Saludos y despedidas a diario se acompañan de un ¡adiós! Seña de cortesía en la que apenas reparamos. Pero en ocasiones tan socorrida voz encierra algo más hondo, como sucede con algunas despedidas. No hay adioses iguales, cada uno es el eco de la ausencia que lo inspira. El de hoy quiere sonar no tanto a pena como a agradecimiento.
Es ley de vida que antes o después tengamos que aprender a prescindir de aquel o aquello que nos deja o que dejamos. Despedidas hay tantas como momentos en la vida y con tonos de adiós muy diferentes. Las cotidianas, por leves y habituales, apenas dejan rastro. Si acaso el de un educado adiós. En cambio otras más sentidas sin ser las más duras, que siempre llegan, sí dejan huella. Con la edad estas despedidas aportan tanto como los años y nos enseñan que, si bien merecen un adiós, realmente es más un hasta pronto pues aquello que se fue volveremos a reencontrarlo en el recuerdo. A estas pertenece la que hoy me ocupa.
No por previsible lo he sentido menos. Como tantos otros referentes de nuestro paisaje se ha visto arrastrado por la corriente que se los lleva. Algunos, pocos, encontraron a tiempo un salvavidas, los más han desaparecido. La emblemática Papelería Salazar, de las más antiguas de Madrid, sita en la calle Luchana 7 y 9, tras más de ciento quince años y cuatro generaciones al frente, agotados los relevos, ha cerrado sus puertas estos días.
Los afortunados clientes de Salazar sentiremos la ausencia de todo aquello que nos ha regalado este comercio icónico de Chamberí. Porque no era una papelería al uso. Además de artículos modernos Salazar ofrecía algo único; poder revivir la infancia y juventud entre un sinfín de objetos que abarcaban todas las décadas de su centenaria historia y todos ellos auténticos. Los primeros cuentos, el plumier que te acompañó al colegio, la hucha del Domund, calcomanías, recortables, mapas, estilográficas, clásicos exlibris, recordatorios y tarjetones habitaban sus vitrinas y estantes de madera porque de todo había en Salazar que también ha sido afamada imprenta. Bastaba acercarse a sus escaparates para sentirse atrapado por su prodigiosa oferta.
Cruzar la puerta de la Papelería Salazar suponía trasladarse a otro tiempo. Todo el ambiente invitaba a disfrutar y querer descubrir algo en lo que no te habías fijado. Pero nada hubiese sido igual sin el recibimiento y trato de sus dueñas siempre fieles a su lema «lo imposible lo hacemos inmediato». Tras los mostradores de madera y vidrio saludaban sonrientes prestas a ayudarte a encontrar lo que buscabas. Porque Fernanda y Ana Martínez Salazar amaban su papelería mucho más de lo que se puede apreciar un mero negocio. Biznietas de los fundadores, han sabido conservar este maravilloso comercio durante décadas para nuestro gozo y disfrute. Nadie más que ellas sentirán tener que despedirse de la Papelería Salazar. Estará siendo un desgarro, pero sabed que habéis hecho felices a muchos durante muchos años y pocos tienen la fortuna de haber logrado tanto. Así que adiós Salazar, hasta pronto en mis recuerdos y muchas gracias.
