Otra visión del Medio Ambiente

Muchas personas recelan de las políticas ambientales dominantes por diferentes razones no todas negacionistas. Algunas, muy comprometidas, tienen otras visiones del tema como las que trataré de exponer desde la perspectiva de un católico.

A los efectos llamaremos visión dominante de la conservación  la auspiciada al amparo del sistema de Naciones Unidas basada en el concepto de “desarrollo sostenible”. Como todo enfoque, no está exento de luces y  sombras reflejadas en aciertos y errores de las políticas que inspira. Por ello, al contrastarlo con otras visiones, afloran diferencias sustantivas en el diagnóstico y tratamiento del reto.

Comenzando por el principio, si para unos el medio ambiente se circunscribe a un conjunto de componentes fisicoquímicos y biológicos con los que interactúan seres vivos, otros, por creer en un Dios Padre Creador, lo ubicamos en una dimensión más trascendente; la “creación”. La naturaleza no es pues el principio único de todo aquello que es real ajena a lo sobrenatural como postula el naturalismo; una corriente filosófica inspiradora de esa visión dominante que, sin negar lo espiritual, tiende a diluirlo como algo cuasi folclórico cuando no considerarlo caduco.

Lógicamente, esta divergencia en la raíz del enfoque, condiciona la perspectiva respecto de otros  aspectos clave de las políticas ambientales como son su objetivo y el papel de los seres humanos. Respecto del fin, la visión dominante acuñó en 1987 el concepto de “desarrollo sostenible” que busca satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas. Visto con ojos de católico, fundamentar el cuidado del entorno en seguir pudiendo disfrutar del mismo si bien es razón importante y solidaria, tiende a utilitarista. Más relevante y trascendental es realizarnos como seres humanos acogiendo la creación como herencia universalmente compartida y colaborando en el desarrollo de sus potencialidades conforme el plan de Dios. Con este enfoque, que engloba objetivos no incompatibles para un católico, también se visualiza de manera diferente el aspecto relativo al papel que corresponde al ser humano.

Efectivamente, siendo cierto que en ambas visiones las personas ocupan un lugar diferencial y superior en la naturaleza de la que forman parte, mientras esa condición es indiscutible desde la perspectiva de un católico, en la  visión dominante no es tan radical. De hecho esta debilidad permite que, en su seno, hayan cobrado fuerza las corrientes que pretenden aproximar derechos entre personas y animales, incluso las que promueven la idea de las personas como depredadores que requieren ser tutelados y controlados cuando no limitados en su número. Frente a ello, la percepción del ser humano como aquél al que se le ha otorgado la libertad de ejercer un señorío no absoluto sino ministerial sobre la creación, otorga a las personas un papel privilegiado y protagonista sumamente positivo.

Dicho lo cual, no obsta para que, en el libre ejercicio de ese señorío, las personas cometan actos que quiebran la armonía con su entorno. Pero ni son los únicos daños que causan ni son disociables de otros agravios no menos graves provocados a sus semejantes, a sí mismos y a su Creador. De hecho aquellos suelen derivar de estos. Así, desde una visión católica, todo daño y distorsión de la persona humana afecta a la naturaleza y toda degradación de la naturaleza denigra al ser humano. Consecuentemente, en tanto la visión dominante se afana en promover “transiciones ecológicas” para corregir impactos humanos negativos sobre la naturaleza, acción loable, en términos de un católico se queda corta por no incidir con igual énfasis en los impactos causados por el hombre a la dignidad de la persona. En este sentido conceptualmente es más  apropiado hablar de “reconciliación” porque las rupturas y daños causados exigen no sólo sanar daños concretos de la naturaleza sino reconciliarnos con toda la creación, comenzando por hacerlo con el Creador, con nosotros mismos y con nuestros semejantes.

Aplicando esta percepción de la relación hombre – naturaleza a la visión dominante, es evidente que resulta parcial y sesgada como muestran sus políticas ambientales. De una parte no alcanza a  otorgar la relevancia que tienen las prácticas humanamente denigrantes, incluso las que condena como tales; véase por ejemplo la diferencia de los esfuerzos desplegados para combatir la contaminación del aire y los destinados contra la pornografía infantil. De otra, consiente y alienta comportamientos  considerados “progresistas” que diluyen la condición humana y minan su núcleo esencial; la familia. Precisamente esta carga ideológica de ingeniería social que choca con principios y valores de muy diversas culturas y creencias, constituye uno de los principales motivos de aversión a las políticas ambientales imperantes.

No obstante, el hecho de rechazar estas políticas no debe suponer duda alguna sobre la importancia de cuidar del entorno. Al contrario, desde la visión de un católico abusar de la naturaleza para los propios fines sin tomar consecuencia para el resto es un acto inmoral. El cuidado del medio ambiente no es algo marginal, ser custodios de la creación de Dios supone una muy relevante y trascendente responsabilidad.

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