Los pilares de un país evolucionado y civilizado no son la riqueza y los avances tecnológicos sino la formación y educación. Cuando fallan la sociedad se resiente. España ha prestado mucha atención a la instrucción académica y muy poca a otras parcelas de la formación como el civismo o la urbanidad. Una carencia que evidencia el escaso aprecio por lo común y una ética pública que deja mucho que desear.
Se queja estos días un amigo en las redes sociales de la masificación turística cántabra. De cómo prados y caminos se convierten en aparcamientos ocasionales destrozando el paisaje, de la suciedad, el ruido, los botellones y las pintadas producto de un desarrollismo turístico esquilmador y oportunista. No le falta razón. La ausencia de respeto por el prójimo y por lo público, el egoísmo y el beneficio como prioridad se manifiestan a doquier. Sin duda una elevada cuota de responsabilidad corresponde a las autoridades que lo consienten cuando no promueven, pero ni estas han caído del cielo ni el sano pueblo que las elige parece muy propenso a poner coto a sus desmanes. Al fin y a la postre están hechos de la misma pasta y las virtudes y vicios de los vecinos tienden a magnificarse entre sus dirigentes.
Se puede ser analfabeto y respetuoso y un perfecto mal educado poseyendo muchos grados académicos. Lo deseable, en una sociedad que pretenda considerarse civilizada es lograr un equilibrio entre educación y formación. Pero por lo que se ve, en España aún resta mucho por mejorar. Llevados de una pasión por la modernidad mal digerida, asimilando progreso social con acaparación de títulos, nos hemos afanado en instruir en técnicas y conocimientos y, al parecer, tampoco con mucho tino. Porque el desorden y el exceso hasta en esto puede ser pernicioso. Véanse los informes que señalan a España como el país con los trabajadores más sobre cualificados de Europa y sus nocivos efectos en desigualdades salariales y frustración laboral y personal.
Por el contrario, el cultivo de virtudes, ideales, valores, creencias y buenos modales ha quedado relegado, en el mejor de los casos, a un segundo plano. Incluso es opinión extendida que su fomento es más propio del ámbito familiar. Como si la sociedad nada tuviese que ver en la formación de sus miembros o fuese ajena a sus consecuencias, ignorando que la buena educación tiene un efecto directo en el nivel de ética pública y por ende en el grado de genuino progreso y calidad de vida de un país. Porque el ámbito de la ética pública no se limita a los actos de instituciones y administraciones por trascendente que sea su impacto en el grado de bien común. La incidencia del comportamiento ciudadano respecto de lo público también es determinante tanto para asegurar la integridad de los servidores públicos como una sana convivencia. Es así que lo que antaño se denominaba urbanidad y civismo configura esa trama esencial de la infraestructura social y política cuya calidad se refleja en la ética pública.
Para comprobar el estado del arte basta con darse un paseo. Resulta llamativo constatar cuantas personas son del todo ajenas a conductas de educación básica como ceder el paso en la acera o el asiento en un autobús, dejar salir antes de entrar, disculparse o no empujar. Los mismos que se dicen muy preocupados por salvar el planeta arman un botellón y dejan un vertedero, depositan un colchón en un alcorque o aparcan en cualquier sitio con tal de ahorrase dos euros. Si la valoración de lo público es más bien pobre, la confusión entre libertad y libertinaje es frecuente. Sorprende también la poca importancia dada a la grosería, la vulgaridad o la zafiedad y la pasiva tolerancia que se muestra ante la falta de respeto, la desvergüenza y la mendacidad.
Si a la par que se fomentan cursos y másteres se prestase similar atención a cultivar los buenos modales, el país progresaría más y mejor. Probablemente haya que empezar por lo más primario. “Las siete familias” era un juego de cartas infantil de la infancia que, además de entretener, servía para que los niños se acostumbrasen a decir «por favor» y «gracias». Hoy debería promoverse masivamente entre los adultos.
