Abrumados por los datos

Vivimos inmersos en una avalancha de datos ninguno inocuo, todos pueden ser utilizados a tu favor o en tu contra, la clave está en saberlo y evitar que nos esclavicen.

Los seres humanos, en su búsqueda del conocimiento, han dedicado notables esfuerzos a hacer acopio de datos. Antes, como resultaba costoso obtenerlos, la búsqueda se centraba en aquellos que ayudaban a contestar preguntas concretas. Hoy, en cambio, es posible cosechar cantidades ingentes de datos a un coste muy bajo y, en muchos casos, sin una utilidad previamente definida, lo cual marca una gran diferencia.

Que vivimos inmersos en un mar de datos es una evidencia experimentada cotidianamente. Con internet y los dispositivos móviles se abrieron las puertas a un inmenso caudal de datos que, con cada avance en las conexiones y aplicaciones, no ha dejado de crecer exponencialmente. Caudal que ha ido inundando todos los ámbitos de la vida y cuyo acelerado aumento no cesa a medida que aparecen nuevas y poderosas fuentes y demandas como es el caso del “internet de las cosas” y la “inteligencia artificial” cuya voracidad en materia de datos parece ilimitada.

Quienes se afanan en generar nuevas fuentes y promover que la gente las alimente incesantemente, prometen que mejorarán la calidad de vida prediciendo situaciones, reduciendo incertidumbres e incrementando la eficiencia, seguridad y confort. Lo que no está claro es si tantos datos nos harán más felices o traerán más paz y en qué grado afectarán a aspectos humanos básico como su privacidad y libertad de decisión.

Ante esta revolución cabe preguntarse qué actitud adoptar. Porque más allá de lo mucho que se disfrutan y celebran tan fulgurantes avances tecnológicos y se contribuye cotidianamente a incrementar la marea aportando datos personales, conviene considerar sus pros y contras. De entrada es bueno recordar que, en esencia, los datos son como cápsulas que encierran partes de nuestras vidas y que informan sobre qué hacen las personas, qué prefieren, pero muy poco sobre el por qué.

Innegable es que los datos aportan información valiosa y útil para mejorar el conocimiento y la gestión de muy amplias facetas de la vida humana. Su potencial para el bien común y particular es enorme e indiscutible. Su explotación permite descubrir, innovar, anticiparse, ahorrar tiempo, gestionar procesos complejos y, sobre todo, detectar patrones de conducta; aportación que le ha otorgado al Big Data gran acogida en campos tan diversos como la medicina, el transporte, los mercados o la  política.

Ahora bien, junto a sus virtudes la masiva disponibilidad de datos también entraña riesgos y peligros; veamos cuatro ejemplos.

Un primer riesgo deriva de tener una excesiva fe en los datos; abundan los casos de graves errores debido a ello. El ser humano es bastante más complejo, irracional e imprevisible de lo que muchas veces se piensa y ya no digamos la suma de sus decisiones en cada momento. De ahí que los patrones de conducta resultantes del uso masivo de datos no sólo no garantizan el acierto al predecir comportamientos futuros, sino que pueden llevar a notables equívocos.

Un segundo riesgo que puede acarrear muy graves consecuencias es el derivado del apego que se ha implantado a la magia de los datos. Unos le llaman “parálisis por análisis” a esa inclinación obsesiva a evitar tomar decisiones hasta no disponer de todos los datos que se estiman necesarios. También cabría hablar del “abuso del dato” que lleva a exigir un número de datos del todo excesivo para el fin perseguido o de la reiteración de los mismos.

El tercer ejemplo es la torcida tentación que ofrece el Big Data para reducir la iniciativa individual; lo que en la teoría de juegos se denomina el «precio de la anarquía». Los patrones de conducta extraídos de los datos facilitan y promueven una gestión centralizada “más eficiente”. Quien se salga del patrón previsto por la “inteligencia artificial centralizada” es percibido como un coste a minimizar.

Por último está el caso del peaje que el uso del Big Data impone en términos de privacidad, libertad y seguridad. De una parte los algoritmos centralizados permiten conocer cada faceta de nuestra vida, condicionarla y controlarla. De otra, el sistema no sólo no es inmune al pirateo, quedando nuestra privacidad comprometida, además, al haberse convertido el dato en una mercancía nuestra privacidad y seguridad queda al albur del mejor postor. ¿Quién no ha recibido alguna llamada, para venderle algo o estafarle, de alguien que conoce consumos, contratos y hábitos mejor que uno mismo?

Ante este panorama, además de no olvidar que “los datos no son sustituto de la intuición y el juicio” (A. Einstein), conviene ser escéptico en su uso y muy cauto al proveerlos.

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