Aún confinado y con toque de queda vespertino, que obliga a paseos cortos y de barrio, difícil es permanecer ajeno a la ilusión que se palpa entre tantas gentes hastiadas de ansiedad. ¡Libertad! se escucha a doquier y las redes, cargadas de sentimientos, alimentan ecos que auguran nuevos aires. Buscando luz que alumbre tan romántico movimiento hallo, en uno de sus padres, el insigne Coleridge, razón clara y sucinta: Los tres fines que un estadista debe proponerse en el gobierno de su nación son: seguridad a los que poseen; facilidad a los que tratan de adquirir y esperanzas a todos.
A golpe de rachas huracanadas de infortunio, los años de bonanza y fuegos de artificio suenan lejanos. Aquel mundo ecléctico que se prometía rico, sólido y permanente, se fue tornando en apasionado, movedizo, endeudado, voluble e inseguro. Donde antaño reinaban las razones que, aferradas a fríos cálculos, datos y cifras, dictaban el camino y servían de antídoto del riesgo, hoy, desarboladas estas, dominan los sentimientos. Como decía el sabio, cuanto más merma tanto más se agarra la esperanza en el corazón humano.
Vital como el aire, el ánimo, en su levedad, también se deja llevar. Sin vida propia asciende, decae o permanece quedo a merced de fuerzas ajenas. Tan sutil es su sustancia que sólo los poetas alcanzan a captar su latido. A los demás mortales nos queda intentar torpemente adivinar su estado y, siendo el vivir una irónica aventura, a tientas vamos decidiendo sobre aquello que los ánimos gobiernan que es casi todo lo importante.
En un mundo que creemos poder controlar deslumbrados por la tecnología y la ciencia, el caprichoso estado de ánimo que rige la conducta humana se nos escapa. Y lo que un día es un soplo, apenas una ligera brisa, puede virar tornándose en animado estado, haciendo que lo que parecía inasequible quede al alcance de la mano. Basta que la voluntad de superar la adversidad y de resistirse al miedo cobre fuerza, encuentre espacio y quien la impulse, para pasar de la resignación a la esperanza; ese estado de ánimo que permite recobrar la alegría y sentirse optimista con deseos de llevar a cabo planes y proyectos.
Poniéndolo en boca de su Ulysses, así nos desvela otro genial poeta, Tennyson, la fuerza que ha levantado el ánimo que hoy palpita en las calles:
A pesar de lo mucho que se ha perdido, mucho queda;
y a pesar de que nuestro vigor no es el de antaño,
que movía cielos y tierra, aquello que somos, somos:
un espíritu ecuánime de corazones heroicos,
debilitados por el tiempo y el destino, pero fuertes de voluntad
para esforzarnos, buscar, encontrar y no desfallecer.
Ya sólo queda votar. ¡Ánimo!
