Utilizar el timo, la estafa y el fraude para fines políticos no es ninguna novedad. Tampoco lo es servirse de artes fulleras para hacer de una promesa política utópica un negocio lucrativo, incluso una forma de vida. Este es el caso del elenco de ese «reality show» producido por «Amics i Associats» titulado «El Procés Catalá».
Rara es la semana que la productora soberanista no nos ofrece un nuevo episodio. Los más recientes, «La taula de l’engany» y «Un fugitiu a Sardenya», han tenido la acostumbrada acogida: mucho eco en los medios y escaso interés entre el gran público; justo lo que los promotores de tan funesta telerealidad buscan. Porque, como buenos ventajistas, uno de sus logros es saber aprovechar la creciente distancia entre la opinión pública y la publicada. Que sus enredos no los siga mucho público no les preocupa en particular, más bien creen que les conviene. Saben que, entre el hastío que generan sus recreaciones y los apremios de las auténticas realidades cotidianas, la atención del personal está en otros asuntos pero piensan que ello facilita que sus fechorías pasen más desapercibidas.
A «Amics i Associats» lo que le interesa es mantener la cuota de su fidelizada audiencia y que «lo suyo» sea una prioridad en la agenda de los protagonistas políticos de turno. Lo primero lo logran con elementos propios del «reality show» alimentando la oferta de renovadas ocurrencias, confesiones y enfrentamientos más o menos fingidos. Para lo segundo, cuentan con que la opinión publicada pesa mucho en la política, tanto a la hora de orientar posiciones como de fijar prioridades y alcanzar acuerdos. De ahí que presten singular atención a la comunicación. Saben que los medios y las terminales sociales, económicas, culturales y educativas bien controlados y engrasados además de permitirles tener entretenida a su parroquia y fidelizar a sus seguidores, sirven para ampliar el reparto del «show», fichar artistas invitados e incorporar nuevos socios; en suma para mantener en pie el negocio y que el espectáculo, del que tantos comen, no decaiga.
Claro está que, como a todo el que vive de vender ficción como realidad, de vez en vez no es que le falle el arte del engaño, que también, sino que se topa de bruces con la verdad. Pues lo cierto es que el negocio que se traen entre manos «Amics i Associats» es todo un tinglado que se basa en la mentira; falsas promesas bien aderezadas con fuertes dosis de sentimentalismo y populismo. Un complejo entramado de oportunismo y trilerismo político en el que las delgadas líneas que distinguen el timo, la estafa y el fraude se entrecruzan formando un denso tejido de intereses donde la recta intención, si alguna vez existió, hizo mutis por el foro hace tiempo.
Pero, como decía, en ocasiones la verdad se impone y los propietarios del predio con el que se está jugando, esa opinión pública ocupada en sus asuntos y equívocamente descontada, pone pie en pared. He ahí el error en el que tantas veces han reincidido a lo largo de la historia otros tantos aventureros ventajistas; creerse el cuento que venden hasta el punto de pensar que están negociando con los dueños cuando en realidad sólo tratan con sus administradores. Si el fin es hacerse con la heredad el fracaso es evidente si bien a un elevado coste. Pero no sé porque me huele que este no es el caso de «Amics i Associats» y compañía. Algunos asociados habrá irremisiblemente iluminados pero, a los principales, con mantener «El Procés Catalá» en antena les vale, siempre que de beneficios y el dinero lo pongan otros.
