ciudad en 1580, conmemorándose en la iglesia de los jesuitas de San Ignacio que alberga su imagen más antigua.

Con estos antecedentes, no es casualidad que, transcurridos 16 siglos desde la milagrosa nevada, el primer papa jesuita, americano y argentino, dejase escrito en su testamento que deseaba ser enterrado en Santa María la Mayor junto a la Capilla de la “Salus Populi Romani”. A esa misma iglesia donde san Ignacio de Loyola celebró su primera misa como sacerdote en 1538, acudiría el papa Francisco el primer día de su pontificado y volvería al comenzar y finalizar cada viaje apostólico para rezar ante el icono mariano que conoció en su juventud.

Tampoco es casual que, el pasado 25 de mayo, otro americano hijo de la evangelización española y muy devoto de la Virgen, otro papa León, el XIV, agustino y misionero, tras tomar posesión en la basílica de San Juan de Letrán de la Cátedra del Obispo de Roma, acudiese a Santa María la Mayor para venerar a la “Salus Populi Romani” y rezar ante la tumba de su antecesor el papa Francisco.

La larga y profunda relación de vínculos seculares que revela esta historia inacabada, evidencia que, aquellas nieves de estío Marianas se resisten a derretirse, y que sus frutos son signos de esperanza que pervivirán eclipsando todos los tiempos heréticos.

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