Cuando lo menos es lo más

Ante tanto titular grandilocuente y cifras abultadas conviene no olvidar cuantas veces los acontecimientos más relevantes de la historia se han fraguado en silencio.

Que los seres humanos tenemos un notable apego a emplear un lenguaje altisonante para llamar la atención sobre una noticia es hecho evidente. Lo mismo que nuestra inclinación a resaltar la importancia de las cosas más por su valor cuantitativo que cualitativo. Supongo que tiene mucho que ver con la emoción que nos suscita.

Véase la sensación que genera y la relevancia que otorgamos a todo aquello descrito con grandes cifras. Si no se cuenta por millares o millones ya nos parece irrelevante. Y qué decir de las expresiones y titulares empleados para captar la atención. Hoy leo que Europa atraviesa “un momento existencial”. Atrás quedaron la “nueva normalidad” post pandemia del virus chino y “la crisis planetaria” derivada del calentamiento global, cuya “emergencia climática” parece haber sido destronada por la urgencia de “un imperioso rearme” en un “nuevo orden mundial”.

Entre tanto, con sus altibajos, la vida cotidiana sigue su curso siendo más que probable que allí, donde la lupa de la noticia exacerbada no ha puesto su foco ni el mercado su valor, estén aconteciendo hechos cuya trascendencia se nos escapa. Así ha sucedido a lo largo de la historia; basta que nos paremos a reflexionar para comprobar que los mayores acontecimientos se han fraguado en el silencio de un devenir de pequeños pasos cuyo alumbramiento en muchos casos no ha sido reconocido hasta pasado un tiempo.

La cuestión que esta contradicción suscita es porqué damos tanta relevancia a aquello que proclama el gran titular cuando debería constarnos que, lo genuinamente relevante, suele nacer de modo bastante más reservado. Quizás sea debido a nuestra inclinación a tener mayor aprecio por lo más que por lo menos. Que la humildad, siendo virtud de por sí difícil de ejercer, cotice hoy a la baja en un mundo tan engreído y autosuficiente también contribuye.

No obstante, lo que parece un hecho es que lo que nos enseña la historia es que su discurrir obedece más a las fuerzas de lo discreto que a la pulsión de las grandes noticias. Clara muestra de ello cabe encontrarse en las lecciones que se nos ofrecen estos días en los que los cristianos celebramos el Triduo Pascual conmemorando la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Pocos, muy pocos, presintieron que asistían a unos hechos que cambiarían la historia de la humanidad para siempre.

Si la medida de Jesucristo fuesen las noticias que generaron en su día su vida y obras, estaríamos ante una figura insignificante perdida en el tiempo. Dejando aparte los testimonios posteriores de los Evangelios, hechos y cartas de sus apóstoles, en los registros de los historiadores del primer siglo de la era cristina apenas quedan señas de su existencia: Flavio Josefo (37 – 100) en sus «Antigüedades Judías», Publio Cornelio Tácito (55 – 120) en “Anales” y Cayo Suetonio (70 – 126) en «Vidas de los doce césares».

Llegado al mundo en un lugar remoto del Imperio Romano, desde su nacimiento hasta su muerte, toda la existencia humana de Jesús fue una lección de humildad y abajamiento; una tenaz enseñanza de que Dios, que todo lo hace distinto, opta por lo pequeño, la semilla de mostaza, por los últimos antes que los primeros. Buscando  alejarse de toda notoriedad, rodeándose de los más humildes y descartados, rechazando toda tentación de inmiscuirse en el sempiterno enfrentamiento político, ofrece en su sermón de la montaña una nueva forma de entender la vida del todo opuesta a la visión humana imperante entonces y en la actualidad.

Al lavar los pies a sus discípulos en un recogido cenáculo, la actitud de servicio de Jesús contrasta con la del poderío mundano que, personificado en Poncio Pilato, se lava las manos ante el gentío por temor a verse apeado del poder. Aceptando la muerte más vil, muerte de cruz, para redimirnos personalmente de nuestros pecados, da testimonio de que al Padre se le ama en el prójimo, por odioso que sea y, resucitando desde lo más bajo, la sepultura, vence a la muerte brindándonos a cada uno de nosotros la esperanza de una vida nueva y eterna con Dios. Así toda la existencia terrenal de Jesús nos enseña que la Divina Providencia es tozudamente partidaria de que lo menos es lo más.

Deja un comentario