Eminencia, agua bendita por favor

Carta abierta a mi obispo, Emmo. y Rvdmo. Sr. D. José Cobo Cano arzobispo de Madrid.

Hace años un viejo agricultor me dijo que la ruina del campo acostumbra a comenzar por lo chico. Y no se refería a los bichos que causan plagas, sino a olvidos, descuidos y abandonos que, no corregidos, con el paso del tiempo pasan de leves a graves. No sé si el motivo de la presente le parecerá pequeño, creo que no lo es; como usted bien sabe, los signos y las tradiciones son elementos esenciales en la vida de la Iglesia Católica.

Llevo tiempo esperando a que la situación se revierta. Desde que volvieron a abrir las iglesias tras la pandemia, las pilas de agua bendita de no pocas de las que he visitado, incluido parroquias, siguen secas. La presente es para solicitar a su eminencia que haga lo que estime oportuno para corregir una ausencia que a los católicos nos priva de uno de los principales “sacramentales” de la Iglesia.

En demasiadas iglesias la pila de agua bendita ha quedado reducida a mero elemento decorativo. Carentes del agua bendecida con la que los feligreses se persignaban al entrar en el templo muchos de ellos ya ni siquiera echan en falta su benéfica función. Otros, los más jóvenes, simplemente la desconocen. Y lo más grave es que, cuando he preguntado a sacristanes y sacerdotes, las respuestas  no dejan lugar a dudas; en general no se trata de un olvido.

He escuchado justificaciones para todos los gustos, desde poco reverentes, como afirmar que tener agua estancada es antihigiénico, pasando porque las usan para lavar jeringuillas, hasta que mantenerlas limpias y rellenar las pilas da demasiado trabajo para lo poco que se usan. Excusas todas ellas refutadas a diario en todas las iglesias donde sí cuidan de que las benditeras cumplan su función. Lo que estas respuestas omiten o, mejor dicho, niegan es el inmenso valor sobrenatural del uso del agua bendita. 

Como sabe mejor que yo, el agua bendita es, junto con la señal de la cruz y las bendiciones, uno de los principales “sacramentales” prescritos por la Iglesia. Y si bien no confieren, como los sacramentos instituidos por Cristo, la gracia del Espíritu Santo, sí son, como enseña el Catecismo, signos sagrados que, por intercesión de la Iglesia, producen efectos espirituales y disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos. Siendo así, hacerlos más accesibles a las personas no es una cuestión menor.  

No me alargaré hablando del uso del agua como medio de purificación desde los albores del cristianismo. Tampoco de la secular tradición de la existencia de pilas de agua bendita a  la entrada de las iglesias o de benditeras en las casas. En ello hay un profundo acto de fe en las misteriosas influencias sobrenaturales que nos ayudan en nuestro camino de salvación y en el alejamiento del maligno. Aspecto este no menor, destacado por muchos santos, y del que Teresa de Ávila, en su “Libro de la Vida”, relata su experiencia señalando  que no hay nada como el agua bendita para poner en fuga a los demonios y evitar que vuelvan nuevamente.

Visto el abandono de tantas pilas en tantas iglesias y las explicaciones dadas, cabe preguntarse si la razón principal no será que sus responsables consideran que  persignarse con agua bendita es un rito anticuado. No digamos si hablamos de sus efectos sobre el maligno, nos llevaría a plantear otra delicada cuestión: ¿aún creen en la existencia y la acción del demonio?

Lo que es una realidad es que los religiosos y párrocos que no reponen el agua bendita en las pilas no sólo están privando a sus fieles de su poderosa fuerza sobrenatural. Además están contribuyendo a negar a muchas personas, particularmente a los niños y  jóvenes, a adquirir el conocimiento y la práctica de un signo sagrado y una benéfica tradición que dispone a recibir la gracia del Espíritu Santo.

Confío que su eminencia no considere esta cuestión indigna de atención. Como decía el viejo agricultor la ruina acostumbra a comenzar por lo pequeño. Hoy en España muchos bautizados no se reconocen cristianos. Seguro que son varias las causas, pero si no se promueve lo que tiene de sagrado entrar en un templo, si no se facilita hacerlo persignándose con el  agua bendita que recuerda a los fieles su propio bautismo y los invita a renovar sus compromisos bautismales, cómo cabe esperar que los bautizados se reconozcan cristianos.

Por lo expuesto y por aquellos católicos que sí echamos en falta el agua bendita en las pilas de las iglesias, especialmente en estos “tiempos del maligno”, le ruego eminencia que atienda mi petición. Paz y bien.

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