Medios de pago y sostenibilidad

Cuando es raro el ámbito de actividad que escapa al escrutinio de su sostenibilidad, sorprenden algunas excepciones. El caso de los medios de pago alternativos al efectivo, que tanto se promueven y tanta influencia tienen en el modelo de desarrollo, es particularmente llamativo. ¿Son más sostenibles que el efectivo?

Ciertamente sorprende y mucho que, estando sometidos a revisión tantos aspectos del modelo de desarrollo, la movilidad, la energía, la fiscalidad, etc., algo tan trascedente como los medios de pago queden al margen del debate. Aún más llamativo es que se promueva activamente la sustitución del efectivo por otros medios sin considerar su sostenibilidad. Habrá quien piense que sus beneficios económicos y de empleo son indudables evitando además el trasiego de papel y moneda y reduciendo el consumo de materiales y sus residuos. Pues permítanme que dude que todo sea tan positivo. Aplicando a estos medios el criterio que sirve para justificar cambios en múltiples sectores, veremos que su calificación de sostenibles es más que dudosa.

Hoy en día el factor determinante de si algo es o no sostenible no es prioritariamente su contribución a la economía, sino su impacto ambiental. Ejemplo de libro son las energías fósiles cuya aportación al modelo de desarrollo vigente nadie niega. Pero como lo que está en entredicho es el modelo, por su afección a la viabilidad del planeta, todos los méritos quedan supeditados a los ambientales. Así que, para valorar la sostenibilidad de los medios de pago habría que fijarse en cómo inciden en los peligros que afectan al planeta. Entre estos, además de la contaminación, una de las amenazas más destacadas es la incapacidad de la tierra para seguir soportando las altas tasas de extracción de recursos y generación de residuos que provoca un consumo exacerbado. De ahí que, entre las medidas urgentes, destaque promover un consumo responsable. La pregunta inmediata es: ¿contribuyen a dicha promoción los medios de pago alternativos al dinero en efectivo, o agravan el problema?

Si consumo responsable es el practicado de manera controlada y moderada, es sabido que el medio de pago influye y mucho en la decisión. Todos experimentamos el llamado “Efecto Denominación”: la mayor resistencia a desprenderse de billetes de alta denominación respecto de los de menor cuantía y de estos frente a las monedas. Un efecto que, por inducir un menor gasto pagando con billetes que con monedas, se ha utilizado a la inversa para estimular el consumo, así, la inexistencia de billetes de uno o dos euros no es casualidad. Experiencia similar la tenemos con el pago con tarjeta u otro medio electrónico; todos sabemos que inducen a consumir y gastar y es lógico que así suceda pues su razón de ser y su éxito obedece esencialmente a su efectividad para incentivar el consumo. Efecto avalado por múltiples estudios y sobre todo porque, de no ser así, hubiesen dejado de existir.

No parece pues que los medios de pago electrónicos sean todo virtud. Sin duda tienen muchos aspectos positivos, pero, aunque se nos presenten en sus versiones más ecológicas, su impacto ambiental, favoreciendo el consumismo, no es irrelevante. En cambio, la sostenibilidad del efectivo parece más acreditada, véase sino las importantes ventajas que le atribuye el Banco de España en su Nota titulada “El papel del efectivo”: asegura la libertad, la autonomía y la privacidad, es inclusivo y ayuda a controlar mejor el gasto, evitando gastos excesivos.

Lo sorprendente, como decía, es que asunto tan relevante pase tan desapercibido en sociedad tan sensibilizada con la salud del planeta, y más aún, que sus abanderados sean a la par adalides de medios de pago tan sospechosamente insostenibles. Porque reducir el pago en efectivo hasta su desaparición es un objetivo declarado. Además de las iniciativas privadas, hace un año el PSOE registró en el Congreso una propuesta en este sentido que suscitó rechazo en la UE. Durante la pandemia se instó al pago con tarjeta, atribuyendo al efectivo mayor riesgo de contagio, lo que la OMS desmintió, y las cuantías susceptibles de pagarse en efectivo, que ya se redujeron en 2012, han vuelto a ser rebajadas a 1.000 euros el pasado julio apelando a la lucha contra el fraude.  

Desconozco qué motiva este comportamiento que va más allá de la incoherencia. Cuesta creer que sea casualidad. Quizás, a la postre, la sostenibilidad no sea tan prioritaria. Igual pesan más los beneficios esperados de erradicar el efectivo, privando con ello a los ciudadanos de las ventajas que el Banco de España atribuye a medio tan valioso. Lo que parece claro, al menos por ahora, es que la tendencia a las transacciones digitales forma parte de esa promesa de “un mundo feliz” en una sociedad global sin efectivo ni privacidad.

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