Leyendo vidas ejemplares

Vayan estas líneas dedicadas a quienes se sorprenden de que aún haya quien lea vidas de santos. También a aquellos cuyo asombro lo adornan con una mirada de desdén y suficiencia; igual alguno se anima a echar un vistazo al santoral del día.

La lectura agudiza la razón, amplía el vocabulario y enseña a escribir, alienta la curiosidad, aporta saberes, abre horizontes, alumbra emociones, dilata mentes estrechas, entretiene y diluye la soledad. Todo buen libro encierra estas y otras virtudes siendo principal la de la compañía que provee. Porque los libros son acompañantes que te guían por mil y una sendas en cuyas historias vas descubriendo quién eres, de donde vienes y lo mucho que te falta por saber y sentir para llegar a conocerte. A la postre, es el lector quien da vida a lo escrito asimilando o descartando lo que el acompañante quiso relatarle y aportando de su cosecha aquello que la lectura le va suscitando hasta hacer suyo lo leído.

Para estos viajes literarios, como para otros que ofrece la vida, cada cual tiene sus preferencias de compañía; unos se inclinan por la novela otros por la historia o los ensayos. Pero ni todas enseñan los mismos paisajes ni rinden igual provecho, de ahí que, como en la gastronomía, se aconseje probar distintos platos. Tampoco, como sucede con los alimentos, todos los escritos son igual de completos. Ejemplos literarios hay abundantes y, entre los más nutritivos, las vidas de santos ocupan lugar destacado.

Contrariamente a lo que muchos creen de oídas, la vida de un mártir o de una santa no es un cuento de hadas o relato pío para gentes simples y meapilas. Son obras tan plenas como sus protagonistas, que, bien escritas y con rigor, ofrecen al lector un mundo de vivencias y hechos memorables con un denominador común; nos hablan de seres excepcionales cuyas vidas, además de modelos de perfección humana y cristiana, han trascendido a su tiempo dejando profundas huellas en el devenir de la historia. Huellas que, se sea o no creyente, las ignoremos o no, siguen marcando nuestras formas de ser, pensar y expresarnos.

La compañía de estas vidas, además de ilustrarnos sobre nuestra historia y cultura, ayudando a entender sentimientos, creencias, costumbres y tradiciones, nos aporta claves para comprender mejor hechos de la actualidad; basta echar un vistazo al santoral de estos días. Si el martirio de San Josafat en 1623 (12 de noviembre) arroja luz sobre los acontecimientos que están teniendo lugar en la iglesia ortodoxa y en el conflicto ruso – ucraniano, la efeméride del Beato Juan Duns Escoto (8 de noviembre) nos permite conocer no sólo a uno de los filósofos-teólogos más importantes de la Baja Edad Media junto con Tomás de Aquino y Guillermo de Ockham, sino también al joven fraile que, con quinientos años de antelación, expuso la base teológica que serviría a Pío IX para promulgar en 1854 el dogma de la Inmaculada Concepción; arraigada festividad de la patrona de España que volveremos a celebrar el próximo 8 de diciembre.

No menor ha sido la impronta dejada en nuestra historia por otros dos santos conmemorados el 12 y 13 del mes en curso: San Millán de la Cogolla y San Leandro de Sevilla, ambos del siglo VI. Mientras el primero, pastor de oficio y ermitaño pródigo con los pobres, cuya vida relata Gonzalo de Berceo, fundo el cenobio que crecería hasta convertirse en el gran monasterio de San Millán de la Cogolla, cuna de la lengua española, el segundo, San Leandro, obispo de Sevilla y hermano de San Isidoro, perseguido por su empeño en convertir a la fe católica al pueblo visigodo, presidiría el Concilio III de Toledo (año 589), logrando la conversión del rey Recaredo y la unidad católica del Reino Visigodo de Hispania.

Así, sin salirnos de estos días de noviembre, podríamos seguir con otras tantas vidas excepcionales como las que nos brindará el santoral los próximos 16 y 17, festividades de dos mujeres del siglo XIII, una consagrada y otra laica, ambas tan ejemplares como extraordinarias: Santa Gertrudis, primera gran mística de quien se tenga historia y Santa Isabel de Hungría entregada a menesterosos y enfermos, declarada patrona universal de las enfermeras. Sus historias, como las de tantos santos bien merecen ser leídas. Además de cultivarnos, que no es poco en estos tiempos de tantas arideces, la afición a su lectura es buena y saludable para el espíritu pues, siendo las vidas de los santos reflejos de la gracia divina, cabría aplicarles lo dicho por San Agustín respecto de las Escrituras: “Cuando rezamos hablamos con Dios, pero cuando leemos es Dios quien habla con nosotros”.

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