De belenes y familias

Cuando se produce un alboroto, lío, tumulto y confusión dice la voz popular: ¡Se armó el belén! Dos mil años después el mapa humano poco ha cambiado.

Enraizada en el relato evangélico que nos habla del caos reinante en la ciudad de Belén atestada de forasteros llegados para empadronarse cumpliendo el edicto de César Augusto, la expresión no puede ser más actual. Y no lo digo por el panorama político circundante, del que hoy me quiero dar una tregua, sino por lo bien que cuadra con esas representación del misterio del nacimiento de Jesús que llamamos belenes.

Entre las muchas oportunidades provechosas que ofrece la Navidad, para mí, una de las más valiosas es la de montar el nacimiento. No se trata sólo de cumplir con una tradición, aunque también, pues las costumbres nos vinculan con nuestras raíces otorgando sentido de identidad. Además de estos valores, el hecho de colocar el nacimiento y detenernos de vez en cuando a contemplarlo resulta muy instructivo y pedagógico. Comprobaremos que dos mil años después en lo esencial la gente es igual en todas partes y en todo tiempo.

Al igual que la ciudad de Belén se ve sumida en la confusión por la llegada tumultuosa de forasteros para cumplir un trámite administrativo dictado desde la lejana capital del Imperio, los belenes de las representaciones populares también son caóticos. Lavanderas, posaderos, castañeras, arrieros, costureras, molineros y herreros, se afanan en sus labores en plena noche de invierno entre todo tipo de animales que merodean a sus anchas; tantos como los que, año a año, los niños y mayores de la casa han ido incorporando.

En ese mundo en miniatura que es el belén, no muy distinto al urbanita nuestro que ya nunca duerme, junto a los figurantes afanados en oficios que han ido cambiando con el paso del tiempo, sobresale el pilar de la sociedad que ha permanecido inmutable; la familia. También son protagonistas los gobernantes, la gente sencilla y lo sabios, pero el papel de todos ellos gira en torno al de una familia.

Herodes, guarecido en su castillo, vigila, espía, no se sabe a qué atenerse, ante todo le preocupa conservar su posición aún a costa de atentar contra las familias. Los más humildes duermen confiados hasta que una llamada les despierta con la luz de la esperanza “porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de los sabios y entendidos” (Mt. 11:25-27); esas cosas que los magos, en un alarde de sabiduría, serán capaces de atisbar gracias a la razón que les llevará al umbral del portal y de la fe.

Entre tanto, contemplando el nacimiento, vemos que, a las afueras de la ciudad, como si permaneciesen al margen de tanta confusión y ajetreo, unos esposos se afanan en prepararlo todo para recibir a un nuevo miembro de la familia. A contracorriente, superando dificultades, lo mismo que sucede hoy, la Sagrada Familia, nos ofrece el más alto testimonio de un modelo de vida; la vida en familia. No es casual que el Redentor del mundo eligiese a la familia para su nacimiento y crecimiento. ¿Acaso hay otra institución humana que la iguale?

Como muestra la historia desde los albores de la humanidad la familia es el pilar de toda sociedad, su mayor tesoro, el lugar donde nos hacemos personas, crecemos humanamente, aprendemos a amar sin echar cuentas, a convivir y compartir. Y por ello, por ser el último bastión de la libertad, el principal patrimonio de una nación, quienes aspiran a imponer su tiranía siempre la han tenido por enemiga queriéndose apropiar de sus valores.

Pero la familia al igual que los belenes, tantas veces vilipendiados, resiste contra viento y marea y, por el bien de la sociedad, así ha de ser. De ahí que todo lo que contribuya a su promoción y fortalecimiento debe ser impulsado y todo aquello que la diluya, pervierta o debilite erradicado. Propósito al que deben servir desde las leyes y políticas hasta los pequeños gestos como el de montar un Belén en familia. Toda una experiencia muy recomendable que contribuye a unir, fortaleciendo lazos y afectos que, con el paso de los años, muestran toda su valía aflorando como cabos salvíficos cada vez que nos sentimos naufragar.

Por ello, cuando llegue el momento de guardar en su cajas las figuras del Belén con la siempre sorprendente e inestimable ayuda de mis nietos, además de dar gracias por tan preciada tradición, al igual que ellos, estaré deseando que llegue otra Navidad. 

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