Silencios delatores: el caso del Dr. Lejeune

Si ayer escribía sobre  el poder y  los Sistemas hoy, el devenir lleva a fijarme en uno de ellos, el de la información; un sistema que cada día se parece más a un cártel cuya identidad se revela tanto por lo qué cuenta como por lo que trata de ocultar. El detonante ha sido la noticia relativa a la decisión de la Iglesia de declarar Venerable al padre de la citogenética, el Dr. Jérôme Lejeune (1926 – 1994).

Desde hace años la libertad informativa sobrevive en territorio hostil. La concentración de medios, su pérdida de independencia e instrumentación al servicio de ideologías dominantes, es hecho denunciado desde muy diversos sectores. Salvo excepciones en peligro de extinción, el paisaje informativo es un páramo. Su aparente diversidad, cuajada de noticias reiterativas, cultivadas y precocinadas lo retratan, pero es la unanimidad de sus silencios lo que más le delata.

La figura del Papa Francisco es un magnífico ejemplo de cómo opera el sistema. Si lo que dice conviene, sus terminales mediáticas, tras tunearlo debidamente, lo divulgan a toda plana otorgando al Pontífice la condición de voz autorizada. A sensu contrario, si sirve para crispar se le pone en la picota pero si el debate no conviene, se procura silenciarlo. Visto el tratamiento informativo que ha recibido la noticia del reconocimiento de las virtudes heroicas del Dr. Lejeune,  la herejía en este caso debe ser muy grave a ojos del cártel. No es para menos; el personaje cuya causa de beatificación ha quedado expedita, aún muerto, no es enemigo pequeño.

La vida del Dr. Lejeune es la de una cumbre de la ciencia  y la de un héroe de la libertad de conciencia al servicio de la defensa de la vida. En 1958, a los 32 años, identificó la primera anomalía cromosómica humana: la trisomía 21 o Síndrome de Down. Más tarde desentrañaría el mecanismo de otras patologías cromosómicas. Así nació la citogenética y la genética moderna a la par que su más grave preocupación: que sus descubrimientos sirviesen, mediante el diagnóstico prenatal, no para sanar sino para eliminar a estos enfermos. Por ello dedicó gran parte de su vida a combatir el aborto y particularmente la eugenesia de los síndromes de Down.

Su lucha en los más diversos foros privó al Dr. Lejeune de no pocas oportunidades y gloria mundana. Aunque sus méritos no pudieron ser negados, sí fue marginado por no renunciar a sus conocimientos científicos y convicciones. Sirva de muestra el que su más que sólida candidatura al Premio Nobel no fuese considerada. El mismo lo predijo en 1969 cuando, estando el debate del aborto en pleno apogeo, denunció las amenazas de la ciencia sobre la vida y las derivas de la cultura de la muerte.  «Hoy me he jugado el Nobel» le escribió a su mujer. No quiso ser prudente como le aconsejaron, provocó escándalo, tanto como incomodidad debida a su solvencia y coherencia. Nunca se lo perdonaron. Hasta su muerte siguió alzando su voz sin temor a ser tachado de extremista y su eco aún resuena a pesar de muchos. En 1994 Juan Pablo II le nombró presidente de la Pontificia Academia para la Vida, y en 2007, se anunció la apertura de su causa de beatificación.

Casualidad o no, a pesar de que el cártel ha manejado la información as usual, esta semana la sombra de Lejeune ha vuelto a planear sobre la actualidad. Si el día 20 Joe Biden, católico reconvertido en pro aborto, juraba el cargo de Presidente de EEUU, el 21 el Papa declaraba Venerable a Lejeune por sus virtudes heroicas en defensa de la vida humana. Justo el día antes de que el propio Biden y la vicepresidenta Harris confirmasen su compromiso con el aborto durante el aniversario de la decisión judicial Roe vs Wade que permitió la legalización de esta práctica en EEUU en 1973.

¿Qué nos deparará el futuro? ¡Quién lo sabe! El pensamiento único parece imponerse pero mientras existan héroes a imitar como Lejeune hay esperanza. Entre tanto, dejando al Venerable Doctor dormir en paz el sueño de los justos, dicho en su acepción bíblica, no estaría de más que los próceres del Tribunal Constitucional se espabilasen  y dictasen la sentencia pendiente sobre la Ley de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo.

Más de diez años después de la interposición y aceptación del recurso, va siendo hora que, el asunto más tiempo pendiente en el TC, lo saquen del baúl de los recuerdos. Fueron diligentes para denegar en su día la suspensión cautelar de los preceptos impugnados y, aunque suene a sarcasmo, se comprometieron a la par en dar carácter prioritario a la tramitación y resolución del recurso. Ya ni siquiera por justicia, aunque sólo sea por vergüenza torera, debieran decidir algo al respecto.

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