Toca rasgarse las vestiduras. Tras años condenado la imperialista intervención militar en Afganistán, ahora, cuando los talibanes toman el poder, se escandalizan con hipócrita ostentación. Si patéticas han sido la victoria islamista y la espantada occidental, alarmante es el nuevo “éxito” de quienes, tras un velo de cinismo, llevan décadas instando la dilución de los valores que conformaron la cultura occidental.
Los mismos que apoyan el hiyab como símbolo de empoderamiento feminista musulmán claman por los abusos que sufrirán las mujeres afganas. Dicen rechazar el integrismo mientras censuran libertades y promueven toda forma de adoctrinamiento e imposición del pensamiento único. Critican la presencia occidental en Afganistán por obedecer sólo a intereses económicos y justifican por razones financieras y mercantiles un trato exquisito con regímenes deleznables. Manipulan hasta el dolor para que sólo se filtre lo que permita un hiyab de cinismo con el que cubren a diario a millones de occidentales que nos es otro que su tamiz ideológico.
Siendo muchas las causas del desastre afgano, la visión y misión occidental imperante entre sus ciudadanos y la imagen proyectada frente a terceros ha jugado un papel clave. El destilado de cinismo y apego material que ha colonizado amplios sectores de las sociedades, en especial de sus clases dirigentes, ha mutado la vieja conciencia occidental disolviéndola hasta la inanidad. El proceso ni es nuevo ni por ende sorprendente. Aunque ahora sea más evidente lleva décadas consolidándose. El orgullo europeo, el de la llamada civilización occidental quedó mortalmente herido tras las dos guerras mundiales. Acogidos por debilidad e interés a una pax americana, las nuevas élites europeas optaron por aprovechar manto protector tan lucrativo no sin desdén, para lamerse sus heridas, procurarse un bienestar económico y jugar a cambiar el mundo renegando del pasado liderando un progresismo izquierdista.
Moralmente allanados, culturalmente sometidos al comunismo y atrincherados en sus aspiraciones de progreso económico, no es de extrañar la respuesta cobarde que dieron a los gritos de auxilio de sus hermanos europeos a finales de los cincuenta cuando húngaros, polacos y checoeslovacos promovieron movimientos para liberarse del yugo soviético. Mientras unos se afanaban en crear un mercado común y hacían gala de defensa de las libertades y las reivindicaciones de clase obrera, los otros, abandonados, quedarían sepultados bajo el telón de acero soviético más de cuarenta años.
Acallando sus conciencias, culpabilizando a cualquiera, incluidos los tiranizados, menos a ellos y a sus admirados comunistas, la asentada intelectualidad de izquierdas y sus patrocinadores financieros mundialistas prosiguieron su labor. Se trataba de construir una nueva Europa dejando atrás los principios y valores de la intolerante cultura occidental. Como buenos cínicos predicaban formas de vida felices basadas en una existencia sencilla, acorde con la naturaleza y solidaria. Justo lo que ellos no practicaban porque su escéptica superioridad se lo permitía, así como la causa les exigía desacreditar la bondad humana, redimir a las mujeres estigmatizando a los hombres, atacar la religión, ridiculizar el patriotismo, minar la familia, censurar tradiciones y negar la verdad. Eso sí, manifestando siempre su consternación por los daños que ocasionaban a doquier. Porque, aunque jamás lo reconocerán, su proyecto adanista ha sido fuente de mucho dolor. Tanto como el que han contribuido a generar promoviendo sociedades desarraigadas, vulnerables y acobardadas, desprovistas de médula espinal con el consumismo como principio vertebrador y la libertad sometida a su tutela. Le llaman sociedades fluidas, tan líquidas y asustadizas que apenas pueden reaccionar cuando se enfrentan al mal más allá de victimizarse, como ha ocurrido con el virus chino, incapaces de buscar la verdad y exigir responsabilidades y menos aún de comprometerse arriesgando con quienes desean ser libres como venezolanos, ucranianos o cubanos. La prioridad es conservar su statu quo.
El problema es que el denostado manto protector de la pax americana también ha entrado en crisis y que las recetas surgidas tras el velo del cinismo, que tan bien han calado en occidente no han generado el impacto deseado entre quienes mantienen su espinazo intacto, se enorgullecen de ello y están dispuestos a defenderlo. En contra de lo que preveían, ni la admirada Rusia quiere ser su amiga, ni la dictadura comunista China ha sucumbido ante el capitalismo, ni los integristas se han reconvertido atraídos por los cantos pacifistas de tolerantes sociedades multiétnicas. Al contrario, todos ellos sólo sienten el desprecio que los chinos en sus redes denominan “baizuo” refiriéndose con sarcasmo a la pseudo-moralidad de las débiles y arrogantes élites progresistas occidentales.
Quizás aún no esté todo perdido y los propios occidentales que hasta la fecha se han resistido a ser embozados con el hiyab de cinismo, sean capaces de desenmascarar y desacreditar a sus promotores, recuperando al menos parte de la dignidad perdida. Esa sería la mejor ayuda que occidente podría ofrecer a los sojuzgados de la tierra.
