El dilema

Cuando en política toca escoger entre un riesgo externo y una probada amenaza interna no debiera caber la duda, debe optarse por lo que sea mejor para España.  

Aun recuperándose de la crisis del Covid chino, que desveló todas sus debilidades, mientras gasta a espuertas el fondo Next Generation hipotecando a los nietos, llegó Trump y espabiló bruscamente a la UE. Obligada a reafirmar su respaldo a Ucrania, alarmada al ver plegarse el paraguas defensivo yanqui bajo el que indolentemente lleva viviendo décadas en precario, la UE ha tenido que escenificar una política de seguridad común inexistente.

Del todo desprevenidos, los sagaces líderes europeos han reaccionado como mejor saben hacerlo; ofendidos, con discursos altisonantes y acordando lo costumbrado, gastar endeudándose. Sin saber en qué invertirlo, han improvisado la movilización de 800.000 millones para defensa, eso sí, poniéndole un bonito nombre: ReArm Europe. Tampoco explican, aunque se sospecha que mucho, cuánto de este enorme esfuerzo inversor acabará en arcas foráneas, particularmente estadounidenses.

Pero como tantos interrogantes son meros detalles, cuando la UE toco a rebato nuestro aventurero Sánchez no vaciló. Sin consultar a nadie, carente de todo plan y erigiéndose en líder mundial anti-Trump se sumó al rearme. Lo que aún no ha aclarado es cómo aportará el notable monto que nos toca; de dónde sacará el dinero y cómo aprobará el gasto, dado que sus vitales socios tienen fobia a la palabra militar.

Pero Sánchez no se arredra. Maestro en trilerismo político da largas y juega a varias bandas. Mientras maniobra para que la UE cargue con el grueso de la factura, busca pintar partidas existentes como gasto adicional, camufla el fin, apodándolo seguridad, para aliviar las alergias de sus socios, monta unas citas con los grupos políticos para aparentar que consulta y exige sentido de estado al principal partido de la oposición.

Ante este panorama al PP se le plantea el dilema de cómo hacer honor a  la condición de partido de estado que dice ser. Habiendo apoyado su grupo en Bruselas junto a  sus socios socialistas el ReArm Europe, pudiera parecer una contradicción no hacerlo en España, y ciertamente lo es, aunque lo incoherente sea su maridaje europeo. Pero una cosa es lo que suceda en la lejana UE y otra muy distinta lo que se juega en casa.

Caer en la razón de Estado, maquiavélica justificación que exime de respetar los límites de la ética y del poder, es muy peligrosa tentación, máxime en el caso que nos ocupa. Haber acudido a las citas de la Moncloa, aceptando el veto a Vox, partido al que han votado el doble de españoles que al conjunto de sus socios cuyo afán común es acabar con España, ya ha supuesto un mal paso. Tan mal entendida cortesía institucional sólo le ha servido a Sánchez para hacerse la foto, aparentar ante los suyos un inexistente espíritu dialogante y confirmar que el PP no es inmune al chantaje.

Ahora, tras errar, debería tocar recapitular teniendo muy presente que todo en esta vida tiene un orden con sus prioridades y que, con frecuencia, el peor enemigo está en casa como lo viene demostrando Sánchez a diario. Que la UE precise rearmarse dotándose de autonomía defensiva no es novedad. Es una necesidad básica que lleva décadas evidenciándose a la par que negándose por unas sociedades narcotizadas por ideologías buenistas, pacifistas muy de izquierda radical progresista que han calado muy hondo.

Por ello, el primer y más urgente rearme que necesita la UE es el de los valores y principios que hicieron de Europa cuna y faro de la civilización occidental y del mundo. Sin este presupuesto y sin dotarse del talento, la capacidad industrial y tecnológica que tanto ha despreciado, lanzarse a gastar ingentes sumas en la compra de armamento puede aparentar ser un rearme, pero, a la postre, aparte de gran negocio para algunos, sólo será eso, una muy cara y vacua apariencia.

En esta encrucijada, las urgencias y las contradictorias amistades bruselenses no deberían llevar al PP a confundir el orden de los factores. En este caso sí alteran el producto. La existencia de peligros externos, dignos de atención, no deben hacer olvidar que, mientras la UE busca unidad para hacer frente a la amenaza rusa, España se desintegra gracias a Sánchez y sus coaligados.

Por ello, si la coyuntura exige escoger como parece obvio, pues apoyar los compromisos de Sánchez conlleva apuntalarle a él, ante este dilema el PP debería tenerlo meridianamente claro; primero está España y cualquier acción que suponga rearmar políticamente a Sánchez, su principal amenaza, no cabe ni planteársela. También debería saber explicárselo a los españoles y a sus socios de la UE.

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