Hoy más que una reflexión lo que vengo a compartir es un ejercicio. Se trata de contrastar la verosimilitud de una impresión; que el resentimiento late con fuerza en el movimiento contracultural vigente. La idea es comprobar si esa sensación tiene o no fundamento. Expuesto el ensayo cada cual podrá llegar a sus propias conclusiones.
Que vivimos inmersos en un convulso estado reivindicativo es una evidencia. Ciertamente no es un movimiento exclusivo de España si bien aquí se da con localismos, véanse los nacionalismos o el ansia de abanderar el radicalismo. El hecho es que, los que dicen alzarse contra opresiones y humillaciones del pasado y quienes interesadamente les animan, vienen impulsando un proceso contracultural, eso sí selectivo, dirigido sólo contra valores occidentales, decididos a revisar la historia y cambiar su rumbo hasta sus raíces antropológicas.
Evidentemente en estas líneas no pretendo analizar tan complejo movimiento. Sólo deseo plantear un pequeño ejercicio que ayude a comprobar si, como percibo, una pulsión de frustración y rencor está contaminando ciertas legítimas y nobles reivindicaciones para orientarlas más hacia la revancha que a la justicia. Pulsión que a su vez es instrumentalizada por quienes ven una oportunidad para asentar una forma de pensamiento único que favorezca su dominio y poder económico y político.
Medir pasiones como el resentimiento y sopesar su influencia en movimientos como el descrito no es tarea sencilla. Pero, considerando que el rencor no brota de la naturaleza sino que anida en el ser humano, quizás una forma de comprobar mi percepción sea ver en qué medida entre los actores principales de la corriente contracultural pueden ser reconocibles perfiles de resentidos. Definido el perfil, el lector podrá valorar si, a su juicio, encajan en el mismo pocos o muchos de dichos actores y, según el grado de influencia que les atribuyan en el proceso, contrastar hasta que punto su pasión rencorosa puede estar condicionándolo.
Como no soy experto en resentidos, para caracterizarlos me he remitido a un ensayo que, escrito en 1939, sigue considerándose fuente de autoridad en la materia. Se trata de la «Teoría del resentimiento» expuesta en la magistral obra del doctor Gregorio Marañón titulada: «Tiberio. Historia de un resentimiento.» Por razón de espacio me ceñiré a recoger la definición que nos ofrece y señalar algunos de los atributos que, a juicio de tan célebre humanista, caracterizan a los resentidos.
Según Marañón, cuando el sentimiento de frustración o inferioridad resultante de una agresión de otras personas o de la propia vida no se supera, queda preso en el fondo de la conciencia incubando y fermentando una acritud que se infiltra en todo el ser y acaba siendo rectora de la conducta. Ese sentimiento retenido es el resentimiento. Claro está que no todas las personas objeto de agravios derivan en seres resentidos. Ni mucho menos. Por tanto cabe preguntarse ¿qué rasgos distinguen a los resentidos de aquellos que, sufriendo la misma agresión, no lo fueron?
Según el maestro la primera y más destacada seña de identidad de un resentido es su falta de generosidad. El generoso es comprensivo y no antepone su interés. El resentido es «un ser mal dotado para el amor y por lo tanto un ser de mediocre calidad moral». No son necesariamente malos, pueden ser buenos cuando la vida les favorece, pero ante la contrariedad aflora su acritud. Son de memoria contumaz y siendo inteligentes no son de elevado talento careciendo del preciso para percatarse de que no todo es culpa de los demás y reconocer defectos propios. Incapaces de asumir su responsabilidad son cobardes, débiles y desagradecidos. Su frialdad afectiva, unida a su insatisfacción y susceptibilidad crónicas, transforman los favores que se les hacen en combustible de su resentimiento; «el bienhechor queda inscrito en la lista negra de su incordialidad».
Son cautelosos e hipócritas. Disimulan su rencor con forzada humildad y notable habilidad para aparentar una virtuosa respetabilidad desinteresada, afectada y pedante. «Pero si alguna vez alcanzan a ser fuertes, con la fortaleza advenediza que da el mando social, estalla tardíamente la venganza. Por eso son tan terribles los débiles y resentidos cuando el azar les coloca en el poder como tantas veces sucede en las revoluciones.» «El resentimiento es incurable». El triunfo les debería curar, pero cuando llega ocurre lo contario, empeoran. Porque los resentidos entienden el éxito como una ratificación de que su rencor estaba justificado y esta justificación unida a su ambición de creerse merecedores de más, aumenta la vieja acritud.
Aquí dejo estos rasgos amable lector por si desea hacer el ejercicio y concluir lo que mejor le parezca.
