Momentos brillantes

¡Qué sería la vida sin ellos! Esos pequeños momentos que te alegran el día. Tan sencillos que apenas les damos importancia pero tan imprescindibles como quienes nos los brindan. Esta semana uno de sus más destacados hacedores de la Villa y Corte ha fallecido. Sirvan estas breves líneas para agradecerle todos los buenos ratos que, con su esfuerzo, nos regaló a tantos.

No tuve el placer de conocer a Alfredo Rodríguez pero sí de pasar muy buenos momentos en sus famosas cervecerías «El Brillante» disfrutando, en buena compañía, de sus míticos bocadillos de calamares. Ese manjar tan auténtico y arraigado en los madriles cuyas bondades le han hecho ocupar lugar destacado entre las castizas  viandas que nos ofrecen las barras de tabernas, tascas y bares de barrio. Se dice fácil, pero de eso nada. Porque salir al ruedo entre pinchos de tortilla, patatas bravas, callos, boquerones en vinagre, torreznos, encurtidos, croquetas, chorizos, jamón, gambas a la plancha, lateo, tapas varias y demás delicias que nos tientan mediada la mañana y al caer la tarde y triunfar, tiene mucho mérito. No digamos mantenerse arriba en el cartel setenta años, que esos son los que lleva deleitando a parroquianos y foráneos «El Brillante» desde que lo fundó el padre de Alfredo Rodríguez en Atocha, creando marca con su bocata de calamares.

A primeras puede sorprender que combinación en apariencia tan simple se haya convertido en uno de los iconos del tapeo madrileño. Pero he ahí el secreto, ser una ambrosía sencilla, al alcance de bolsillos de obreros y estudiantes, que puede disfrutarse sin mayores componendas acodado en una barra. Porque, con rebozo escaso, en su punto, calientes, recién fritos, no grasientos, en pan blanco tierno, consistente, que no se deshaga y muy colmado, un bocadillo de calamares resulta una tentación irresistible. Da lo justo para un alto en el camino y, con una caña de cerveza bien tirada, pasar un rato en compañía arreglando el mundo o comentando la jugada.  Pues otro secreto del bocadillo de calamares es que parece creado para los ambientes de bares que tanto marcan el carácter de Madrid; muchos bocados castizos pueden hacerse en casa pero un bocata de calamares sólo lo da todo con barra y bullicio.

Los he disfrutado en bares varios, hasta donde recuerdo jamás sólo. En las fiestas navideñas es parada obligatoria, para reconfortar cuerpo y espíritu, alguna cervecería de los soportales de la Plaza Mayor y calles aledañas. Pero el resto del año un lugar de referencia ha sido «El Brillante». Por cercanía frecuentaba más el de Eloy Gonzalo ya desaparecido si bien, las veces que la ocasión lo permite, recalo en el genuino, el primero, el de Atocha enfrente de la estación. Confío poder seguir  cayendo en la tentación.

En su publicidad Alfredo Rodríguez dice de «El Brillante»  y creo que también le retrata a  él: «Somos Madrid» «Refugio de gatos y rincón castizo donde los haya, abierto a propios y extraños de todo el mundo. De Madrid al cielo pasando por un bocata de calamares.» Estoy seguro de que, con todos los momentos brillantes que nos ha ofrecido a tantos, su deseo se cumplirá. Con mi agradecimiento, descanse en paz.

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