Pequeñeces

En estos tiempos superlativos e hiperbólicos lo pequeño apenas despierta interés. Sólo con las canas volvemos a recuperar algo de aquello que, en la niñez, era tan natural como el aprecio por las cosas chicas; pequeñeces que, en la madurez, vuelven a cobrar su extraordinario sentido.

Si a las personas siempre les atrajo lo colosal, la exaltación de la desmesura resulta hoy abrumadora. Da igual de que se trate, cuanto mayor más relevante. Hasta la escasez ha de ser mucha para suscitar atención. Hoy los céntimos se desprecian, hacen falta cifras con muchos ceros para causar impresión. Lo pequeño, siendo con lo que tejemos el día a día, pasa desapercibido y con ello nuestra capacidad de asombro no hace sino mermar.  

Pero no siempre fue así. Por fortuna, para recordarnos la valía de lo chico contamos con la infancia. Los niños son fuente inagotable de sabiduría. Tienen una maravillosa aptitud;  gozar con lo insignificante, ver en ello novedad y asombrarse sin límite. Observar a un crio con qué atención se fija en las migas más pequeñas de un plato, ver la dedicación con la que las coge y la satisfacción con la que se las lleva a la boca, es magnífico. Lo mismo hará un poco más tarde con un palito  o una piedra en el parque. En ese momento, tan ensimismado está en el detalle, que parece como si tuviese el mundo entero entre sus manos.

Lo mismo hacen con las dificultades, el riesgo o el peligro; los niños no se dejan impresionar por lo grande que sea su magnitud. Si así fuese nunca las abordarían. Según Chesterton la fortaleza del niño está no en el hecho de que resuelve una dificultad sino en que no ve ninguna dificultad. No le falta razón, pero yo le añadiría un matiz; lo que el niño no percibe, y que es precisamente lo que suele asustar a los padres, son las grandes dificultades. Porque para los infantes no hay meta inaccesible, todo son pasos cortos, inmediatos, pequeños. Una cualidad que sólo conservan algunos elegidos, como esos personajes intrépidos que tanto admiramos y a los que erróneamente solemos atribuir una vena de locura que no es sino una pulsión de sano espíritu infantil.

Con la pubertad lo grande se torna atractivo y adquiere seña de importancia a la par que lo chico va quedando relegado hasta convertirse en pequeñeces. Pero con las pleamares de la vida vamos redescubriendo que lo realmente valioso no es necesariamente lo mayor. La edad, salvo en el caso de algunos irredentos, que de todo hay, cambia la perspectiva. No es que nos arrepintamos de haber sido deslumbrados  por lo superlativo, pues cada tiempo tiene sus querencias, es más bien que los destellos de lo ingente cada vez impactan menos. Vivir más a corto también lleva a estimar más y mejor lo  cercano que suele ser pequeño. Cada cosa vuelve a  cobrar su medida y a ocupar el lugar que merece. Nos hacemos más niños, sonreímos pensando en tontunas que dejaron recuerdos imborrables, disfrutamos de los detalles y del momento. Tendemos a que las pequeñeces cotidianas se hagan grandes en nuestros corazones.

6 comentarios sobre “Pequeñeces

      1. Pensé en incluir al autor de la cita, pero su nombre era más largo que la propia cita (Mies Van der Rohe), así que desistí para evitar un contraste un tanto paradójico.

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  1. Precioso artículo que nos recuerda que lo que nace grande nace monstruoso y que la vida ordinaria está llena de grandeza.
    Muy interesante la relación entre lo colosal y lo irrelevante.
    Muchas gracias Javier.

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