28 de abril, apagón eléctrico en España y opacidad informativa gubernativa; día 29, festividad de santa Catalina de Siena, esconder la luz es permitir que el mundo se vaya pudriendo; 30 de abril, evangelio del día (Juan 3, 16-2), todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
Seis días después de sufrir el apagón eléctrico que dejó a los españoles sin luz ni telecomunicaciones por primera vez en nuestra historia, seguimos sin saber la causa y sin que ninguna autoridad asuma responsabilidad alguna. Si muy graves fueron el fallo total del sistema eléctrico y sus consecuencias, peor aún es lo que ha evidenció la respuesta del gobierno y de la ciudadanía.
Siendo cierto que el sistema permitió recuperar luz y comunicaciones a lo largo del día y que el comportamiento de la gente fue sereno y solidario, también lo es que existe otra cara de la moneda más preocupante que el apagón; un gobierno evasivo que cultiva el silencio y la opacidad informativa ante las crisis derivadas de su nefasta gestión y una ciudadanía crecientemente acostumbrada a ser tratada cual alegre rebaño.
Que el gobierno ha tomado bien la medida a una sociedad mayormente anestesiada es una evidencia. Instrumentando el estoicismo con el que el pueblo español afronta las crisis, utiliza esta virtud como escudo y coartada. Erigiéndose el primero a la hora de aplaudir tan noble actitud tapa sus miserias y, halagando los oídos del pueblo con más engaño que sinceridad, consigue que las gentes, henchidas de autosatisfacción, no le acusen e incluso le eximan de culpa.
Si el civismo es encomiable, la aceptación popular de que sirva para encubrir las responsabilidades de un gobierno raya en lo patológico. La pregunta que surge es ¿cómo hemos llegado a esta situación? Al punto en el que, tras cada crisis, y llevamos varias notables, lo que quede en el recuerdo colectivo sea lo bien que se portaron los españoles sin apenas quedar huella de las culpas de unas autoridades cuya ideología, incompetencia y mentiras provocaron tanto daño.
Seguro que la respuesta es compleja, pero existe una causa destacada. Lenta y sutilmente se ha promovido un proceso de manipulación que ha llevado a muchas personas a dudar de sus percepciones, llegando a cuestionarse su entendimiento de los acontecimientos. Hablo del llamado gaslighting, traducido al español como hacer luz de gas. Aunque es más conocido en relaciones afectivas, familiares y laborales, también opera y mucho en la política.
Se trata de un proceso de manipulación psicológica, tan agresivo como intangible y pausado, generador de tal confusión en la victima que esta llega a desconfiar de la realidad que percibe y de sus experiencias hasta anular su criterio, otorgando más valor y prioridad al criterio del manipulador. La base del proceso es la mentira reiterada hasta la saciedad y el objetivo último siempre el mismo; lograr el control sutilmente.
Dicen los expertos que el gaslighter es persona egocéntrica, cómoda en la mentira y carente de empatía; perfil que retrata al presidente del gobierno, especialista en encubrir sus vilezas y errores así como los daños colaterales causados con falsos relatos sin sentir culpabilidad alguna. Y lo hace envolviendo la realidad en tinieblas, desinformando, negando hechos o distorsionándolos, desacreditando al contrario, falseando datos, polarizando y trasladando la culpabilidad a otros.
A medida que se logra saturar el ambiente de mentiras con la complicidad de medios serviles y el silencio de gentes aborregadas, intensificar la luz de gas desde el gobierno resulta sencillo. Las personas necesitan poder confiar y sabiendo el manipulador que las instituciones públicas son un referente que ha sustituido en demasía a otros, las instrumenta como garantes de su criterio. Que conlleve, como es el caso, destrozar las instituciones no arredra al manipulador, le impele a vender un nuevo relato ad hoc.
Si además el relato del manipulador se envuelve en ideas populistas prevalentes, políticamente correctas, quienes temen ser apartados del grupo, para sentirse más seguros lo aceptan y asumen como propio. Así se crea un fuerte vínculo de dependencia con el manipulador.
Sólo reforzando la confianza en uno mismo, fortaleciendo la autoestima, contrastando la información con fuentes ajenas al poder y ejercitando el juicio crítico cabe no sucumbir a la luz de gas. No teniendo miedo a discrepar, buscando la luz de la verdad cuya claridad detestan los manipuladores, permite disipar las tinieblas en las que se refugian y en las que se amparan para hacer el mal.
