La abominable excusa

Si bueno es tomar nota del parecer ajeno y prestarle atención cuando el que opina lo merece, vivir pendiente del qué dirán es renunciar a ser uno mismo y en política implica someterse al adversario.

Uno de los reproches más odiosos dedicados a un político cuando dice o hace algo contrario a lo que se considera políticamente correcto es que le ha brindado una excusa al oponente para criticarle. Paradójicamente, suelen ser compañeros de partido y comentaristas afines los más adictos a esta despreciable recriminación. A la par existe una clara inclinación a hacérsela a políticos de derechas como si los de izquierdas pudiesen hacer o decir lo que les venga en gana sin coste alguno.

Desde hace demasiados años se ha instalado en Europa y particularmente en España la idea de que la izquierda es, por naturaleza, buena y la derecha mala. Y cuanto más a la izquierda más intelectual, libre y tolerante, mientras que, cuanto más a la derecha, más inculta, borreguil e intransigente. No digamos si además de ser de derechas se es católico. Así, todo posible progreso social se le niega a la derecha porque dicha idea es patrimonio exclusivo de los progresistas, hoy sinónimo de izquierdas. Sólo ellos están dotados para llevar a la sociedad a las más altas cotas de felicidad y bienestar.

En consecuencia, como quiera que las intenciones de la izquierda sólo pueden ser benéficas -solidarias, justas e igualitarias- todo error o corrupción que aflore en su seno es excepcional y por ende tolerable. Por el contrario, siendo los propósitos de la derecha antisociales -codiciar poder y dinero, someter y explotar-, todo desacierto o atisbo de deshonestidad que muestre es seña de su innata corrupción y debe ser cercenado.

Puede parecer una contraposición poco rigurosa por excesivamente simplista, pero precisamente su simplismo ha permitido que se venda muy bien y haya calado muy hondo. De ahí que en España ha devenido en frecuente que alguien conservador, católico, con apego a valores tradicionales tenga en general menos predicamento social que un comunista. Mientras el primero es visto como cerril antigualla casposa, cuando no facha peligroso, el segundo es percibido como alguien sofisticado e interesante, quizás errado, pero digno de respeto por su altruismo social. No digamos si se trata de un representante de la selecta gauche divine, entonces, en los salones, se le pone alfombra roja.

Con este telón de fondo no es de extrañar que la izquierda se considere superior en todos los órdenes y mire a la derecha con desdén. Actitud que muchos de los que se dicen conservadores se han ganado a pulso reconociendo a la izquierda virtudes de las que adolece a la par que avergonzándose de las suyas.

Así, consolidada su superioridad moral y patrimonializando todo lo que estiman meritorio recurriendo a la mentira si preciso, la progresía ha venido marcando el paso como en una marcha triunfal. Un paso que la derecha se ha esforzado en seguir a trompicones procurando en vano conservar su identidad ejercitando eso que, para disimular, han llamado centrismo. Necio afán por cuanto, aun a costa de desfigurar su personalidad, sus adversarios jamás les han reconocido ni les reconocerán estar a su altura. Al contrario, no pierden ocasión de echarles en cara todas sus renuncias que han sido muchas y muy graves.

Lo que si han logrado en busca de esa centralidad utópica, siempre un paso más a la izquierda, ha sido ir asumiendo e internalizando el discurso progresista, comenzando por su lenguaje. Como todo aquél que teme el qué dirán, sin priorizar sus propios deseos y aspiraciones, sin pensar si realmente quieren actuar de la manera en que lo hacen, han ido modificando sus opiniones y comportamientos en función de lo que la izquierda espera de ellos. Todo por conseguir unos votos prestados que, a la primera de cambio, vuelven a perder, porque mayormente a las gentes les va más lo auténtico, aunque siente mal, que las imitaciones que lucen menos.

Y, cuando, de tanto deslizarse hacia la izquierda, algunos, realmente no tan centrados, percibiendo el peligro inminente osan defender ideas que se le presupondrían a la derecha sin rehuir la confrontación, tan amedrentadas han conseguido que estén sus filas y medios afines que, al instante, surgen voces reprochándoles estar dando una excusa al adversario para criticarles.

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